El Rata me había soplado que el Ruso frecuentaba aquél local
del barrio Alto, pero llevaba tres días vigilando la entrada y del tipo ni
rastro. Aquél caso me había costado un resfriado y una lumbalgia que no me dejaba
dormir. Además estaba en un punto muerto y no podía seguir viviendo en aquél
coche que por el tamaño y el olor bien podía ser un cenicero. Así que aquella
noche me decidí a entrar a ver si averiguaba algo.
El garito estaba prácticamente vacío. Un corpulento camarero
rubio secaba vasos encorvado detrás de la barra iluminado por unos focos que
desde el techo dibujaban círculos de luz aquí y allá. Detrás de Él unas
botellas boca abajo emitían destellos de diferentes colores. Vestía una
camiseta negra de mangas cortas que amenazaban con gangrenarle los brazos
musculosos. Apenas conseguía introducir un dedo con la bayeta en un pobre vaso
de tubo que entre sus manazas más bien parecía destinado a albergar chupitos de
tequila.
En el otro extremo de la barra una mujer ni joven ni mayor
jugaba con los cubitos de lo que parecía una coca-cola. Con el dedo índice les
daba vueltas mientras apoyaba la cabeza sobre la mano izquierda.
El local no era muy grande y estaba oscuro. Una pareja mayor
charlaba animosamente en una de las dos mesas que a aquellas horas estaban
ocupadas. En un rincón alejado de una especie de escenario que había al fondo
de la sala dos jóvenes bebían en silencio.
Me senté enfrente del camarero. El pelo cortado al ras le
daba un aspecto fiero. Levantó la cabeza y me miró con unos brillantes ojos
azules sin dejar de manosear al pobre vaso. Lo dejó sobre la barra y secándose
las manos en el devantal negro me sonrió irguiéndose. El vaso respiró aliviado
boca abajo. Le miré desde abajo, definitivamente la barra no era de su talla.
“Buenas Noches” le dije
“buenas noches bienvenidos, gracias por estar aquí. A los
hijos del rock and roll bienvenidos”. Me contestó con un fuerte acento de algún
lugar de Europa del Este.
“¿eh?”
“Bien ve niiidos” dijo troceando la palabra.
“¿me pones un whiskey? sin hielo”
Me enseñó una botella. Asentí. Me sirvió y siguió
desgastando vasos con la bayeta. No cabía duda de que cuando no estaba
sirviendo copas se dedicaba a martirizar las máquinas de algún gimnasio.
Siempre me he preguntado cómo pueden mear los cruasanes. Con esos brazos tan
musculados es imposible que puedan sacársela. Deben ir de dos en dos al wáter.
“¿Conoces a Iban el Ruso?” en cuando levantó la cabeza me di
cuenta de lo estúpido de mi pregunta. Aquél camarero debía conocer a muchos
rusos. “Un tipo alto, rubio, de pelo corto…” la pregunta era cada vez más
estúpida. El ruso, el camarero, me miraba con curiosidad. Dejó otro vaso que
corrió a refugiarse entre sus compañeros y abrió los brazos apoyando las palmas
de las manos sobre la barra. Ambas quedaron fuera del alcance de mi vista
perdidas a lo largo del mármol negro. Sonreía divertido.
“Tiene los ojos verdes” encontré como posible diferencia
entre unos rusos y otros.
“Ojos verdes, verdes como la albahaca. Verdes como el trigo
verde y el verde, verde limón. Ojos verdes, verdes con brillo de faca…”
“Verdes sin más. Lleva cierto negocio de coches de alta
gama” acerté a enmendar mi estupidez.
“¿a quien le importa lo que yo haga? ¿a quien le importa lo
que yo diga?”
“Digamos que trabajo para alguien con quién el Ruso tiene
negocios. Alguien importante.” Entre nosotros, otra mierda de trabajo.
“No he vuelto a verte desde aquella tarde que nos citamos en
Hawaii, llovía a mares sobre la avenida, pedimos un té con croissants”
Tomé eso por un sí ¿Hace mucho de eso?
