Luces
Música
¡Acción!
El borde de la barra me aprieta en la espalda. Podría
decidir no sentir esa molestia, con tan solo un chasquido de dedos. Pero
entonces… ¿Dónde estaría la gracia de ser humano? Me incomoda más la horrorosa
posibilidad de dejar una arruga en la americana. Cielos no, seamos optimistas,
es mejor no pensar en ello, esta noche es especial. Aunque quizás no haya
elegido bien el lugar. Desteto Roma. Tendría que haber ido a, no se… ¿Estocolmo?
Da igual, ese no es el problema. Lo que odio es la música de esta época. Y esta
noche… joder, es incluso peor… Nunca la he sentido retumbar de forma tan
grotesca, he visto torturas en el infierno más piadosas. Ajenos a todo lo que
va a pasar, la farándula de feligreses habituales han venido en busca del sacramento
nocturno. Delante de mí se agitan como poseídos, también lo llaman bailar. Espero
que les pille confesados. Entre sus cuerpos frágiles y mortales, el humo se
enreda en nubes de plata. Los laser vienen y van como si intentaran fusilar a
todos los presentes.
Alguien se remueve a mi lado. Lleva una copa en cada
mano y sale de la barra en busca de… qué más da. Me lo veo venir. Y no hace
falta ser yo, para darse cuenta del peligro que lleva ese borde tembloroso de
vodka con limón.
—Joder. Vaya por dios.
Hace veintiséis segundos, el ron ha convencido a un
“prodigio” del baile para atreverse a versionar el baile del momento. A pesar
que lo suplicaba la gravedad, no se ha estampado contra el suelo. Ha acabado
empujando con fuerza a un pobre delgaducho, que en ese preciso momento se
estaba preguntando: ¿Qué cojones hago aquí? Este bendito desgraciado, vamos a
llamarlo Frankie, como le gusta que le llamen sus amigos. Si, esos que no tiene...
Era broma. Vale, creo que ahí me he pasado, algunos sí que tiene. El caso es
que el pobre Frankie ha colisionado como una bola de billar pasada de rosca, contra
una aspirante a concursar en gran hermano. Que curiosamente estaba entregada en
la mitad de un baile bastante cercano. Aunque creo que ahora lo llaman perrear.
El afortunado: un aficionado al gimnasio, que esta noche, puede dar a dios
gracias. Por supuesto no lo he hecho mucha gracia que le cortaran el rollo. Dos
segundos después las gafas de Frankie han salido volando. Por ironías de la
física, y desde luego en eso soy inocente, su cara y en consecuencia su cuerpo,
también han salido disparados, pero en una dirección opuesta. Que ha conllevado
otra reacción en cadena, no tan interesante, de empujones, gritos y alcohol
derramado. En particular el repugnante Vodka-Limon.
—Será cabrón…
No hace falta que diga en qué condiciones ha quedado
mi querido traje. Antes de que pueda decirle algo, el culpable se escabulle haciéndose
el tonto entre la multitud. Sin un lo siento. Pagará por esto.
—Quizás haya sido la divina justicia
Ya está otra vez Gabriel, con su monótona y tranquila
vocecilla. Que incordio.
—Te aseguro que no.
—Si usted lo dice, señor
— ¿Cuánto tiempo llevas ahí?
—Unos segundos. Justo antes de que se manchara su
traje
—Ya veo. ¿Vas a volver a estar toda la noche siguiéndome?
¿No?
—Señor, me temo que sí. No es mi intención, se lo
juro. Siempre puede venir conmigo, volver al trabajo y terminar con esto.
—Me parece que eso no va a pasar, Gabriel. Puedes irte
a casa si quieres. Hoy tengo cosas que hacer—Se encoge de hombros, y por
supuesto allí se queda clavado como una estaca. En verdad, si quisiera podría
ordenarle que se fuera y tendría que obedecerme sin rechistar. Pero quizás
ayude a matar el aburrimiento. Desde luego, lo expulsare si empieza a mascullar
sus chorradas sobre el deber—Vale. Pero vas a tener que tomarte una copa
conmigo.
—Lo siento señor, sabe que no bebo.
—Si yo te lo ordeno sí. Y lo hago—Suspira como si lo
hubiera obligado que bajara al infierno, y le diera otra carta a Lucifer— ¿Qué prefieres?
Te aviso que aquí no hay vino.
—Si me obliga señor… Un ron-cola, creo que es el único
brebaje que sirven aquí que puedo tolerar
— ¿Un ron cola? ¿De verdad? Me decepcionas Gabriel. Es
una puta bebida de mujer
Me gire hacia donde debía estar la camarera. Que no
está, ya que otros clientes me roban su atención. Gabriel aprovecha para
corregirme
—Ese comentario es bastante machista, señor
— ¿Tú crees? Beben ron porque salieron de las
costillas del hombre. Lo dice la biblia.
