Tiró el iPad sobre la cama con enfado. No le apetecía oír más la voz nasal
de Lobato comentando idioteces acerca de la pésima posición que había obtenido
en la Q1. No sabía por qué se recreaba tanto en estas grabaciones de las carreras
y de las sesiones clasificatorias. Quizá era una especie de autoflagelación por
los agravios originados para llegar hasta donde estaba. Puede que necesitara
escuchar por enésima vez la razón por la que la habían contratado en Swisber como
piloto.
Había pasado un año de aquello y su papel había sido meramente figurativo
dentro de la escudería, como una de esas mujeres
florero que parecen abundar en alguna parte, aunque ella no sabía
exactamente dónde. Le habían asignado la nada despreciable tarea de ser suplente
de los pilotos oficiales de la marca, considerando que se trataba de la primera
mujer en la historia de la fórmula uno que lo conseguía. Pero ella quería más.
No había llegado hasta la F1 para quedarse en boxes.
Paseó por la habitación del hotel de Barcelona donde estaban alojados y se
asomó a la ventana cerrada herméticamente. Sonrió al acordarse de una
habitación similar que tenía fotografiada y a buen recaudo. En ella aparecían
dos personas, un hombre y una mujer; el hombre pasaba de los sesenta años; la
mujer era apenas una jovencita de dieciocho, si es que los tenía realmente. La
actitud de ambos era claramente sexual, casi obscena, como si se tratara de esa
película que tanto le desagradó de no sé cuantas sombras de un tío extranjero.
No se había leído los libros, no le gustaba leer. Bastante había hecho con
acompañar a un grupo de chicas que se decían sus amigas al cine. Pero le había
resultado útil la experiencia; algo tendría que maquinar.
No tenía interés especial por la escudería que la había contratado; le era
lo mismo una que otra. Tan solo buscó a la persona que pudiera ser más
vulnerable. Todo en la F1 se sabe, como en cualquier otra profesión, y el presidente
de Swisber prometía ser una presa digna para sus fines. Hizo unas llamadas,
contrató personal adecuado muy discreto y tan solo dos semanas después tenía en
su poder la llave de la línea de meta de primera clase. Una magnífica colección
de fotografías comprometedoras del director de un equipo estaba en sus manos.
Un mes después la contrataron, con la temporada ya empezada.
La rumorología creció hasta hacerse absolutamente implacable con ella. Es
cierto que se decía que había habido algún tipo de chantaje, pero nadie conocía
de qué clase exactamente. La FIA, alertada por la contratación de una fémina,
llamó a la escudería para pedir explicaciones. Si se dijo o no la verdad en la
reunión mantenida al más alto nivel, ella lo desconocía. Lo que sí supo es que
seguía contratada en el equipo. La razón oficial esgrimida fue la tan manida y
carente de sentido que apelaba a la igualdad y paridad en todos los ámbitos de
la vida profesional; en este caso, la integración de mujeres en los circuitos
de fórmula uno. Bueno, el equipo ya contaba con la primera mujer jefa de
equipo, ¿por qué no continuar en esa línea?
Se acercó a la maleta y sacó de la parte inferior un objeto hecho a mano.
Tenía la forma de un muñeco pequeño, de apenas diez centímetros de estatura,
vestido con un mono blanco, un pequeño casco, también blanco, reutilizado de un
llavero y con la bandera española pintada con rotuladores. Debajo del casco
aparecía una especie de cabeza con el pelo negro y despeinado; la cara era un
recorte de periódico del rostro de Alonso. Lo conservaba de recuerdo de la
temporada pasada, la 2015, porque le tenía mucho cariño. Se lo había pasado en
grande desde la línea del pit lane
viendo cómo una y otra vez el coche de McLaren entraba para no salir. También
conservaba los alfileres de cabeza gorda y negra con los que pinchaba de vez en
cuando al muñequito. Se lo merecía, al fin y al cabo, porque era el que más se
había metido con ella. Con esa cara de bueno, de yo-no-he-roto-nunca-un-plato,
su vocecita cantarina… Era de lo más insoportable y pedante en pista. Con quien
nunca había tenido problemas era con Button… Lástima que no tuviera nada que
hacer contra él.
Volvió a coger el iPAd y acabó de ver la Q2 y la Q3. Su compañero de equipo
saldría desde el puesto octavo. Ella, desde el vigésimo. Al menos esta vez no
se había salido de pista y tenía coche para competir, lo que era toda una
novedad. Estaba convencida de que el jefe de ingeniería le estropeaba el auto a
propósito. Siempre le fallaba algo, una tontería, no tan grave como para
provocar un accidente, pero sí para que tuviera que entrar en boxes sin conseguir
una buena clasificación. A veces sucedía en la Q1 y a veces en la Q2, con lo
cual nunca llegaba a estar entre los diez primeros.
