lunes, 5 de enero de 2015

EL JUEGO
¡Albricias! Usted ha sido seleccionado. Podría conseguir medio millón de euros mediante un juego. ¿Acepta?
   Esta nota se envió a cuatro personas residentes en Barcelona. El sobre también contenía un pequeño broche dorado con una gema roja en su interior. Debían ponérselo para ser identificados. Presentarse en la estación Sants, coger el Euromed a las 7.00 de la mañana con destino Valencia, concretamente, a una casa rural señorial en Bocairent.
   Al día siguiente, se encontraron los cuatros componentes elegidos en el andén. Se miraron de soslayo, con curiosidad, pero una vez aposentados en el vagón, todos se presentaron.
   Julio Andrade, arquitecto. Tenía unos treinta y cinco años, alto, ojos oscuros, pelo negro hasta los hombros, sonrisa pronta a insinuarse. Nervioso, sus dedos se retorcían y las manos no paraban quietas.
   Marta Gutiérrez, auxiliar administrativo en paro. De unos veinticuatro años, bellísima, con unas proporciones perfectas, alta, ojos color miel, de abundante cabellera cobriza, risueña, y al parecer muy confiada; esto se intuía en sus gestos, comportamiento y en la manera de expresarse.
   Mario Sánchez, deportista. Treinta años, de complexión atlética, alto, ojos castaños y muy seguro de sí mismo.
   Sofía Vela, secretaria. Unos veintisiete años, de proporciones parecidas a las de Marta, rubia, ojos marrones; con un temperamento resuelto y decidido, muy enérgica.
   Hechas las presentaciones el diálogo se hizo más distendido, locuaz. Se hacían cábalas de por qué habían sido escogidos. Así a simple vista, no tenían nada en común: ni por profesión, aficiones, posición social… En broma, en serio, apostaban quién de ellos se alzaría con el triunfo, por supuesto, cada uno mantenía sus propias esperanzas: Marta necesitaba el dinero para ayudar a su familia, Julio para un proyecto ambicioso, Mario para sus escaladas, y Sofía quería ser socia de su empresa.
   Al llegar a la estación del Norte de Valencia, un chofer les esperaba con un BMW de alta gama. Subieron en él y se mantuvieron en silencio, contemplando el paisaje. El conductor se desvió por un camino flanqueado por árboles que les condujo a la casa rural. Una vez allí se apearon, y los criados recogieron sus equipajes.
   La fachada señorial del siglo XVIII, remozada y arreglada para ser habitable les produjo una grata impresión. Que fue en aumento al atravesar el zaguán. Un jardín repleto de buganvillas, bignonias y otras plantas trepadoras de distintos colores, se enroscaban en las delgadas columnas, así como en las paredes; daban sensación de sosiego y serenidad.
   Dentro del interior de la vivienda aguardaba la anfitriona, Paula Gómez, una señora de mediana edad, de aspecto agradable. Les dio la bienvenida y con celeridad asignó sus respectivas habitaciones.
   Podían asearse, deambular por la casa o simplemente descansar hasta la hora del almuerzo. Por la tarde tendrían una entrevista con Don Emilio Barea que informaría sobre todo lo concerniente al juego. Asimismo advirtió que serían los únicos huéspedes durante esa semana. Ella no sabía nada, por tanto, se abstendrían de hacerle preguntas. Sólo se ocuparía del avituallamiento y de la parte doméstica.
   Los jugadores inspeccionaron la residencia, en la planta baja había un salón– biblioteca magnífico, presidía la estancia un gran cuadro de una dama muy hermosa. Por su atuendo, debía ser de principios del siglo XIX. Sólo portaba una alhaja en el cuello, muy semejante a la que tenían ellos. Sofía hizo bromas, con el parecido físico de la noble con Marta. Continuaron con el recorrido, a la derecha un comedor estilo “Vintage” muy acogedor con diez mesas y una gran cristalera que daba a una zona del jardín. A la izquierda, una amplia sala de ocio. Al salir se toparon con una criada que desapareció por una de las puertas, supusieron que daría a la cocina y demás dependencias del servicio. En la planta alta se hallaban las habitaciones de los huéspedes, con sus respectivos baños y terrazas dominando el jardín y el paisaje de Bocairent.
