jueves, 30 de abril de 2015

La bailarina.

Aquella mañana Adela estaba más contenta que de costumbre. Ese día no era un día cualquiera, ese día recibía la visita de un amigo suyo. No es que nunca le visitara, de hecho lo hacía con bastante frecuencia, casi semanalmente pero, no por ello dejaba de ser especial. Por ello Adela deambulaba de un lado para otro sin parar: colocaba las cortinas, rehacía la cama y trataba de dejar todo en un perfecto estado de orden. No obstante había algo que ella lamentaba profundamente: no tenía nada para servir, ni un maldito café ¡Era tan descuidada! Siempre que recibía una visita le pasaba lo mismo y aunque lo intentara no podía salir, ya no tenía tiempo. Ellos podrían aparecer en cualquier momento. Sí, ellos, hoy él iba a venir acompañado de esa amiguita nueva suya que últimamente le acompañaba. No es que le molestara su presencia, era una chica agradable, formal y con una curiosidad extraordinaria, siempre preguntando cosas, y ciertamente era agradable hablar con más gente desde que su compañera se marchó sin dejar más explicación que una breve nota.  Pero, reconocía que echaba de menos hablar a solas con su amigo.

Adela estaba impaciente, ellos llegarían en cualquier momento. Trató de relajarse tarareando una melodía y sin apenas darse cuenta empezó a bailotear, dejándose llevar por la música imaginaria que sonaba en su cabeza y la mecía. Adoraba bailar. Era algo que ella disfrutaba como nada en este mundo, sólo comparable al placer que sentía cantando o interpretando. Era como si una corriente eléctrica la recorriera cuando dejaba que fluyeran las musas a través de ella, cuando cada línea, cada diálogo resonaba en su cabeza, y ella los entonaba con una energía, con una determinación y una fuerza que dejaba boquiabiertos a cualquiera de los presentes. Ella era arte. Ella podría haber sido una estrella, lo sabía. Ahora lo sabía.  Lástima que unos pocos años antes cuando tuvo ocasión, no aprovechara su gran oportunidad. Sin duda alguna, habría triunfado. Sus profesoras de la universidad se lo repetían una y otra vez: debía centrarse, debía tomárselo en serio, pues tenía talento pero el talento requería ensayo. Lástima que jamás les hiciera caso. Para ella había sido todo siempre tan fácil, tan sencillo que jamás había sabido valorar el trabajo duro, al fin y al cabo para ella solo había sido un juego.

Llamaron a la puerta y Adela cesó de danzar en el acto, debían ser ellos. La puerta se abrió y allí estaban ellos sonrientes e impolutos, casi uniformados. Ella no paró de decirles que entraran y se pusieran cómodos. Manuel entró confiado y con una sonrisa de oreja a oreja. Era esa clase de sonrisa familiar que no puede hacer otra cosa que alegrarte el día. Le gustaba tanto que la visitara su amigo. Su amiguita sin embargo entró algo más tímida, aferrada al bloc de notas que siempre llevaba consigo, mirando todo a su alrededor como un pequeño pajarillo que explora el mundo y cuánto le rodea. Esta chica, llamada María o Marisa o algo similar, le despertaba cierta ternura pero carecía de la sonrisa de Manuel y siempre le hacía demasiadas preguntas. Algo que Adela, aunque molesto, consideraba lógico, pues había mostrado mucho interés en su formación como bailarina, cantante e intérprete y es que claro, encontrar a alguien como ella que podría haber sido una gran estrella en todos esos ámbitos no era nada común. Quizás quisiera aprender de ella y lograr aquello que ella no consiguió…pero no sería posible, se necesita talento, y mucho trabajo. Adela sabía muy bien eso, ella lo había aprendido de la forma más difícil y aunque siendo aún joven ya era demasiado tarde para ella. El mundo del espectáculo es así de cruel.

Manuel y Marisa o María, se sentaron en frente de Adela, que no paraba de alisarse la ropa. Manuel  empezó a preguntarle con esa forma agradable y dulce que tenía de hablar que cómo había pasado estos últimos días, si se había aburrido, si había salido. Ella por su parte respondía con toda la tranquilidad del mundo, hablándole de las pequeñas cosas de su día a día. Por  su parte, la amiguita no paraba de apuntar todo cuánto Adela decía del baile y de su formación. Todo iba bien hasta que Manuel le preguntó:

-¿Echas de menos a Carmen?- dijo con un tono más serio.

-¿Yo? ¿Por qué?- dijo Adela.

-Habéis sido compañeras mucho tiempo, es lógico que la eches de menos y quieras hablar de ello.

-No quiero hablar de ello – respondió Adela en un tono seco. No le gustaba como había cambiado la conversación.

-Señora…-dijo la chica del bloc.

-¿Señora? ¡Habrase visto semejante disparate!- exclamó llena de rabia Adela. Puede que Marisa o María o como se llamara fuera ligeramente más joven que ella pero de ahí a tratarla de señora… ¡A ella! Era insultante.

La chica la miraba con los ojos como platos mientras Adela se sulfuraba por momentos. Mientras de reojo buscaba el consuelo de Manuel, quien por su parte actuó de intermediario entre las dos y logró tranquilizar a Adela con esa sonrisa suya y ese tono de calidez que tanto le gustaba.

-Vamos, vamos, Adela…No te cabrees- dijo con calma.- Marina, no te conoce tanto y solo intentaba ser educada contigo. Pero no te enfades…una señorita como tú…

Adela se tranquilizó por momentos.  Mientras, sus interlocutores esperaban pacientemente en su sitio. Manuel rompió el silencio nuevamente.

-Adela ¿Por qué no quieres hablar de Carmen?

-¿Por qué iba a querer hablar de esa egoísta? Nunca nos llevamos del todo bien, me tenía envidia, como el resto de mis compañeros de la universidad. Yo sé que ella quería bailar, pero no sabía y no soportaba la idea de que yo bailara y de que encima lo hiciera tan bien. Porque en el fondo ella sabía que yo podría ser una estrella. Si no hubiera sido tan terca y tan egoísta le podría haber enseñado a bailar…pero era una orgullosa, tan orgullosa que ni se despidió. Una simple nota dejó. ¡Ni me pude despedir! Mandó que le recogieran las cosas por la mañana…Espero que cuando vuelva, lo haga con una buena disculpa…

-Adela – la interrumpió Manuel – Carmen no va a volver…

-Bueno, eso dicen todos, pero yo la conozco mejor que nadie, volverá.


                Marina y Manuel se miraron el uno al otro, mientras Adela volvía a relatarles sus nuevos pasos de baile o aquella función en la que ella podría haber interpretado el papel principal. La conversación siguió unos breves instantes más pero finalmente se marcharon. No sin antes prometerle volver la semana que viene.

                Manuel cerró la puerta a su paso. Cuando la puerta  se cerró apoyó su mano sobre el hombro de Marina  y le dijo:

                -Siempre es duro al principio, especialmente con pacientes de esta edad.



Ella asintió con la cabeza y esbozó una leve sonrisa mientras caminaban hasta la siguiente habitación.


Pablo Garrido

(Basado en el texto de Araceli)

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