martes, 19 de mayo de 2015

ENCARGO: DESEO MATERNAL, NO PUEDE SERLO POR ENFERMEDAD Y UNA HERMANA COMPLICA SU VIDA


DESEO MATERNAL

Al entrar en la casa el olor a lilas me recibió con dulzura. Las persianas estaban subidas e incluso las cortinas estaban corridas para que entrara la luz al salón. En el centro de la mesa un jarrón de cristal con las flores, y a su alrededor restos de agua que delataban la falta de perfección de mi hermana. Aún así me sorprendió su gesto de bienvenida.
Yo había estado tres meses en Barcelona. Fue el tiempo que necesitaron los médicos para vaciarme y dosificar una terapia invasiva sobre mi cuerpo que dejó yermo mi vientre y anuladas todas mis posibilidades de ser madre.
Los últimos cuatro años los había pasado hablando con mi hermana sobre la maternidad. Me costó bastante decidirme una vez aceptado que el tiempo se me echaba encima y no encontraba la pareja para hacerlo de la forma convencional. Paciencia no me faltaría después de cuidar de Clara durante más de veinte años y estar pendiente de ella casi toda mi vida.
Los ojos de mi hermana Clara se apagaron el día que salvó mi vida en el incendio que nos dejó sin casa. Yo tenía cinco años y solo puedo recordarla ciega. Toda la familia se encargó poco a poco de ir escribiendo en mi cabeza “un se lo debes…” que me ha perseguido toda la vida. Así que me fue entregada una muñeca gigante, con vida propia, que formó parte de mis juegos toda la infancia. Mis ojos serían siempre sus ojos. Así lo aprendí y nunca pudo ser otra cosa. Todos los esfuerzos familiares se volcaron en que ella tuviera una vida lo más normal posible, arrastrándome a mí con ella, hasta el punto de que yo seguí sus pasos anulando previamente todos mis deseos de independencia.
Cuando cumplí veinte y nueve años se produjo un revuelo en mi cabeza, o en mi corazón, o tal vez lo único que ocurrió fue que se escapó de mis adentros un instinto desconocido para mí: ¿Qué impedía que yo pudiera ser madre? Nada. Incluso podría decirse que había sido madre toda mi vida: madre de una hermana. Hasta mi propia madre presumía de ser más amiga de su hija mayor que su propia hermana; de ahí me surgió un sentimiento de responsabilidad tan exagerado que abocó en repetidas discusiones sobre los límites reales que se tenían que aceptar para Clara.
En su empeño de que llevara una vida totalmente normal, me vi arrastrada a estudiar la misma carrera universitaria que ella, a tener los mismos amigos, las mismas aficiones y hasta compartir casa cuando vinimos a Valencia para trabajar. Los pocos amagos de novio que me surgieron se vieron  abortados cuando fueron conscientes de que mi hermana y yo formábamos un dúo inseparable. Algo que no llegó a dolerme en demasía porque por un lado lo comprendía y por otro llevaba impreso en la frente un “se lo debes” que venía a mí cada vez que Clara tenía un problema.
Podría haber pedido el favor a cualquiera de nuestros amigos. Pero ¿y si después me pedía participar como padre? Yo no podía escaparme con la criatura a cualquier lado del mundo dejando sola a mi hermana. Esa solución fue descartada porque ser madre para mí era algo liberador. Algo que yo sabía me devolvería a la posición de hermana con Clara. Me convertiría en la madre de mi hijo y ella dejaría de ser el centro del mundo para ser tan solo su tía.
Para ello debía ser un hijo exclusivamente mío. Totalmente mío. Ni siquiera un hijo de la vida. Lo vi claro desde el principio y fui a informarme al IVI, que era el Centro de Reproducción Asistida de Valencia. El presupuesto me desanimó un poco: solo tendría dinero para un primer intento. Les dije que lo pensaría. Mientras tomaba la decisión accedí a pasar un chequeo previo a todo tratamiento, unas pruebas médicas rutinarias.
Treinta y tres años cumplidos y me encontraba pensando en pagar por algo que podría ser casi gratis. El dinero ahorrado me vendría bien para comprar todas esas cosas que desean los padres primerizos. Casi todo innecesario, pero yo soñaba con ser una madre estándar. “Ya había sido una bastante original toda la vida”, pensaba con cierta lástima hacia mí misma. No me fue tan difícil. Cogí el periódico e hice una llamada. Susurrando le di la dirección y le expliqué que vivía con otra persona y no quería que lo escuchara entrar. Sería en absoluto silencio. Las diez mil pesetas las tendría en la mesilla. En ningún momento encenderíamos la lámpara, bastaría la luz que entrara por la ventana. La hora acordada fue las doce de la noche, a esa hora Clara siempre dormía. El día exacto se lo diría en la próxima llamada.
Clara me notó los nervios. Tenía la incomprensible capacidad de leer en mi pensamiento y de saber siempre lo que sentía. “Es normal que estés intranquila. Ya verás que pronto te envían las pruebas. Cuenta con mi dinero por si hubiera que repetir las pruebas o para comprar todo lo que se nos antoje al niño. Porque va a ser un niño. Es imposible que te apetezca otra hija….” Y así empezó a imaginarse la situación y a decir  frases de ánimo sin  mostrar en ningún momento la más mínima duda de que ella fuera a pasar a un segundo plano. Su confianza en mí era plena. Sin resquicios. Siempre agradecida hasta hacerme sentir muy mal porque mis pensamientos hacia ella fueron a veces inconfesables.