   Don Emilio, de mediana edad y porte distinguido, expuso con toda claridad el programa: el juego duraría a lo sumo cinco días. Misión: encontrar un broche antiquísimo, la descripción coincidía con la joya que llevaba la dama del cuadro. Don Emilio era el portavoz de “alguien” que quería permanecer en el anonimato. Les aconsejó que las pistas no las pusieran en común, pues el premio sería para un solo ganador. Debían desconfiar unos de otros. El juego empezaría al día siguiente. Él regresaría el último día por la tarde.
   Por la mañana temprano – antes del desayuno – decidieron dar una batida por los alrededores, pero cada uno por su cuenta.
   Mario se llevó unas cuerdas y algunos aparejos necesarios para escalar, había visto un precipicio; Marta visitó una pequeña iglesia y miró por todos sus vericuetos; Julio se quedó en la casa, observando objetos y muebles, y Sofía fue a la montaña, pero antes tuvo la deferencia de dar unos bombones a Marta.
   Unos gritos hicieron salir de la vivienda a Julio, Marta venía dolorida, alguien había tratado de empujarla, cuando se encontraba en el borde del precipicio. Sofía le echaba la culpa a Mario. Éste recalcaba que sólo intentó  sujetarla para que no cayese al vacío. Desde entonces, la sospecha se instaló en las mentes de los cuatro compañeros.
  Después de la cena, acordaron que buscarían la joya en el interior de la mansión y de no tener éxito, irían a las rocas a investigar. Julio señaló que el paisaje del cuadro era característico de Bocairent, con “Les Covetes” al fondo.
   A la mañana siguiente, bajaron a desayunar todos menos Sofía, extrañados subieron a avisarla. Al abrir la puerta, la descubrieron en la cama narcotizada, con una mordaza y maniatada.  El juego se hacía cada vez más peligroso. Alguien trataba de impedir que encontraran el broche, pero ¿quién? No obstante, decidieron continuar.
   De la casa no quedó ni un resquicio por escrutar: muebles, cajones, paredes, cortinas, documentos, libros, baldosas del suelo poco firmes, etc. Estaban desalentados.
   Julio salió al jardín con Sofía. Al cabo de media hora se oyó una detonación, todos los del interior de la casa salieron a excepción de Mario que estaba en la terraza de su habitación. Alguien había disparado a Julio, por fortuna la bala sólo le rozó el hombro. Nadie vio nada, pero las chicas miraron hacia el balcón de Mario, aunque no tenían pruebas, la sospecha  estaba ahí.
   Ellas querían dejar el juego, la vida valía más que el premio; Julio dudaba, pero para Mario era un nuevo acicate y pese a que la desconfianza de los tres hacia el deportista iba en aumento, decidieron continuar.
   Durante dos días, registraron el interior y exterior de la vivienda. Allí no se hallaba la joya. Y el plazo acababa al día siguiente.
   Julio recordó que les quedaba por ver “Les Covetes del Moro”, unas cuevas artificiales con agujeros en forma de ventanas excavadas en la roca del acantilado. En la actualidad las cámaras se comunican y podría haber infinidad de recovecos por observar. El acceso sería fácil ya que había escaleras para entrar.
   Sofía y Marta determinaron levantarse dos horas antes que los chicos e ir juntas a investigar. Intercambiaron sus chaquetas, Marta se encontraba algo destemplada. Cogieron sus sombreros, los bocadillos y salieron sin hacer ruido.
   Era casi mediodía, cuando un grito ensordecedor retumbó en las cuevas. Sofía, en ese instante estaba sola, caía al vacío, o tal vez, una mano la había ayudado en su caída. Ninguno de los tres jugadores tenían coartada en ese momento.