“La otra tarde vi llover, vi gente correr y no estabas tú”
“¿Hasta qué hora estuvisteis juntos?”
“y nos dieron las diez y las once, las doce y la una y las
dos y las tres y desnudos al amanecer nos encontró la luna”.
Este Ruso empezaba a tocarme lo cojones, pero decidí
intentarlo una vez más.
“Me han dicho que viene mucho por aquí. Tengo que hablar con
Él de un asunto importante”
“se fue, se fue. Se marchó y a su barco le llamó libertad”
¿Tú también eres Ruso?
“Yo no tengo padre Yo no tengo madre. Yo soy el huerfanito.
Yo no tengo ni padre ni madre, ni nadie que me quiera a mi”
Estaba empezando a agotárseme la paciencia pero eso no era
una buena idea contra un ruso de dos por dos. Cambié de estrategia. “¿Está el
dueño del negocio?”
“la soledad envuelve a aquella chica que está en la barra
medio tirada” me dijo girando la cabeza levemente hacia la chica que seguía
zambullendo los cubitos con la punta del dedo.
“La dueña” corregí.
“Somos novios pues los dos sentimos mutuo amor profundo y
con eso ya ganamos lo más grande de este mundo. Nos amamos, nos besamos como
novios nos deseamos y hasta a veces sin motivo y sin razón, nos enojamos…” añadió
“Muy bonito ¿Te importa si hablo con ella?” Le pregunté sin
atreverme a darle sentido a aquella frase.
Resopló suavemente “Tiene mucho hot tiene mucho tempo y
tiene mucho down woman del callao.”
Eso lo interpreté como una advertencia sobre el carácter de
la mujer. Cogí la copa y la gabardina y me acerque al otro extremo de la barra.
Las dejé cansado ambas sobre la barra y ocupé un taburete al lado de la chica.
Esta mierda de trabajo no era para viejas cochambres como Yo. Ella ni se
inmutó. Dejé pasar unos segundos mirándola en silencio.
“Hola, no insistas, los cubitos no saben hundirse. Es lo que
tiene ser de hielo” La cara con que me miró la dueña del local me dejó claro
que aquella noche iba camino de batir mi propio record de estupidez como así
fue finalmente. Siguió acariciando los hielos con el índice.
“Ando buscando a Ibán el Ruso”
“Por aquí vienen muchos rusos”. Era una chica guapa, de
profundos ojos negros. Maquillada con discreción no parecía querer ocultar
algunas arrugas que aquí y allá le daban un atractivo especial. Vestía vaqueros
y una camisa blanca que no encajaba bien en la penumbra del garito.
“¿Cómo ese camarero XXL?
Lanzó una mirada furtiva hacía el otro extremo de la barra,
luego me miró de arriba abajo. Vio la gabardina, sucia y gastada, sonrió
afirmando con la cabeza.
“¿Novak? Novak no es Ruso. Es Croata.
“¿Y quién es Él? ¿A qué dedica el tiempo libre?”
“Fue jugador de waterpolo en su país, pero con la guerra le
alistaron y huyó. Desertó”.
¿Y por qué habla así?
Sonrió “Llegó un día. Entró por esa puerta hace cosa de dos
años sin hablar palabra de español. Por el día trabajaba en un gimnasio y todas
las noches las pasaba aquí en el local. Sentado en aquella mesa enfrente del
escenario. Donde están los chinos. Todos los días durante un año. Así aprendió
a hablar castellano, también inglés y un poquito de francés. ¿Hablas inglés tu?”
“Un poco. A my way” una sombra atravesó fugaz su cara.
