Aquella mañana Adela estaba más
contenta que de costumbre. Ese día no era un día cualquiera, ese día recibía la
visita de un amigo suyo. No es que nunca le visitara, de hecho lo hacía con
bastante frecuencia, casi semanalmente pero, no por ello dejaba de ser
especial. Por ello Adela deambulaba de un lado para otro sin parar: colocaba
las cortinas, rehacía la cama y trataba de dejar todo en un perfecto estado de
orden. No obstante había algo que ella lamentaba profundamente: no tenía nada
para servir, ni un maldito café ¡Era tan descuidada! Siempre que recibía una
visita le pasaba lo mismo y aunque lo intentara no podía salir, ya no tenía
tiempo. Ellos podrían aparecer en cualquier momento. Sí, ellos, hoy él iba a
venir acompañado de esa amiguita nueva suya que últimamente le acompañaba. No
es que le molestara su presencia, era una chica agradable, formal y con una
curiosidad extraordinaria, siempre preguntando cosas, y ciertamente era
agradable hablar con más gente desde que su compañera se marchó sin dejar más
explicación que una breve nota. Pero,
reconocía que echaba de menos hablar a solas con su amigo.
Adela estaba impaciente, ellos
llegarían en cualquier momento. Trató de relajarse tarareando una melodía y sin
apenas darse cuenta empezó a bailotear, dejándose llevar por la música
imaginaria que sonaba en su cabeza y la mecía. Adoraba bailar. Era algo que
ella disfrutaba como nada en este mundo, sólo comparable al placer que sentía
cantando o interpretando. Era como si una corriente eléctrica la recorriera
cuando dejaba que fluyeran las musas a través de ella, cuando cada línea, cada
diálogo resonaba en su cabeza, y ella los entonaba con una energía, con una
determinación y una fuerza que dejaba boquiabiertos a cualquiera de los
presentes. Ella era arte. Ella podría haber sido una estrella, lo sabía. Ahora
lo sabía. Lástima que unos pocos años
antes cuando tuvo ocasión, no aprovechara su gran oportunidad. Sin duda alguna,
habría triunfado. Sus profesoras de la universidad se lo repetían una y otra vez:
debía centrarse, debía tomárselo en serio, pues tenía talento pero el talento
requería ensayo. Lástima que jamás les hiciera caso. Para ella había sido todo
siempre tan fácil, tan sencillo que jamás había sabido valorar el trabajo duro,
al fin y al cabo para ella solo había sido un juego.
Llamaron a la puerta y Adela cesó
de danzar en el acto, debían ser ellos. La puerta se abrió y allí estaban ellos
sonrientes e impolutos, casi uniformados. Ella no paró de decirles que entraran
y se pusieran cómodos. Manuel entró confiado y con una sonrisa de oreja a
oreja. Era esa clase de sonrisa familiar que no puede hacer otra cosa que
alegrarte el día. Le gustaba tanto que la visitara su amigo. Su amiguita sin
embargo entró algo más tímida, aferrada al bloc de notas que siempre llevaba
consigo, mirando todo a su alrededor como un pequeño pajarillo que explora el
mundo y cuánto le rodea. Esta chica, llamada María o Marisa o algo similar, le
despertaba cierta ternura pero carecía de la sonrisa de Manuel y siempre le
hacía demasiadas preguntas. Algo que Adela, aunque molesto, consideraba lógico,
pues había mostrado mucho interés en su formación como bailarina, cantante e intérprete
y es que claro, encontrar a alguien como ella que podría haber sido una gran
estrella en todos esos ámbitos no era nada común. Quizás quisiera aprender de
ella y lograr aquello que ella no consiguió…pero no sería posible, se necesita
talento, y mucho trabajo. Adela sabía muy bien eso, ella lo había aprendido de
la forma más difícil y aunque siendo aún joven ya era demasiado tarde para
ella. El mundo del espectáculo es así de cruel.
Manuel y Marisa o María, se
sentaron en frente de Adela, que no paraba de alisarse la ropa. Manuel empezó a preguntarle con esa forma agradable
y dulce que tenía de hablar que cómo había pasado estos últimos días, si se
había aburrido, si había salido. Ella por su parte respondía con toda la
tranquilidad del mundo, hablándole de las pequeñas cosas de su día a día. Por su parte, la amiguita no paraba de apuntar
todo cuánto Adela decía del baile y de su formación. Todo iba bien hasta que
Manuel le preguntó:
-¿Echas de menos a Carmen?- dijo
con un tono más serio.
-¿Yo? ¿Por qué?- dijo Adela.
-Habéis sido compañeras mucho
tiempo, es lógico que la eches de menos y quieras hablar de ello.
-No quiero hablar de ello –
respondió Adela en un tono seco. No le gustaba como había cambiado la
conversación.
-Señora…-dijo la chica del bloc.
-¿Señora? ¡Habrase visto
semejante disparate!- exclamó llena de rabia Adela. Puede que Marisa o María o
como se llamara fuera ligeramente más joven que ella pero de ahí a tratarla de
señora… ¡A ella! Era insultante.
La chica la miraba con los ojos
como platos mientras Adela se sulfuraba por momentos. Mientras de reojo buscaba
el consuelo de Manuel, quien por su parte actuó de intermediario entre las dos
y logró tranquilizar a Adela con esa sonrisa suya y ese tono de calidez que
tanto le gustaba.
-Vamos, vamos, Adela…No te
cabrees- dijo con calma.- Marina, no te conoce tanto y solo intentaba ser
educada contigo. Pero no te enfades…una señorita como tú…
Adela se tranquilizó por
momentos. Mientras, sus interlocutores
esperaban pacientemente en su sitio. Manuel rompió el silencio nuevamente.
-Adela ¿Por qué no quieres hablar
de Carmen?
-¿Por qué iba a querer hablar de
esa egoísta? Nunca nos llevamos del todo bien, me tenía envidia, como el resto
de mis compañeros de la universidad. Yo sé que ella quería bailar, pero no
sabía y no soportaba la idea de que yo bailara y de que encima lo hiciera tan
bien. Porque en el fondo ella sabía que yo podría ser una estrella. Si no
hubiera sido tan terca y tan egoísta le podría haber enseñado a bailar…pero era
una orgullosa, tan orgullosa que ni se despidió. Una simple nota dejó. ¡Ni me
pude despedir! Mandó que le recogieran las cosas por la mañana…Espero que
cuando vuelva, lo haga con una buena disculpa…
-Adela – la interrumpió Manuel –
Carmen no va a volver…
-Bueno, eso dicen todos, pero yo
la conozco mejor que nadie, volverá.
Marina
y Manuel se miraron el uno al otro, mientras Adela volvía a relatarles sus
nuevos pasos de baile o aquella función en la que ella podría haber
interpretado el papel principal. La conversación siguió unos breves instantes
más pero finalmente se marcharon. No sin antes prometerle volver la semana que
viene.
Manuel
cerró la puerta a su paso. Cuando la puerta
se cerró apoyó su mano sobre el hombro de Marina y le dijo:
-Siempre
es duro al principio, especialmente con pacientes de esta edad.
Ella asintió con la cabeza y
esbozó una leve sonrisa mientras caminaban hasta la siguiente habitación.
Pablo Garrido
(Basado en el texto de Araceli)
(Basado en el texto de Araceli)
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