Me levanto de la silla y maldigo con la mirada esa demoníaca
barra que parpadea burlona en la pantalla en blanco. Y maldigo la pantalla en
blanco. Y el ordenador. Y cada una de sus teclas.
“Ha de ser perfecto”, me dijeron. ¡Maldita sea la perfección!
¿No somos acaso un cúmulo de errores genéticos que nos han
llevado a configurar nuestra especie tal y como es hoy en día? ¿Cómo yo, que
soy pura imperfección y casualidad, puedo escribir algo perfecto? ¿Cabe la
perfección en un mundo en el que la gente sigue muriéndose de sed y hambre?
Me vuelvo a sentar frente a la pantalla.
Las ideas rebotan en mi cabeza y no me dejan pensar con
claridad. De repente recuerdo las inquietantes y bellas Rimas y Leyendas de Bécquer. ¿Cómo lo hizo? Pactaría con el demonio
sin duda. Algo de tal belleza ha de provenir de lo divino o de su antítesis.
La barra sigue burlándose de mí. Sencilla, esbelta,
vertical. Ahí sigue; hurgando. Deseo que cobre vida para poder asesinarla y
parpadear como ella mientras río. Pienso en llamar a un psicólogo; me convenzo
de que mis pensamientos son normales.
Miro a través de la ventana y me veo reflejado en el cristal.
Confirmado, en mí no hay menor rastro de perfección. Ni en esta basta y
mecánica ciudad. Belleza, quizá; perfección, evidentemente no.
Me viene a la mente
la espectacular crítica política que construyó Orwell en su obra por
excelencia, 1984. Desde luego sería
muy interesante, por los tiempos que corren, hacer algo así, aunque no veo a
Rajoy como un Gran Hermano excesivamente convincente. Idea descartada.
El tiempo se me echa encima y aquí sigo, en blanco, como la
pantalla. Debo tener la sinapsis neuronal atrofiada, porque mi mente sigue en
una especie de barbecho forzoso.
Me obligo a cerrar los ojos esperando alguna clase de
aparición que me ofrezca una historia perfecta. Los abro. La pantalla se ha
apagado. ¿Cuánto hace que no pulso una tecla?
Me siento como si estuviera en una versión mala de Esperando
a Godot. ¿Llegará algún día esa historia? Seguro que es más sencillo el suicidio.
Con la sangre me mareo, lo mejor será ahorcarme.
¿Tan difícil es imaginar una puesta en escena tan basta como
la de Canción de Hielo y Fuego, o unos personajes tan absorbentes como los de
Millenium? ¿Cómo se consigue la originalidad de Un mundo feliz o la magia que
desprenden las descripciones de Carlos Ruiz Zafón?
Recuerdo que alguien me dijo que para conseguir un buen
argumento sólo hacen falta tres cosas: religión, sexo y sangre. Pobre infeliz,
seguro que piensa que Crepúsculo es un buen ejemplo de ello. ¿Qué hago pensado en Crepúsculo? La idea del
psicólogo empieza a cobrar fuerza.
Decido ir a dormir. Apago el ordenador, la luz y me acuesto.
Morfeo viene a abrazarme. Siento su dulce aliento. Deseo
construir la historia perfecta. Fundido a negro. Títulos de crédito. Aquí está.
Cuatro horas después sigo escribiendo.
El demonio me
escuchó.
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