La gran pasión que he sentido
hacía la lectura desde niña, ha sido la que con el paso del tiempo me llevó a
sentir la necesidad de escribir. Necesitaba volcar todo aquello que llevaba
dentro y compartirlo con los demás a través de mis relatos. En ellos doy salida
a una serie de pequeños seres que habitan en mi cabeza y que reclaman tener
voz. Yo intento contentar a todos, aunque en muchas ocasiones me resulta muy difícil. No por mí, o por el
miedo que en ocasiones genera ver ante tus ojos una hoja en blanco. Es por el
respeto que siento por ellos, los
personajes. Temo no poder expresar correctamente sus pensamientos, sus miedos,
sus inquietudes, en muchas ocasiones compartidas. Y también por el lector, pues
sin él no tendría sentido nada de lo que escribo. Pero por otra parte pienso
que de eso se trata, de poder formar un tándem entre ellos y yo.
Por eso no creo que exista la
historia perfecta, la perfección no existe, ni tan siquiera en el mundo
imaginario de la narrativa. Está claro que a todos nos gustaría escribir algo
único, pues cada relato es como un hijo del que nos sentimos orgullosos, aunque
reconozcamos sus defectos y limitaciones, pero es nuestro. Aunque una vez
pulido lo lancemos al exterior conscientes de que ya no nos pertenece.
Lo que existe es ese momento en
el que el lector toma por primera vez un libro entre sus manos y se impregna de
esa magia, de ese poder, capaz de trasladarle en un instante, a otra época,
otro planeta, sin moverse del lugar en el que se encuentra y que solo es capaz
de proporcionarle la literatura. Si que existe ese poema, esa novela, ese
relato o ese autor, que es capaz de en un momento determinado cambiarte la vida,
pues te hace sentir o reflexionar sobre cuestiones que quizás no te habías
planteado hasta ese día. Que te hace sentir que existe un antes y un después al
llegar a la última página. También existe el momento en el que surge la idea y
el escritor necesita plasmarla aún a veces sin madurar para que no se asfixie
en su cabeza.
Seguro que a cada uno de nosotros
en algún momento nos ha ocurrido esto. Algún autor, algún texto nos han
atrapado, a mí personalmente muchos, pero voy a citar dos: Oscar Wilde, su
ingenio y sutileza, sus frases, sus obras cargadas de crítica, contra la
sociedad en la que vivía y que le destrozó. Otro autor que me marco mucho fue
Ítalo Calvino. Su obra “El vizconde demediado”, me impresionó. Parece una obra
tan simple, tan sencilla, pero de eso nada, tiene una doble lectura. El bien y
el mal, la dualidad que existe en todo ser humano, nos hace pensar que la
verdad absoluta no existe, tenemos que ser capaces de alcanzar un equilibrio.
Concluiré diciendo: si no existe la verdad
absoluta, no existe el relato perfecto.
Muy cierto lo que dices Marisa. En realidad la historia perfecta es aquella que cuando la estás leyendo y ves que llega a su fin no quieres que acabe nunca, porque estás disfrutando tanto que quisieras que fuera interminable.
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