-¿Y qué más? Venga, suéltalo ya,
me estás poniendo nerviosa.
Te he dicho que no he escuchado nada más, eres una pesada. Me voy a
afilarme las uñas. ¡Déjame en paz!
-¡Cualquier día te encontrarás el cajón de arena en la puerta de la
calle! ¡Gato asqueroso!
Observaba a Bisou contoneando sus
caderas mientras desaparecía de mi vista. Era tan antipático cuando menos me
interesaba que lo fuera… Aunque la verdad es que quizá ese día solo pretendía
que no empezara la Tercera Guerra Mundial; por eso tardó en contármelo. Y por
eso me evitaba más que de costumbre (que ya es decir).
***
-Sí, el plazo termina el jueves y
estamos a martes. Al menos, ya solo me quedan los últimos retoques. Está todo
maquetado, las imágenes incrustadas y toda la infinidad de cosas que se deben
hacer para que te den el primer premio.
Clara me observaba sin inmutarse
a la vez que le soplaba a cada cucharada de sopa que rescataba de su plato. Me
sonrió con pocas ganas. Sin embargo, Edu me escuchaba con atención e incluso
mostraba interés. Demasiado para no ser sospechoso.
Desvié la mirada hacia Bisou, que
estaba sentado en el otro extremo de la mesa, analizando la situación. Me miró
y movió exageradamente la cola.
¿Ves la ensalada que está comiendo? Pues es tuya, la ha cogido de tu
estante. No te creas que se interesa por tu concurso de empresas ni nada de
eso.
-Edu, voy a bajar al supermercado, ¿necesitas algo? – dije con el
tono más alto del que pretendía.
-No, creo que tengo de todo…
Reí al ver cómo sonrojaba.
Clara se levantó sin decir nada,
recogió sus platos (pero no los lavó, como de costumbre) y se escondió en su habitación.
Me quedé mirando a Edu. Lo conocía desde los primeros días de colegio y nunca
nos habíamos separado. Nunca nos habíamos peleado y nunca nos habíamos dejado
de hablar. Hasta que llegamos al piso. Universidad, independencia, convivencia,
esas cosas. Ahora día sí y día también pasaba algo digno de reprochar. Sin
embargo, llevábamos ya casi cuatro años aguantándolo y nunca había pasado nada
lo suficientemente grave como para romper nuestro lazo. ¿Que si alguna vez
sentí algo más que amistad por él? Siempre, no es necesario mentir. Esos ojos
color canela, esa mirada de curiosidad; era imposible no fijarse en él.
Y, él… Bueno, recuerdo claramente
las palabras de Bisou, el primer día que llegó al piso para pasar a ser el
cuarto compañero: Edu te nombra en su
diario (y más de una vez), yo que tú me lanzaba a su cuello. Sin embargo,
nunca me había decidido a dar el paso, Edu estaba con Clara desde hacía un año;
y aunque Clara no fuera ni una mínima pizca de mi agrado, Edu era mi amigo y
hacerle daño a su entorno era hacernos daño tanto a él como a mí. No sé si me
explico.
Aquella tarde la pasé en mi
habitación, revisando mi proyecto que, si se situaba en la primera posición del
concurso, me permitiría fundar la empresa médica con la que siempre había
soñado gracias a la dotación económica del premio. Bisou iba y venía, entraba y
salía. Y siempre con una nueva noticia en boca, que si Clara había vuelto a
usar mi pasta de dientes, que si Edu no había tirado de la cadena y se había limpiado en mi toalla… A veces me
preguntaba qué pasaría si también pudiera hablarles a ellos. ¿Me aborrecerían
tanto como yo a ellos? Vale que Edu siempre había sido mi amor platónico pero…
a veces se tomaba demasiadas confianzas. Y, de vez en cuando, pues una tiene el
derecho de hartase de todos y de todo. Incluso había días que deseaba que Bisou
no pudiera hablarme, sería más feliz en la ignorancia, si no he visto lo que ha
pasado no tengo por qué saberlo, Bisou. Pero otros… venía muy bien saber qué obscenidades
decían tus compañeros de la ropa que tendiste en la terraza o quién había roto
el último cuchillo que estaba afilado.