— Eso no es precisamente así.
Intento llamar su atención agitando la mano y gritando
para que me oiga.
—A nadie le importa Gabriel. Que perra… no me hace
caso.
—Se llama Ángela, y no le diga eso. Tiene la cabeza en
otro sitio. Ayer su hermano tuvo un accidente de moto y no le han dado libre la
noche para verle. Esta grave, morirá mañana.
— ¿Y? No quiero los órganos de su hermano, quiero que
me atienda. ¿Es mucho pedir?
Gabriel suspira Al volver a girarme, la camarera ya está
allí... Veo sus ojos ausentes y las incipientes lágrimas del rimmel apunto de
inundar el polvorete de las mejillas Admito que algo de compasión se remueve
dentro de mí. Cabrón, siempre consigue hacerme sentir culpable. Bueno, de todas
formas no va a tener que preocuparse por su hermano durante mucho tiempo. Grito
para que me oiga entre la música
—Hola preciosa. Un ron-cola para el maricón de mi
amigo—le señale— y un gin-tonic para mí. Oye si es posible hazlo clásico. Nada
de cosas raras flotando por el vaso.
Ella asintió y empezó a preparar las copas con la
agilidad propia de un malabarista.
—Vale Gabriel, salvaré a su hermano. ¿Estas contento?
No asientas tan rápido, vas a tener que seguirme el juego—Interrumpo de nuevo a
la camarera— ¿Te parece guapo mi amigo? —Asiente y sonríe incomoda ante lo que es
uno de los numerosos gajes de su oficio. Gabriel me mira extrañado—Pues no
tiene polla—Me esfuerzo para no romper a reír y parecer serio mientras le miro a
los ojos. Ella se sobresalta derramando el culito de la tónica por el
acantilado de cristal.
—No es verdad—se apresura a decir Gabriel—Tengo un
pene muy grande
A pesar de contar con la mejor intención del mundo se
queda bastante lejos de ser una gran mentira. No puedo parar de reír. Ella se
nos queda mirando como a unos frikis salidos, pero hace un esfuerzo en seguir
siendo profesional. Termina las copas y nos pide el dinero, pero por supuesto
no tengo pensado pagar. Chasqueo los dedos y se marcha un poco aturdida hacia
otro cliente. También le he hecho olvidar todo esta historia.
—Así no vamos a ligar—dice Gabriel y vuelvo a reír.
Esta noche está más simpático de lo normal.
— ¿Desde cuando trabajas para mí, Gabriel?
Recuérdamelo…
—Se podría decir que casi desde siempre.
—La última broma que hiciste fue durante el diluvio
universal.
—Me recordó a los hormigueros que le gustaba inundar a
Miguel.
—Fue algo cruel. Nos pasamos un poco…
—Miguel dice que fue necesario. Cree que debería
repetirse la lección.
—Eran otros tiempos. Déjalo estar.
—Dice que a Sodoma le prendimos fuego por menos.
— ¡No me importa lo que diga! — Se hace la oscuridad y
la estática interrumpe la música. Solo dura unos segundos La gente de alrededor
sé queda mirándome inquieta. Nunca han oído algo así — Yo sé lo que hay que
hacer. Vete, es una orden
—Lo siento señor
Recordar ciertas cosas, amarga las noches de fiesta, y
parece ser que Gabriel después de tantos años, aun no se ha dado cuenta. Me
adentro en la masa, quizás eso me distraiga. Camino por el vacío entre cuerpos.
Con cada golpe de música, un potente flash detona en las retinas. A cada
segundo la realidad se congela en la efímera ceguera. La sucesión de fotogramas
revela el movimiento frenético de la diversión de la huida. Los brazos al
cielo, en salto parecen flotar. Algunos rostros se pierden en la desmemoria del
alcohol y las drogas. Otros no pueden ocultar la felicidad que encuentran en la
frágil existencia de un oasis en la oscuridad.
Llama mi atención una mujer arrinconada en la esquina
de la más pequeña de las barras. Se puede ver su vestido rojo entre la
multitud. Parece alejada de todo y de todos. Voy hacia ella, quizás sea el
hipnótico torbellino de la pajita dentro de su copa. Chasqueo los dedos y hago
que se gire. En cada parpadeo del flash se hace visible una expresión ausente,
con los labios torcidos en posición de asco. Desde luego no es el alma de la fiesta. Me da la espalda con cierto desdén.
