jueves, 29 de octubre de 2015

Pasiones acompasadas



Cada tarde, a la misma hora, me tumbaba en la cama. Postrada frente a mí, a ratos de cara, por momentos dándome la espalda. Mi mente volaba mientras la contemplaba. El deseo de acariciar todo su cuerpo me había estado obsesionando durante el resto de horas que habíamos pasado separadas. Al principio me costaba decidirme a ensuciar aquella piel sin mácula del color de la nieve pero pronto me dejaba llevar por el compás de aquellas palabras atolondradas que resonaban dentro de mi cabeza y las dejaba escapar bailando por las yemas de mis dedos. Empezaba con caricias ordenadas, renglón por renglón recorría cada uno de los rincones que me ofrecía, a veces insatisfecha volvía atrás a algún recodo torpemente recorrido y  trataba de corregir el error cometido.  Me dejaba llevar por los impulsos acelerados de mi corazón y, como si bailaran un vals, mis dedos corrían enloquecidos por su cuerpo, de aquí para allá. Después la calma volvía a mí y dejaba a mis dedos volver a caminar, lentamente, por los surcos ya trazados para asegurarme de que el camino recorrido había sido el correcto. Casi siempre tocaba hacer más de una corrección, reorganizando giros, añadiendo algún que otro detalle para enfatizar algún matiz importante.

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