EL
JUEGO
¡Albricias!
Usted ha sido seleccionado. Podría conseguir medio millón de euros mediante un
juego. ¿Acepta?
Esta nota se envió a cuatro personas
residentes en Barcelona. El sobre también contenía un pequeño broche dorado con
una gema roja en su interior. Debían ponérselo para ser identificados.
Presentarse en la estación Sants, coger el Euromed a las 7.00 de la mañana con
destino Valencia, concretamente, a una casa rural señorial en Bocairent.
Al día siguiente, se encontraron los cuatros
componentes elegidos en el andén. Se miraron de soslayo, con curiosidad, pero
una vez aposentados en el vagón, todos se presentaron.
Julio Andrade, arquitecto. Tenía unos
treinta y cinco años, alto, ojos oscuros, pelo negro hasta los hombros, sonrisa
pronta a insinuarse. Nervioso, sus dedos se retorcían y las manos no paraban
quietas.
Marta Gutiérrez, auxiliar administrativo en
paro. De unos veinticuatro años, bellísima, con unas proporciones perfectas,
alta, ojos color miel, de abundante cabellera cobriza, risueña, y al parecer
muy confiada; esto se intuía en sus gestos, comportamiento y en la manera de
expresarse.
Mario Sánchez, deportista. Treinta años, de
complexión atlética, alto, ojos castaños y muy seguro de sí mismo.
Sofía Vela, secretaria. Unos veintisiete
años, de proporciones parecidas a las de Marta, rubia, ojos marrones; con un
temperamento resuelto y decidido, muy enérgica.
Hechas las presentaciones el diálogo se hizo
más distendido, locuaz. Se hacían cábalas de por qué habían sido escogidos. Así
a simple vista, no tenían nada en común: ni por profesión, aficiones, posición
social… En broma, en serio, apostaban quién de ellos se alzaría con el triunfo,
por supuesto, cada uno mantenía sus propias esperanzas: Marta necesitaba el
dinero para ayudar a su familia, Julio para un proyecto ambicioso, Mario para
sus escaladas, y Sofía quería ser socia de su empresa.
Al llegar a la estación del Norte de
Valencia, un chofer les esperaba con un BMW de alta gama. Subieron en él y se
mantuvieron en silencio, contemplando el paisaje. El conductor se desvió por un
camino flanqueado por árboles que les condujo a la casa rural. Una vez allí se
apearon, y los criados recogieron sus equipajes.
La fachada señorial del siglo XVIII,
remozada y arreglada para ser habitable les produjo una grata impresión. Que
fue en aumento al atravesar el zaguán. Un jardín repleto de buganvillas, bignonias
y otras plantas trepadoras de distintos colores, se enroscaban en las delgadas
columnas, así como en las paredes; daban sensación de sosiego y serenidad.
Dentro del interior de la vivienda aguardaba
la anfitriona, Paula Gómez, una señora de mediana edad, de aspecto agradable.
Les dio la bienvenida y con celeridad asignó sus respectivas habitaciones.
Podían asearse, deambular por la casa o
simplemente descansar hasta la hora del almuerzo. Por la tarde tendrían una
entrevista con Don Emilio Barea que informaría sobre todo lo concerniente al
juego. Asimismo advirtió que serían los únicos huéspedes durante esa semana.
Ella no sabía nada, por tanto, se abstendrían de hacerle preguntas. Sólo se
ocuparía del avituallamiento y de la parte doméstica.
Los jugadores inspeccionaron la residencia,
en la planta baja había un salón– biblioteca magnífico, presidía la estancia un
gran cuadro de una dama muy hermosa. Por su atuendo, debía ser de principios
del siglo XIX. Sólo portaba una alhaja en el cuello, muy semejante a la que
tenían ellos. Sofía hizo bromas, con el parecido físico de la noble con Marta.
Continuaron con el recorrido, a la derecha un comedor estilo “Vintage” muy
acogedor con diez mesas y una gran cristalera que daba a una zona del jardín. A
la izquierda, una amplia sala de ocio. Al salir se toparon con una criada que
desapareció por una de las puertas, supusieron que daría a la cocina y demás
dependencias del servicio. En la planta alta se hallaban las habitaciones de
los huéspedes, con sus respectivos baños y terrazas dominando el jardín y el
paisaje de Bocairent.
Don Emilio, de mediana edad y porte
distinguido, expuso con toda claridad el programa: el juego duraría a lo sumo
cinco días. Misión: encontrar un broche antiquísimo, la descripción coincidía
con la joya que llevaba la dama del cuadro. Don Emilio era el portavoz de
“alguien” que quería permanecer en el anonimato. Les aconsejó que las pistas no
las pusieran en común, pues el premio sería para un solo ganador. Debían
desconfiar unos de otros. El juego empezaría al día siguiente. Él regresaría el
último día por la tarde.
