No pensaba escribir nada, porque no me veía capaz de hacer un cuento fantástico, pero al final apareció una pequeñísima idea. Espero que no os resulte demasiado aburrido.
Aún recuerdo el día que llegaste a mi vida. El sol
estaba saliendo entre las nubes, el cielo estaba medio despejado, un arcoíris
cruzaba el cielo grisáceo. Era un buen presagio. Naciste tan perfecto, con las
dos orejas, todos los dedos de las manos y de los pies, la tez suave y
sonrosada. Te miré detenidamente y un estremecimiento recorrió mi espalda. Ni
un lunar, ni una pequeña mancha. La enfermera que te puso entre mis brazos me
sonrió mostrando su boca desdentada. Todo se arreglará, me dijo, no se
preocupe. Y la creí.
La creí porque necesitaba hacerlo. Te crié dándote
leche de mi único pecho, igual que hizo mi madre dándome del suyo, esperando
que mi alimento hiciera efecto en ti. Tu padre me miraba en esos ratos, a veces
sentado, a veces erguido en su pierna, y movía la cabeza con resignación.
Funcionará, le decía yo, ya verás como dentro de poco todo saldrá bien. Pero él
no lo creía.
Pasaron los años y creciste hermosísimo. Las dos
piernas igual de largas, ninguna leve cojera, ni defecto en las plantas de los
pies. Los brazos fuertes, los codos a la misma altura en ellos. Los preciosos
ojos verdes con las pestañas largas y rubias a juego con tu cabello. Ninguna
dioptría, me dijo el oculista mirándome con su único ojo, pero se remediará con
la edad. Y lo creí.
Caminabas mejor que nadie, con tus dos piernas.
Hablabas mejor que todos, con tu boca magnífica y tus dientes blanquísimos, a
pesar de no dejarte usar el cepillo y la pasta dentífrica. Y entonces empezaron
los problemas. La vecina del quinto derecha quería que le masticaras la carne
para que ella pudiera comer, porque solo tenía un diente. El vecino del primero
izquierda que le alcanzaras los botes de comida, porque los muñones eran
demasiado cortos para cogerlos. El niño del ático que lo cogieras en brazos
para correr, porque no tenía pies. Todo el vecindario sabía lo tuyo. Tu padre,
resignado, te veía correr desde la ventana. Todo se solucionará, le decía yo.
Pero él no me creía.
Y corrió la voz. Al llegar a tu mayoría de edad
toda la ciudad conocía de tu magnificencia. El policía de tráfico del barrio te
llamaba para que soplaras el silbato mientras él ponía orden en los automóviles
que circulaban, porque no tenía labios. El tendero te necesitaba para que
miraras si alguien le robaba en la tienda, porque no tenía ojos. El portero de
fútbol del equipo local quería que le ayudaras a parar los balones, porque le
faltaba un brazo. El director de la orquesta municipal te tenía al lado para
que le dijeras qué músico se equivocaba, porque no tenía orejas. El alcalde te
llamaba para que leyeras sus discursos, porque no tenía voz. Ibas de un lado a
otro con esa sonrisa sublime, sin darle importancia a nada. Ninguna enfermedad
mental, me dijo el esquizofrénico psiquiatra, pero llegará, no se preocupe, a todos nos llega
alguna vez. Y lo creí.
Me gustaría haber tenido nietos, pero ninguna
mujer se ha fijado en ti, tan adonis que eres. Ellas los prefieren con alguna
tara, aunque sea mínima. Y tú sigues sin tener ninguna, ni tan solo una pequeña
peca que mostrar al mundo y decir: Soy como todos, ¿no me veis? Como vosotros.
Tu padre murió y en su lecho de muerte le repetí que todo acabaría bien al
final. Pero él siguió sin creerlo.
Me queda poco tiempo, lo sabes, y mi único anhelo
es que seas feliz. Me da miedo dejarte solo en este mundo de imperfecciones,
porque eres inocente de ellas. Quiero que no quedes solo tras mi partida y aspiro
a que te integres en esta sociedad que nos envuelve. He sido muy cuidadosa en
mi elección. Como comprobarás, he escogido el mejor de los diseños, uno de
corte clásico, una pieza elegante, de una de las mejores fábricas de Albacete.
El filo es de acero inoxidable de alto rendimiento y durabilidad. El mango es
de madera noble de palisandro, pulida y con un excelente acabado superficial.
Los remaches machihembrados son de acero inoxidable y están garantizados contra
la corrosión. Tan solo me queda decir, hijo mío, que aguardo a que hagas un
buen uso de mi ofrenda y cumplas mi último deseo, siquiera algo menudo. Sigo
creyendo en que todo se resolverá.
Tu madre, que te quiere.
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