El caso es que esa noche fue
cuando se prendió la llama que llegaría a detonar la bomba.
A eso de las siete de la tarde
empecé a escuchar gritos de la habitación de al lado. Uno estaba cansado de que
la otra no confiara en él y una estaba enfadada por las miraditas de “la niñata
esta”. La verdad es que podría haberse cortado un poco o al menos bajar la voz,
que las niñatas a veces necesitan silencio para trabajar. En cuestión de diez
minutos de gritos, se oyeron portazos y de nuevo silencio. Bisou se deslizó por
el hueco de cinco centímetros de mi puerta entreabierta y empezó a contar.
-Lo he escuchado, peludo, hay
veces que no se necesitan gatos chismosos para escuchar las cosas.
No, hay algo más, es que…
-¿Con quién hablas?
-Ah, Edu, eh… Pues es que a veces
hablo sola, ya sabes, el estrés y eso…
Qué cara de tonta se te pone cuando mientes, tendrías que verte en el
espejo.
-Oye, lo siento por los gritos. ¿Necesitas un descanso? Venga, te
invito a cenar.
Pensé que Edu necesitaría hablar
y, aunque me alegrara de que quizá hubieran sido las últimas palabras que
compartiría con Clara en su vida de pareja, me preocupé de que aún quedaran
varios meses de contrato y convivencia los tres juntos. Sin duda, eso fue
adelantarme a los acontecimientos pero estaba tan egoístamente ilusionada que
no pude evitarlo. Así que cogí la cartera y las llaves y nos fuimos a la calle,
no antes de escuchar de fondo la voz de Bisou: Yo siempre pensé que era mejor dejarlo estar.
Recuerdo que fue la vez que más
cariñoso encontré a Edu desde el principio. Me pasaba el brazo por encima de
los hombros, me miraba demasiado tiempo seguido a los ojos, me respondía
despreocupadamente. ¿Es que no estaba afectado por lo que había pasado? Sin
darle demasiadas vueltas, me dejé llevar. Cenamos, hablamos y reímos. Me sentía
tan feliz ante lo que parecía un paso adelante en nuestra relación que quise
dejarlo todo claro antes de que pasara
nada más.
-Oye, Edu, ¿qué pasa con Clara?
-Eh, no quiero hablar de eso
ahora, mejor volvemos a casa, que es tarde.
Fue delante de la puerta de casa
cuando pasó. En vez de buscar las llaves, mi amigo buscó mi boca. Y en vez de
susurrarme un te quiero me susurró un lo siento. Sentía que levitaba y por
eso no le di importancia a la contradicción. Y también por eso me dejé caer en
la cama directamente sin ni siquiera quitarme la ropa. Era tan feliz.
Desperté con la luz del sol en la
cara y con una sensación nueva. Me levanté de un salto, me lavé la cara y todas
esas cosas que se hacen por las mañanas. Estaba sola en casa (excepto por
Bisou, aunque no hubiera venido a darme los buenos días como había hecho todos
los días desde que llegó al piso), qué raro. Decidí no pensar en dónde estaría
quién y me senté delante de mi ordenador.
No estaba. Mi proyecto no estaba
en ningún sitio a un día de la entrega. Tampoco estaba la copia de seguridad y
tampoco nada que pudiera demostrar que era mío. Nada. Absolutamente nada.
Tampoco estaban mis compañeros en el piso. No podía estar pasando.
Empecé a sudar, a ponerme
nerviosa y a gritar.
Yo siempre pensé que era mejor dejarlo estar.
-¡Bisou! ¡Dime qué está pasando o te juro que te mato!
Solo sé que ayer estaba todo bien pero también estaba todo planeado. Y
hoy, pues está todo hecho. No hay más.
-¿Y qué más? Venga, suéltalo ya,
me estás poniendo nerviosa.
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