Por la mañana temprano – antes del desayuno
– decidieron dar una batida por los alrededores, pero cada uno por su cuenta.
Mario se llevó unas cuerdas y algunos
aparejos necesarios para escalar, había visto un precipicio; Marta visitó una
pequeña iglesia y miró por todos sus vericuetos; Julio se quedó en la casa,
observando objetos y muebles, y Sofía fue a la montaña, pero antes tuvo la
deferencia de dar unos bombones a Marta.
Unos gritos hicieron salir de la vivienda a
Julio, Marta venía dolorida, alguien había tratado de empujarla, cuando se
encontraba en el borde del precipicio. Sofía le echaba la culpa a Mario. Éste recalcaba
que sólo intentó sujetarla para que no
cayese al vacío. Desde entonces, la sospecha se instaló en las mentes de los
cuatro compañeros.
Después de la cena, acordaron que buscarían
la joya en el interior de la mansión y de no tener éxito, irían a las rocas a
investigar. Julio señaló que el paisaje del cuadro era característico de
Bocairent, con “Les Covetes” al fondo.
A la mañana siguiente, bajaron a desayunar
todos menos Sofía, extrañados subieron a avisarla. Al abrir la puerta, la
descubrieron en la cama narcotizada, con una mordaza y maniatada. El juego se hacía cada vez más peligroso. Alguien
trataba de impedir que encontraran el broche, pero ¿quién? No obstante,
decidieron continuar.
De la casa no quedó ni un resquicio por
escrutar: muebles, cajones, paredes, cortinas, documentos, libros, baldosas del
suelo poco firmes, etc. Estaban desalentados.
Julio salió al jardín con Sofía. Al cabo de
media hora se oyó una detonación, todos los del interior de la casa salieron a
excepción de Mario que estaba en la terraza de su habitación. Alguien había
disparado a Julio, por fortuna la bala sólo le rozó el hombro. Nadie vio nada,
pero las chicas miraron hacia el balcón de Mario, aunque no tenían pruebas, la
sospecha estaba ahí.
Ellas querían dejar el juego, la vida valía
más que el premio; Julio dudaba, pero para Mario era un nuevo acicate y pese a
que la desconfianza de los tres hacia el deportista iba en aumento, decidieron
continuar.
Durante dos días, registraron el interior y
exterior de la vivienda. Allí no se hallaba la joya. Y el plazo acababa al día
siguiente.
Julio recordó que les quedaba por ver “Les
Covetes del Moro”, unas cuevas artificiales con agujeros en forma de ventanas
excavadas en la roca del acantilado. En la actualidad las cámaras se comunican
y podría haber infinidad de recovecos por observar. El acceso sería fácil ya
que había escaleras para entrar.
Sofía y Marta determinaron levantarse dos
horas antes que los chicos e ir juntas a investigar. Intercambiaron sus
chaquetas, Marta se encontraba algo destemplada. Cogieron sus sombreros, los
bocadillos y salieron sin hacer ruido.
Era casi mediodía, cuando un grito
ensordecedor retumbó en las cuevas. Sofía, en ese instante estaba sola, caía al
vacío, o tal vez, una mano la había ayudado en su caída. Ninguno de los tres
jugadores tenían coartada en ese momento.
Marta se encaró con Mario. Lo acusaba,
aunque no tenía pruebas fehacientes, de ser un asesino, de intentar despeñarla
a ella también y a Julio con aquel disparo fallido. El motivo estaba claro,
quedarse con el premio. Mario no dijo
nada, se dejó apresar dócilmente.
De regreso aguardaron en el salón-biblioteca
a la autoridad competente. La policía irrumpió de improviso, uno de ellos dijo
sorprendido:
─ Inspector Sánchez ¿qué hace maniatado?
─ Desáteme, García. Traigan a la señora
Paula y a Don Emilio. El servicio puede retirarse.
El grupo, sorprendido, observaba atónito al
deportista que ahora, mostraba su placa de inspector jefe de la policía secreta
perteneciente a la capital catalana. Él dirigiéndose a Marta, que aún no había
cerrado la boca de la impresión, le dijo, empleando un “usted” divertido y
ceremonioso:
─ Srta. Andrade, voy a explicarle el complot
que han ideado en torno suyo. Tengo todas las claves para cerrar el caso.
Al escuchar estas palabras, Julio se
derrumbó en el sillón a la vez que su vaso se hacía añicos en el suelo.
─ ¿Srta. Andrade? – repitió desconcertada
Marta- Querrás decir Gutiérrez.
─ No, Marta, tú eres adoptada. Tu abuelo el
millonario Javier Andrade hizo lo posible para ocultar el desliz de su hija,
pues tenía planes matrimoniales ventajosos para su empresa y que se truncarían
si eso salía a la luz pública.