La carta llegó por correo urgente. Los resultados de las pruebas rutinarias fueron la herida más grande que había sentido Clara, incluyendo la ocasión en la que le aseguraron de que nunca recuperaría la vista. Los billetes a Barcelona llegaron en el mismo sobre. Todo estaba organizado. Clara escuchaba atentamente todo lo que yo iba leyendo y que no terminaba de creer. Hice la maleta, realmente no necesitaba mucho para ir al hospital. En Barcelona me instalaría en casa de un familiar que me acompañaría los tres meses que duraría el tratamiento. En dos días llegaría a casa nuestra mejor amiga para acompañar a Clara en mi ausencia. Fue todo muy rápido. Clara repetía constantemente “soy una persona bastante autónoma, vete tranquila y llámame todos los días”.
Y así lo hice, la estuve llamando todos los días. Para mi gran sorpresa, el ánimo de Clara era cada vez mejor. ¿Sería ella la que necesitaba alejarse de mí para vivir su vida? ¿Me había pasado a mí que no había sido capaz de verla como era realmente, alguien independiente, capaz de llevar una vida casi normal? ¿Cómo no me había dado cuenta de que tal vez ella necesitaba alejarse de todos nosotros, los que nos creíamos imprescindibles para ella? Al mismo tiempo,  ella contaba con cierto entusiasmo los días que faltaban para mi vuelta. Repetía que todo iba a ir bien. Sus palabras eran sinceras y trascendía de ellas una seguridad que fue calando en mi ánimo de forma muy positiva.
Estaba acariciando las lilas cuando oí las llaves en la puerta. Guardé silencio, y como no podía ser de otra forma dio un grito de alegría al sentir que estaba en la casa. Sin titubeos se abalanzó sobre mí para darme un abrazo inmenso.
―Cuánto te he echado de menos! ¡Qué ganas tenía de que volvieras hermana! —y repetía lo mismo una y otra vez mientras me apretaba fuerte contra su cuerpo.
―¡Estás radiante Clara! En serio, ¡estás guapísima! —le decía yo con total sinceridad.
Los primeros días de mi vuelta tuvimos muchas visitas, yo pasaba el día descansando y recuperándome poco a poco. Las lágrimas acudían a mí en cuanto me quedaba sola. Todo había sido tan rápido que no había podido asumir que nunca sería madre. En Barcelona no había podido pensar en ello. Por simple agotamiento y porque tenía asuntos más importantes que atender: aunque fuera algo tan sencillo como seguir viviendo. Finalmente el paso de los días fue  haciendo su trabajo: ir olvidando. Ir olvidándome de mí y fijarme un poco en Clara. En todo ese tiempo no la había visto flaquear.  Mostraba una vitalidad poco común en ella. Se movía con tal destreza por la casa que no parecía ciega. Empecé a preguntarme si había sido así toda la vida y era yo la que se empeñaba en verla como un ser indefenso.
Su actitud frente a la situación, tan valiente, me hizo dejar la autocompasión que sentía hacia mí misma y me obligó de alguna manera a ir recuperando la normalidad. Cuatro meses desde que recibimos el sobre. ¡Cuántas cosas pueden ocurrir en cuatro meses! Yo había recuperado la vida sin saber que iba a perderla.
Por bien que Clara había superado mi enfermedad, había cosas que ella no había podido hacer. Todos los recibos y cartas estaban esperándome en un cajón. Una mañana me dispuse a ello sin pereza. Empezaría por las facturas del teléfono, serían sencillas, Clara nunca hacía llamadas. Ella decía que tenía mucho tiempo y era mejor que la llamaran, así no interrumpía la marcha de nadie. Desde el día que me fui a Barcelona solo había hecho una llamada. No era un número conocido para mí. De hecho, llamó una hora después de coger yo el tren. La curiosidad es muy mala. No pude resistirme. Hice la llamada.
―¡Buongiorno! Fede al habla… ¿Dígame…?  –sonó una voz con acento italiano  que me heló la sangre.
―Disculpe. Me he equivocado. Disculpe —y colgué el teléfono.
Me tumbé en el sofá y esperé durante horas a Clara. Sin hacer nada. Dejando que mi imaginación volara a dónde quisiera. Cualquier cosa era posible.
Cuando entró por la casa me llamó. No respondí. Volvió a llamarme. Seguí sin responder. Poco a poco se acercó hasta el sofá. Se sentó a mi lado. Acarició mi cara como pocas veces lo había hecho. Me besó la mejilla. Sacó un pañuelo y me secó las lágrimas. Sonrió.
―¿Qué te pasa? —dijo sin perder la sonrisa.
―No. ¿Qué te pasa a ti? —dije casi sollozando.
―No me pasa nada. Estoy feliz. Has vuelto. ¿Qué más puedo pedir?
―¿Escuchaste mi conversación con el italiano, verdad?
―Si —no me mintió.
―¿Y? —y la miré fijamente a los ojos, aunque eso ella no pudiera verlo.
Entonces me cogió las manos y me las puso en su vientre. Estaba algo abultado, aunque yo no lo había visto.
―No sabía cómo decírtelo. Era nuestra única oportunidad. Tu oportunidad de ser madre. También la mía, aunque yo nunca había soñado con tanto. Yo bebía tus palabras sobre la maternidad y me bastaba. 
―¿Pero tú sabes lo que has hecho? —era evidente que no lo sabía.
―Te lo debía hermana. Era lo menos que podía hacer por ti.

No hay comentarios:

Publicar un comentario