   Marta se encaró con Mario. Lo acusaba, aunque no tenía pruebas fehacientes, de ser un asesino, de intentar despeñarla a ella también y a Julio con aquel disparo fallido. El motivo estaba claro, quedarse con el premio.   Mario no dijo nada, se dejó apresar dócilmente.
   De regreso aguardaron en el salón-biblioteca a la autoridad competente. La policía irrumpió de improviso, uno de ellos dijo sorprendido:
   ─ Inspector Sánchez ¿qué hace maniatado?
   ─ Desáteme, García. Traigan a la señora Paula y a Don Emilio. El servicio puede retirarse.
   El grupo, sorprendido, observaba atónito al deportista que ahora, mostraba su placa de inspector jefe de la policía secreta perteneciente a la capital catalana. Él dirigiéndose a Marta, que aún no había cerrado la boca de la impresión, le dijo, empleando un “usted” divertido y ceremonioso:
   ─ Srta. Andrade, voy a explicarle el complot que han ideado en torno suyo. Tengo todas las claves para cerrar el caso.
   Al escuchar estas palabras, Julio se derrumbó en el sillón a la vez que su vaso se hacía añicos en el suelo.
   ─ ¿Srta. Andrade? – repitió desconcertada Marta- Querrás decir Gutiérrez.
   ─ No, Marta, tú eres adoptada. Tu abuelo el millonario Javier Andrade hizo lo posible para ocultar el desliz de su hija, pues tenía planes matrimoniales ventajosos para su empresa y que se truncarían si eso salía a la luz pública.
   A medida que el inspector hablaba, la cara de Marta expresaba estupor. Resultaba que su abuelo la entregó a una familia de clase media baja. Arregló todos los papeles ya que    tenía influencia y dinero para hacerlo. A la madre le dijo que el bebé había muerto después del parto. Seis meses después, su hija sufrió un accidente mortal.
  Con el transcurrir de los años, los remordimientos hicieron mella en él. Redactó un testamento en el cual hacía heredera universal de todos sus bienes a su nieta y en caso de deceso, su heredero sería su sobrino-nieto, Julio Andrade. Éste sabía del testamento, envenenó a su tío-abuelo, y pensó en deshacerse de Marta, antes de que leyeran sus últimas voluntades, mediante la farsa de un juego ridículo.
   La policía llevaba tiempo siguiéndole los pasos financieros, poco claros y la necesidad acuciante de solvencia que tenía. Sospechaban de la muerte inesperada y oportuna de Javier Andrade.
   Fuentes del inspector le informaron que un tipo bien vestido, buscaba a alguien de buena presencia, deportista y sin muchos escrúpulos. Estaba claro, quería un chivo expiatorio por si algo salía mal.
   El inspector se ofreció voluntario, pues además, era un buen escalador de montaña.
   ─ Quiero saberlo todo- dijo Marta con impaciencia.
   ─ Bien, para empezar te diré que Don Emilio es un ludópata que aceptó entrar en la comedia por una buena cantidad de dinero. La señora Paula, era ajena a todo lo que sucedía, ha sido una ayuda inestimable para mí y me puso sobre aviso en algunas cuestiones del caso.
   ─ ¿Y Julio? Si quería deshacerse de mí ¿por qué empujó a Sofía?
   ─ Por equivocación –aclaró el inspector Sánchez - , recuerda que llevabas la chaqueta de ella, y el cabello lo teníais recogido dentro del sombrero, que además, eran iguales. Vuestra figura también es semejante.
   » Julio aprovechó un instante en el que tú estabas en la ventana contigua. No tuvo tiempo de cerciorarse a quién empujaba realmente.
   » Al oír su grito fue cuando se percató de ello. Huyó por el agujero contrario al tuyo, para volver a entrar sobresaltado y seguir con la comedia.
   ─ Sofía y Julio ