lunes, 2 de marzo de 2015

Ejercicio cuento fantastico (El grito del ratón)

El grito del ratón
El hombre mira fijamente la pantalla. Esta encerrado detrás del cristal. Se ve a sí mismo en un lugar diferente y viviendo otra vida. Sube el volumen, parece que algo importante va a pasar. Le gustaría decirse algo, pero la maquina no funciona de esa manera. Lo ha pensado muchas veces, pero no logra imaginar cómo ese televisor consigue capturar la vidas que dejo escapar. Tampoco le importa, le basta saber cómo usarla. Aun así le enorgullece saber que hay una versión de sí mismo que lo entiende. Lo vio a través de la máquina, a tan solo tres decisiones de distancia. No logró entender las palabras que salían de su boca, algo sobre de la contracción del tiempo y  el eco del fin del cosmos.
Era una de esas vidas que lo gustaba volver a ver, una y otra vez. Repetir ciertas líneas es uno de sus pasatiempos favoritos, sobre todo ciertas decisiones extrañas que llevan a giros que nunca había creído posibles. Normalmente solo eran una moda pasajera, se aburría de ellas con solo unas pocas visiones. Como las canciones que por mucho que te gusten aborreces de tanto escucharlas
Pero algunas tienen algo más, le obsesionan de forma casi suicida durante semanas, tanto que apenas se levanta para comer o beber. Son vidas de gritos dulces y de sonrisas en un hospital. Son vidas felices que se inyecta en los ojos, para sentirlas como si la hubiera vivido. Solo lo consigue en ciertos momentos, pero ese instante merece la pena. Esa instantánea felicidad construye unos barrotes, que lo atrapan en una búsqueda interminable entre vidas normales, triunfantes y fracasadas. Es una adicción terrible que lo ha dejado en los huesos y con los ojos sangrantes, como si la heroína lo hubiera poseído.
Sin embargo es fuerte, hay algo que le hace seguir adelante. No se refugia en esos fragmentos, no se conforma con una vida cualquiera. Ninguna es suficiente salvo la verdadera. Durante años ha buscado el camino hacia esa vida perfecta, pero son demasiadas encrucijadas y bifurcaciones que aparentan ser correctas. Pero por imposible que parezca, no se rinde, sabe que hay un él, que lo ha logrado, que tiene esa vida. Debe conseguirla también. Vivirla, aunque sea a través de una pantalla.

Es consciente de que el viaje lo ha alejado de su propia vida, de la que ha vivido de verdad. Pero hace tiempo que decidió, mucho antes de la máquina, que no tenía mucho sentido seguir viviéndola.
Llego a su poder casi por accidente, consiguió resistir por un tiempo la curiosidad, pero acabo sucumbiendo. La primera vez fue una pasada rápida a un mal recuerdo, ante sus ojos vio adonde llevaba la decisión correcta. Desde entonces no ha podido parar.
¿Cómo juzgarle?
La vida perfecta es una idea epidémica y, ante todo, una amante cruel capaz enredar a todo ser humano. Todos la deseamos. Muchas veces nos sorprendemos a nosotros mismos, imaginando como seria. Recordamos las decisiones más importantes de la nuestra mientras los “¿Y si…?” escalan la garganta. Nos la relatamos una y otra vez como deberían haber sido, por si por casualidad se hiciera realidad de repente, con tan solo pensarlo.
¿Pero… y si no hiciera falta imaginarla? ¿Y si pudieras ver cómo es? ¿Qué harías?
¿Sucumbirías a la curiosidad de saber qué hubiera pasado?

Sus tripas se retuercen de hambre pero ya no queda nada. La señora que le trae la comida se está retrasando. Hoy debería limpiar también, pensó, antes de verse morir en la pantalla.
Con la boca abierta, mira cómo un autobús, salido de la nada, embiste el coche que iba conduciendo. Vuelca y queda atrapado en los entresijos de polímero y metal. Grita de dolor mientras el fuego le muerde la carne. La explosión del motor le libera del sufrimiento, despedazando su cuerpo y carbonizando los restos. La pantalla se imprime de negro y una musiquilla triste empieza a sonar. La palabra FIN desciende hasta quedarse en el centro. El hombre se muerde el labio pensando en el mal gusto de los fabricantes. El hambre ha desaparecido de golpe. Ya se ha visto morir miles de veces, pero nunca es agradable. Al principio le sorprendía lo fácil que es desaparecer. Como la muerte se esconde en cada esquina, esperando un desliz en tus palabras que te guie a un lugar nefasto, en el momento adecuado.
La primera vez que se vio morir apenas pudo creérselo. Estaba en el parque al que solía ir de niño, un lugar que guarda algunos de los pocos recuerdos felices de su vida. ¡Qué tontería! ¡Que broma! ¡Qué fácil! Tan fácil como dejar sus manos libres en el columpio y sin querer perder el equilibrio y caer. Un mal ángulo, una mala caída, un mal golpe y ya está.

Se levanta a duras penas. Los músculos de las piernas se han quedado dormidos. A paso lento llega hasta la pared y coge un pincel fino del suelo. Lo sumerge en un bote de pintura roja y con el cariño de un pintor, traza una línea roja en la pared.
—Nunca debí ir a casa de Alana, y mucho menos conducir distraído, pensando en sus malditas paranoias y en como arreglar las cosas con ella
Haces unas semanas no conocía a esa mujer, sus vidas había pasado distantes al igual que dos trenes en países diferentes. Ahora la había visto morir aburrida y vieja, se habían tirado platos a la cabeza. Y aunque no fuera la mujer de su vida, la amaba
Camina hacia atrás, siguiendo con la mirada el recorrido que ha terminado, hasta que contempla toda su obra. Un pulmón dibujado por incontables líneas de colores que se extiende por toda la pared. La decisión principal, una tráquea que desciende hacia arriba, ramificándose en cada una de las posibles consecuencias. Al lado de las líneas escribe ciertas palabras que la ayudan a recordar a donde se dirige el camino. Además usa una tinta diferente para clasificarlo, el verde y el rojo son evidentes, el negro significa morir y el dorado la felicidad.
Al principio fue fácil, nada comparable a lo que ahora tenía delante. En una libreta dibujo un pequeño arbolillo. Un primer boceto para organizar las decisiones que consideraba más trascendentes Pensó que apenas tardaría unos días en saciar su curiosidad. Que las decisiones verdaderas estarían a la vuelta de la esquina. Pero los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses y… bueno, la su ambición aumentó con el tiempo. Vislumbró la misión, sabe que no es un adicto. Detesta que la señora que limpia de vez en cuando le mire como a un loco. En el reflejo de la ventana ve a un explorador, a un filósofo investigando acerca de la vida, de los caminos que tiene y al sentido que llevan.  Lleva tiempo cerca de algo importante y no puede desprenderse de la asfixiante sensación de estar dando vueltas en círculos. Su sangre vibra, como cuando estas a punto de resolver un acertijo. El hombre creía que la última decisión diría algo más, pero ha sido otro callejón sin salida.

Sigue caminando hacia atrás, buscando a tientas la máquina, tiene que volver a ella. Su cabeza choca contra un hilo tensado. Encima de ese hay decenas de ellos, mas según te acercas al techo, entrecruzándose en un red sanguínea entre las paredes. En cada una de ellas crecen diferentes pulmones, entrelazados como si fueran una misma marioneta Acaricia el hilo de color verde, y lo sigue como si estuviera trepando por una cuerda. Al llega a otra pared, rasca el óxido del clavo que lo mantiene sujeto a una línea del mismo color. Observa con tristeza como el rojo y el negro se apoderan casi por completo de la periferia pulmonar.
Acaricia la pared buscando las líneas doradas, respira hasta que le duele el pecho, imaginado que absorbe el aire cálido que viene de ellas. Y al soltar el aire de golpe, descubre, que la respuesta siempre ha estado allí, en la sangre. Pero no puede crearla. No quiere creerla. Corre hacia la máquina, tropieza y choca contra el sillón. Se arrastra por el suelo posando sus manos sobre platos sucios y restos de comida hasta llegar a la pantalla. Gira la ruleta del tiempo hacia adelante, todo lo que puede, y aprieta el botón de encendido, dejándolo marcado por un rastro de carne mohosa.
En la superficie, los electrones se suicidan creando una imagen en movimiento. El hombre mira fijamente la pantalla, está encerrado detrás del cristal. Se ve a sí mismo en el mismo lugar y viviendo la misma vida. Cambia de canal, pero todo sigue igual. Pulsa otra vez el botón, y otra, y otra, y…
Pero en la imagen siempre esta arrodillado frente al televisor, insistiendo de forma patética en cambiar de canal y golpeando la pantalla tal como lo hace él.
Grita hasta asfixiarse
Vuelca la máquina y corre a buscar un bote de pintura. Vierte el líquido blanco sobre la máquina, se extiende como una mancha en la ropa. No es suficiente, puede ver la imagen a través de la capa de nieve plastificada, tiene el recuerdo clavado dentro del cráneo. Con cierto arrepentimiento limpia la pantalla con los brazos extendidos, que se impregnan como brochas. Anda hacia la pared, mientras su piel deja un rastro de copos acrílicos. Agarra un bote de pintura negra y lo tira sobre el pulmón. Pero no es suficiente para matarlo, mientras la mancha crece en ríos cancerosos, lo golpea con pintura roja. Las partículas de color le salpican la cara
— ¡Sangra!
Continúa la masacre, procurando acabar con cada línea. Se forman imágenes abstractas a partir del caos, testigas de la locura. Al enfrentarse a la última pared, mira sus brazos blancos, rajados por los colores. Los hunde en el último bote de pintura. Sus manos buscan la perfección en cada letra. Escribe sus últimas palabras.
                                               S O M O S
                                                      M E N T I R A

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