Lo que sí había sido grave fue el accidente del brasileño de su equipo, en
el Gran Premio de Australia, durante la primera carrera de la temporada. Por
eso ella estaba compitiendo, porque uno de los pilotos había tenido que
retirarse forzosamente. Aún estaba ingresado en un hospital, ahora ya
consciente después de un coma inducido, y con secuelas todavía por determinar. Le caía
bien, era simpático y agradable. Habría preferido que el lesionado fuera el
finlandés, pero ya se sabe que a veces los caminos del Señor son inescrutables.
Ataviada con el mono blanco, el casco azul y amarillo a conjunto con el
color del vehículo, se introdujo en el pequeño habitáculo del monoplaza. Se
inició la vuelta de formación para calentar neumáticos. Todo parecía ir bien,
salvo por esa última posición. Volvieron a ocupar el lugar en la parrilla de
salida. Se encendieron las cinco luces rojas en intervalos de un segundo y se
apagaron, dándose la carrera como iniciada.
Algo pasó en cabeza, dos coches chocaron y se salieron de pista quedando
inutilizados por haber perdido parte de los alerones; uno el delantero y otro
el trasero. Un tercero dio un trompo al intentar esquivarlos y se empotró
contra un muro de contención lateral, destrozando el cono frontal. Los
siguientes vehículos intentaron esquivar los restos de carrocería de la pista
pero sin éxito. Unos y otros hicieron giros y maniobras extrañas hasta quedar
la mayoría fuera de la pista. Bandera roja en pista y salida del safety car.
Mientras el coche de seguridad se ponía en cabeza, los vehículos que aún
estaban en pista se ordenaron uno tras otro, según el orden que tenían antes de producirse la aparatosa colisión. Ella se dio cuenta de que el que ocupaba la pole position estaba en un lateral, sin
poder entrar en pista. Por la radio interna le dijeron que ahora ocupaba la
posición doce. Eso significaba que ocho vehículos habían quedado fuera de pista
y que si alguno podía volver lo haría detrás de ella. Sonrió. Ahora sí que
tenía alguna posibilidad de puntuar. Solo esperaba que la estrategia de su
carrera la estuvieran reconsiderando en boxes y que fueran a tres paradas. Ella
podría compensar ese tiempo en el pit lane
moviéndose más rápido en pista con neumáticos duros.
La espera del inicio de la carrera se estaba haciendo insoportable; habían
dado ya dos vueltas y los jueces de carrera no daban todavía la salida. Los
equipos de seguridad del circuito limpiaban a toda prisa la zona del choque
mientras catorce vehículos seguían al coche de seguridad. Dos habían conseguido
incorporarse a pista, quedando tras ella. Por la radio interna le confirmaron
la estrategia de tres paradas. El último cambio de neumáticos era fundamental. Por
fin el safety car se retiró y
continuó la carrera. Los coches que habían quedado por azar en las primeras
posiciones aceleraron para mantenerse, al menos, en zona de puntos. Ella quería
alcanzar esa décima posición que sería su primer punto en la F1, así que
también aceleró.
Tras veinte vueltas al circuito se mantenía en undécimo lugar; los dos
bólidos que iban tras ella la habían adelantado en la zona de la chicane, pero ella había sobrepasado a
su vez a otros tres en zona recta. Entrada a boxes y salida del pit lane. Veinticinco
vueltas más y segunda entrada. Salida rápida con neumáticos duros para acabar
la carrera. No podía adelantar al piloto de Red Bull que ocupaba la décima
posición. Le pisaba los talones a falta de cinco vueltas y entraba en zona de DRS, así que lo activó. El alerón trasero se movió y su monoplaza se hizo más
aerodinámico, aumentando la velocidad y adelantando a su rival. Lo había
conseguido. Cuatro vueltas después la bandera de cuadros ondeó delante de su
vehículo.
Esa noche en el hotel sí que disfrutó de la grabación. Había conseguido
puntuar. Vio su llegada a meta una docena de veces y, sonriendo, entró a darse
un baño de espuma y sales. Pequeños caprichos que tenía a veces. Salió enfundada
en el albornoz del hotel y con una toalla envolviendo el cabello. Se sorprendió
al ver un sobre ocre de tamaño folio sobre la cama, encima de su pijama. Alguien
había entrado en su habitación mientras ella se bañaba.
Alterada por la intrusión lo abrió. Dentro habían unas cuantas fotografías
del accidente ocurrido en pista ese día junto con una escueta nota: “En tu última vuelta me cobraré el alma que me
adeudas. S.”. Dejó el sobre con todo su contenido encima de la cama y se
asomó a la ventana. Vio a lo lejos una luz roja con forma de cara grotesca y una
sarcástica carcajada se coló en su cabeza. No se inmutó. Ahora estaba segura de
su triunfo.
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