Cruzó las piernas. Aunque llevaba vaqueros anchos decidí que
tenía unas piernas bonitas “Un día tuve bronca con el camarero y se marchó
cuando más gente había en el local”. Lancé un vistazo rápido al garito. Pensé
que aquellos serían tiempos mejores. Un grupo de cuatro chinos había ocupado
otra mesa en el centro de la sala, enfrente del escenario. El Croata les estaba
sirviendo unas copas. En ese momento paró la música mientras un tipo gordo
bajaba sudado del escenario con la camisa por fuera. Un aplauso solitario salió
de la oscuridad del rincón más alejado.
“Apenas habíamos cruzado unas palabras hasta entonces, pero
esa noche Novak se ofreció a echarme una mano y hasta ahora.”
“Con media le basta” ahí estaba Yo, apunto de doctorarme en
gilipollez.
“Ahí donde le ves no mataría una mosca”
“colecciono moscas” canturreé entre dientes.´
“A no ser que sea una mosca cojonera, claro”
“Claro. Verás, necesito localizar a Ibán” La chica miró al
suelo dándome la callada por respuesta. Llevaba demasiado tiempo sentado en
aquél taburete sin respaldo y la espalda llevaba ya un rato dándome por saco.
“Me sube la bilirrubina (ay, me sube la bilirrubina) cuando
te miro y no me miras (ay, cuando te miro y no me miras) y no lo quita la
aspirina (coro)”
¿Te estás cachondeando de Novak? Dijo levantando la voz
clavando sus ojos en mi cara flácida.
“¿Yo? Nada más lejos de mis saludables hábitos de vida”
“entonces te estás quedando conmigo” el camarero tenía
razón, la chica tenía hot, tempo, down y up, de todo.
“no, no perdona, pero es que … no sé, será este local y la espalda
me está matando”.
Hizo además de levantarse “espera” le dije cogiéndola del
brazo, demasiado fuerte, demasiado imbécil.
“Déjame, no juegues más conmigo, esta vez, en serio te lo
digo tuviste una oportunidad, y la dejaste escapar.” dijo en voz alta apartándome
el brazo de un manotazo haciéndome girar sobre el asiento hasta quedarme
mirando hacia el escenario, vacío en aquél momento. Los chinos cantaban voz en
grito cogidos por los hombros sentados alrededor de la mesa en la que ya no
cabían más cervezas.
En ese momento la chica se irguió sobre la silla mirando con
alerta hacia la barra. Me impulsé y giré hasta encontrarme al camarero con cara
de que allí alguien iba a matar a alguien.
“Bares que lugares para conversar, jefe no se queje y
sírvame otra copita más”
Noté la manaza que desde el otro lado me envolvía la cabeza
con la palma en mi cogote. Había agotado mis vidas en aquel juego de estupidez.
“sufre mamón. Devuélveme a mi chica o te retorcerás entre
polvos pica-pica”
Mi cabeza chocó con fuerza contra la barra emitiendo un
crujido seco. Los pelos de la nariz me hicieron cosquillas en el paladar.
“Te mataré con mis zapatos de claqué, te asfixiaré con mi
malla de ballet, te ahorcaré con mi smoking y morirás mientras se ríe el
disc-jockey. Y bailaré sobre tu tumba”
El segundo golpe ya casi no lo sentí. Creo que aún hubo un
tercero. Nunca me gustó el sabor de mi propia sangre, demasiado espesa.
Mientras caía lentamente al suelo con la espalda apoyada en
la barra pude ver como un señor mayor subía al escenario con un micro en la
mano. Sonaron los primeros acordes de la canción y aún tuve tiempo de escuchar
como aquél octogenario destrozaba las primeras estrofas antes de que todo a mí
alrededor fuera un zumbido. “Confieso que a veces soy cuerdo y a veces loco, y
amo así la vida y tomo de todo un poco. Me gustan las mujeres, me gusta el
vino, y si tengo que olvidarlas, bebo y olvido…”
La dueña se arrodilló a mi lado. Le gritó algo a su novio.
“malos tiempos para la lírica” añadió el corpulento Croata a
mi otro lado.
“Siempre quise ir a LA, dejar un día esta ciudad” dije antes
de cerrar los ojos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario