“¿Cómo puede ser la
historia perfecta?” decía Víctor para sí. Lápiz en mano, el
joven escritor buscaba redactar, no una historia cualquiera, sino la
historia perfecta. Su cabello oscuro cubría una cabeza que meditaba
en busca de un tema para empezar a escribir.
Víctor sabía que, ya
escogido el tema, las ideas volarían a su mente cual aviones al
aeropuerto. ¡Aviones! ¡Eso es! Una bombilla imaginaria se iluminó
sobre la testa del escritor: su historia perfecta comenzaría en un
aeropuerto. Debía reflexionar acerca de su decisión, pues la
historia perfecta debe partir del tema perfecto. Y, si en tantos
siglos de literatura nadie había sido capaz de producirla, no sería
fácil para él lograrlo.
Una vez confirmada su
elección del aeropuerto como escena inicial de la historia perfecta,
Víctor escribía las diferentes ideas que protagonizaban sus
pensamientos. Afiló la punta de su lápiz en dos ocasiones para
poder anotar todo aquello que se le ocurría, hasta que se vio
obligado a tomarse un descanso.
Aprovechó para visitar
el cuarto de baño y observar como la luna sustituía al sol. Era
tarde y no podía permitirse que acabase el día sin haber dado con
el comienzo de la historia perfecta. Repasó las pinceladas que
destacaban en su libreta amarilla y dio paso a la compleja tarea de
unir todas las piezas del rompecabezas. Ese sería el rompecabezas
perfecto, porque es la imagen que representa a la historia perfecta.
La tarea se endurecía
por momentos. Los nervios poseían a Víctor, pues su madre le había
llamado para cenar y la historia perfecta apenas contaba con un
párrafo y medio. Devoró aquella sopa de un trago sin importarle su
estado humeante y subió las escaleras hacia su habitación. En el
penúltimo escalón tropezó y cayó.
Dolido de la mandíbula,
mintió a su madre al decirle que no se había hecho daño y corrió
hacia su escritorio. Había perdido unos minutos valiosos y no se
encontraba bien, pero la historia perfecta debía ser perfecta y
llevarla a cabo era la prioridad.
El pitido de su reloj
negro le indicó que quedaba una hora para que aquel viernes de
octubre llegase a su fin. Y la historia perfecta cada vez se
encontraba más cerca de la imperfección. Víctor se tiraba de los
pelos a causa de la desesperación: estaba siendo derrotado. Intentó
completar, al menos, una página, para narrar el adiós de aquella
joven de diecinueve años que se despedía de su familia momentos
antes de irse lejos a estudiar.
Víctor reconoció que
esa no era la historia perfecta e intentó dormir. La historia
perfecta le había vencido. Pudo dialogar con su almohada acerca de
lo sucedido y entendió que si la historia perfecta no está escrita
es porque no existe una historia perfecta. Y lo que más se acerca a
ella no suele ser algo que se busca, sino algo que se encuentra sin
esperarlo. La perfección no es más que una utopía inventada por el
hombre para seguir intentando superarse día a día.