Me apoyo a su lado mientras sigue inmersa en su
ambición de crear el remolino perfecto. Intentando disolver un cóctel de pastillas sin mucho éxito. Sonrío para mis adentros, es un gin-tonic. De cerca los arañazos del tiempo palpitan en su rostro, arraigan hacia su cuello. Parecen
las estrías de una vieja estatua. No lleva mucho maquillaje, no
intenta ocultar nada de lo que es, no intenta presumir de lo que fue.
— ¡Hola! ¿Qué tal la noche?
—Hey…—frena el ritmo de la pajita, hablar es una distracción—Bien…
— ¡Oye! ¿Qué pensarías si te dijera que soy Dios?
Ella se gira mirándome con las cejas levantadas y
apretando los labios, en lo que podría ser la expresión no verbal de: ¿Qué tontería
estás diciendo?
—Eres un friki. Si estas utilizando alguna técnica
para ligar, créeme, es de las peores que he visto.
—Soy Dios.
—Ya… ¿Puedes irte por favor?—Alcanzo su copa con la
mano y la agarro— ¿Qué coño haces?
La transparencia de la ginebra empieza a desvanecerse
tras una estela dorada. Del eco del remolino empiezan a brotar burbujas de CO2,
ascienden hasta fusionarse con el aire enrarecido de la discoteca
—No puede ser.
—Puede serlo, Violeta, si yo quiero que sea. Pruébalo,
es Moët Chandon, sé que te encanta la sensación de matar las burbujas con la
lengua. Es de la misma cosecha que la botella que sirvieron el día de tu boda.
¿Te acuerdas? Es la misma botella que vaciaste en el retrete cuando firmaste
los papeles del divorcio. Yo que tú me la hubiera bebido entera. ¿Tirarla? No
tienes perdón de dios. Ea chica, no me mires así, la omnisciencia tiene estas
cosas…
—No puedo creerlo—Se bebe todo el champan de un trago
—…como saber de todas las pastillas que te has tomado
esta noche.
—Mas—Chasqueo los dedos y la copa se vuelve a llenar
al instante—Tiene que haber truco. No puedo creerlo. No es posible
—Joder, no se para que me molesté en escribir ese
maldito libro—La cojo del hombro—Vale. No pasa nada. Agárrate fuerte
Desde la torre de Tokio se puede ver la ciudad
envuelta en el ajetreo mañanero de trece millones de habitantes. En el cuerpo
de Violeta diversas emociones empiezan a hacer una mala mezcla. La sorpresa, la
felicidad y el vértigo. Llevaba años con la idea de viajar lejos de Roma, de
subir al cielo y sentir el aire del sol naciente sobre su rostro envejecido. Y
quizás sentirse joven una vez más.
—Es hora de volver—Nadie se ha dado cuenta de nuestra
partida— ¿Me crees ahora?
—Si…—dice con una evidente falta de aire— ¿Lo sabes
todo sobre mí? ¿Lo que estoy pensando?
—Solo si quiero hacerlo.
—Por favor, métete en tus asuntos—Violeta vuelve a
beber, me mira de reojo. Le parezco guapo. Vale, lo siento, no he podido
evitarlo. Se atraganta con el champan como si lo presintiera— ¿Por qué estás
aquí? Si es una especie de revelación… la has cagado. No me va el rollo de
profetisa.
—No. No. —Digo entre risas—Nada de profetas, ni de
historias locas. Estoy de vacaciones. Han sido dos mil años bastantes
relajados, para que te voy a engañar...
—Que bien, ya veo lo que te importamos…
—…pero ya estoy un poco aburrido.
—…si te hubieras cogido un mes como el resto, no te
aburrirías tanto.
—Ya bueno…No pasa nada. Os va bien solos. Mira que
pedazo de fiesta.
—Nos va genial. Y odio esta fiesta. Está llena de
chulos y putas.
—Tranquila mujer. Si te sirve de consuelo, no les
queda mucha diversión. Tenía pensado acabar con el mundo esta noche.
—Date prisa, antes de que suene la canción del taxi.
Por favor, no la aguanto.
“Queremos darle una bienvenida a todas las mujeres que
hacen vino por todo el mundo”
La locura se extendió en una epidemia de gritos efervescentes
—Lastima
“Yo la conocí
en un taxi, en camino al club” “Yo la conocí en un taxi, en camino al club”
—No importa. Más vale tarde que nunca.
“Me lo paro” “El taxi” “Me lo paro” “El taxi”
—Seré breve. Nada de dramatismos bíblicos.
—Señor gracias.
—Amen—Mis dedos se deslizan hacia un chasquido
final.
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