SEGUNDA
OPORTUNIDAD
¡Eh, hola! ¿No me oís? Mirad hacia arriba.
Estoy aquí, encaramada en esta nube blanca semejante al algodón, suave y
tierna, con la dosis justa de calor. El tiempo en las alturas es perfecto, y yo
me siento ágil como un águila, mi cuerpo ligero: el aire entra y sale por él a
placer.
Un
momento, ¿desde cuándo no me afecta gravedad? Puedo flotar y desplazarme a
cualquier distancia con una rapidez increíble. ¿Qué sucede? Recuerdo que estaba
dormida y una voz me ha despertado y me ha dicho que vaya a la parada a esperar
la luz brillante.
La
verdad estoy hecha un lío. No sé cómo he venido hasta aquí y por qué he de
aguardar a esa luminosidad diáfana.
Será
mejor que haga un flashback y rememore toda mi vida hasta llegar a esta
situación esperpéntica en la que me hallo. Lo cierto es que no recuerdo haber
bebido.
Me
llamo Candela García, tengo treinta y cinco años, siempre he sido una mujer
alegre, optimista; bastante conservadora, soy hermética a los cambios y muy
luchadora y sacrificada por conseguir lo que me proponga, «vamos que tengo
redaños suficientes», pero sin poner la zancadilla a los demás.
Mis
circunstancias familiares me llevaron a trabajar desde muy jovencita y como
carecía de preparación, mis empleos eran temporales y mediocres.
Vivía
la vida de la gente influyente a través de las revistas que me proporcionaban.
Me juré a mí misma que algún día yo también saldría en aquellas revistas tanto
en economía, ecos de sociedad…No, no era una ilusa. “Soy una persona
inteligente”. Resolví llegar a mi meta aunque para ello sacrificara estar con
la familia, amigos, ocio…Envuelta en un caparazón indiferente, no permití
ningún obstáculo que interfiriera en mis planes. Eso sí, sin aplastar a nadie
en mi camino hacia el éxito. Seguí un código de honor que me enseñó mi padre y
del cual estoy muy orgullosa. Aunque otros no tuvieron en cuenta esa
reciprocidad. El sendero por el que transité, estuvo sembrado de tropiezos,
puñaladas – en sentido metafórico-, falsos rumores, pero esto sucedió más
adelante, cuando empecé a destacar.
Mi
entorno fue difícil, complicado, sin embargo, estudiaba a todas horas; en
múltiples ocasiones, las pestañas se negaban a despegar, a abrir el escaparate
de la visión, mas mi tozudez era mayor.
Conseguí
acabar Administración y Gestión de Empresa. Mis prácticas no pasaron
inadvertidas. Me fui a EEUU a una gran multinacional, ascendí rápidamente peldaño
a peldaño en la jerarquía de la empresa hasta conseguir ser la vicepresidenta,
además de socia. A partir de ahí, no había fiesta en la que yo no estuviese
invitada, agasajada, mimada. Mi foto con frecuencia salía en la revistas más
prestigiosas del mundo, verbigracia The Economist.
Viajaba continuamente por negocios. Mi status social subió como la espuma de
champán. Se puede decir que en la actualidad soy una mujer rica, con poder,
mucho poder. Mi trabajo es lo primero, tengo un prestigio al cual me debo.
Hace
tres días en mi apartamento de Nueva York me acordé de mi madre. Las luces de Times Square, el árbol encendido en Rockefeller Center y demás motivos
navideños evocaron sucesos infantiles llenos de ternura de un pasado lejano.
Hacía
cinco años que no veía a mi madre. Contactaba con ella, en algunas ocasiones, a
través de llamadas esporádicas o videoconferencia. Mi secretaria se ocupaba de
enviarle algún regalo en ciertas fechas señaladas.
La
música, el ambiente se introdujeron en algún resquicio del corazón y de mi
mente.
Opté
por hacer un viaje relámpago y dar una sorpresa a mi madre. Cogí un vuelo y al
cabo de unas horas aterricé en Madrid.
Aunque
resulte difícil de creer, no conseguí hacerme con un taxi-había huelga-. Llamé
a una empresa de alquiler de coches, me proporcionaron uno a mi gusto.
»Reconozco
que llevaba prisa, iba acelerada por la carretera y… ¡vaya un accidente!, y yo,
¿qué hago fuera del coche? Un momento, ese es el coche que conducía y la mujer
ensangrentada soy yo. Entonces… ¡Oh, no!, ahora lo entiendo todo.
La
ambulancia y la policía llegaron casi al unísono. El médico dice: «Aún respira,
aunque muy débilmente». Me pone la mascarilla de oxígeno, «gracias». Me
transportan en ella y durante el recorrido la sirena emite sin cesar su sonido
estridente y alarmante para el que lo escucha.
Un
policía registra mi bolso, da con el móvil y de todos los números, elige el que
pone “mamá “, acto seguido llama para informar, con mucho tacto, de lo sucedido
y dice adonde me llevan.
Llegamos
al hospital por Urgencias, dos enfermeros me conducen presurosos a la sala de
operaciones, allí con cuidado me colocan en otra camilla y sin perder tiempo
entra el cirujano y sus ayudantes, dispuestos a operar. Yo estoy de pie al lado
de ellos, viendo como me intervienen.
Animo
a mi envoltorio de materia humana que me ha albergado estos años. Siento
ternura hacia mí, una piedad inmensa, y por qué no decirlo, descubro que me
quiero.
«La
estamos perdiendo», grita el cirujano. Con energía da nuevas órdenes a su equipo.
Me inducen el coma para ganar tiempo.
No
puedo resistir esta tensión, decido salir de la sala volando, nunca mejor
dicho.
Veo
a mi madre abatida, el dolor y la desesperación se reflejan en su rostro, las
lágrimas fluyen de sus ojos como cataratas inmensas, sin contención posible. Me
gustaría abrazarla, pero es inútil, este nuevo cuerpo me lo impide. Siento una
mezcla de pena y remordimiento por el abandono en la que la he postergado
durante estos años. «Ahora todo sería diferente si volviera atrás, mamá».
Regreso
a mi nube blanca y aguardo esa claridad que no llega. Reflexiono sobre mis
aciertos y fracasos. No me arrepiento de todo lo conseguido a través de mi
esfuerzo personal, es más, me siento orgullosa. Pero también llego a la
conclusión de que mi vida no ha sido plena, es decir, no ha habido equilibrio
entre los distintos aspectos que la componen: en el terreno familiar, social
–fuera de la empresa - , amistad, amor, ocio…
Pido,
vehemente en voz alta, UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD para rectificar. Ahora, valoro
otras cosas importantes que constituyen la esencia del ser humano. « ¿Es
demasiado tarde?», grito. « ¡Atención!», no estoy sola en la nube, otros
cuerpos carentes de materia se aproximan. Me saludan sonrientes y permanecen
junto a mí.
Un
niño pequeño juguetea a nuestro alrededor, un chico joven con cara despistada
como de no entender nada, me interroga con la mirada. « Dentro de poco lo
comprenderás». Un par de ancianos conversan satisfechos sobre la plenitud y
sentido que han tenido en sus longevas vidas.
Por
fin, una luz benévola ilumina el entorno, nos ponemos en pie y nos colocamos en
fila – pura costumbre -, nos disponemos a entrar; el niño se cuela el primero,
cuando llega mi turno, la claridad se aleja, corro en pos de ella « no estoy yo
para jueguecitos», una voz en off me dice: « ¿Has pedido una segunda
oportunidad?» «Sí», respondo alto y claro. « Te ha sido concedida».
Despierto
en una habitación blanca, mi madre está a mi lado, sin lágrimas que bañen su
hermoso rostro. Otra persona vestida con una bata verde le pasa el brazo por
sus hombros y le dice: «Pronto se recuperará por completo».
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