A medida que el inspector hablaba, la cara
de Marta expresaba estupor. Resultaba que su abuelo la entregó a una familia de
clase media baja. Arregló todos los papeles ya que tenía
influencia y dinero para hacerlo. A la madre le dijo que el bebé había muerto
después del parto. Seis meses después, su hija sufrió un accidente mortal.
Con el transcurrir de los años, los
remordimientos hicieron mella en él. Redactó un testamento en el cual hacía
heredera universal de todos sus bienes a su nieta y en caso de deceso, su
heredero sería su sobrino-nieto, Julio Andrade. Éste sabía del testamento,
envenenó a su tío-abuelo, y pensó en deshacerse de Marta, antes de que leyeran
sus últimas voluntades, mediante la farsa de un juego ridículo.
La policía llevaba tiempo siguiéndole los
pasos financieros, poco claros y la necesidad acuciante de solvencia que tenía.
Sospechaban de la muerte inesperada y oportuna de Javier Andrade.
Fuentes del inspector le informaron que un
tipo bien vestido, buscaba a alguien de buena presencia, deportista y sin
muchos escrúpulos. Estaba claro, quería un chivo expiatorio por si algo salía
mal.
El inspector se ofreció voluntario, pues
además, era un buen escalador de montaña.
─ Quiero saberlo todo- dijo Marta con
impaciencia.
─ Bien, para empezar te diré que Don Emilio
es un ludópata que aceptó entrar en la comedia por una buena cantidad de
dinero. La señora Paula, era ajena a todo lo que sucedía, ha sido una ayuda
inestimable para mí y me puso sobre aviso en algunas cuestiones del caso.
─ ¿Y Julio? Si quería deshacerse de mí ¿por
qué empujó a Sofía?
─ Por equivocación –aclaró el inspector
Sánchez - , recuerda que llevabas la chaqueta de ella, y el cabello lo teníais
recogido dentro del sombrero, que además, eran iguales. Vuestra figura también
es semejante.
» Julio aprovechó un instante en el que tú
estabas en la ventana contigua. No tuvo tiempo de cerciorarse a quién empujaba
realmente.
» Al oír su grito fue cuando se percató de
ello. Huyó por el agujero contrario al tuyo, para volver a entrar sobresaltado
y seguir con la comedia.
─ Sofía y Julio ¿Se conocían? – expresó
Marta nerviosa.
─Sí, era su secretaria personal, su amante.
Ejecutaba todo lo que él quería porque estaba muy enamorada.
Mientras el inspector Sánchez hablaba, la
actitud abatida, compungida de Julio era manifiesta. Había despeñado a su
amante, su cómplice, en aquella trama que ahora le parecía absurda, pues había
sido descubierta.
─ Mario, la dama del cuadro se me parece y
el broche que lleva en el cuello es el que buscábamos. ¿Puedes aclarar esto?
─ Por supuesto, Marta. Julio llevaba un año
maquinando su plan. Le dio una foto tuya a un pintor, por lo visto quería una
ambientación con cierto misterio.
─ Sí, pero el broche es igual al que tenemos
nosotros – apuntó Marta.
─ Lo compró en un mercadillo medieval, y el
joyero hizo un buen trabajo.
─ Desde luego, a mí me parecieron antiguos y
de gran valor.
Julio Andrade orquestó bien su plan. Con
gran sutileza hizo que observaran el paisaje del cuadro, para indicar que
posiblemente, el broche estaría escondido en algún agujero de la roca. Con esa
excusa, pretendía tirar a la heredera y contar que había sido un accidente.
─ Cuando regresaba por la montaña ¿quién me
empujó?
─ Mario sonrió. ¿Comiste algún bombón al
volver, verdad?
Sí, pero no entiendo…
─ Sofía les inyectó una droga que te produjo
una alucinación momentánea. Yo ascendía por el precipicio y te sujeté para
protegerte de la caída. Tú lo interpretaste mal.
─ ¿Se disparó en el hombro el propio Julio?
─ No, fue Sofía. Su propósito: que las
sospechas recayeran en mí. Tú misma desconfiabas y me mirabas con rencor- esto
lo dijo con tristeza-. Siempre que sucedía un hecho, ahí estaba yo, Julio sin
embargo se escaqueaba, pasaba inadvertido.
» Bueno Srta. Andrade- dijo Mario esbozando
una sonrisa-, la vida te acaba de cambiar, mereces legítimamente la herencia,
la recompensa. Buena suerte.
─ La Sra. Paula con un gesto apremiante
dijo- Srta. Marta, no le deje escapar.
Ella salió presurosa al zaguán, Mario iba a
subir al coche y entonces, alzó la voz todo lo que pudo: « ¿Tomamos un café?».
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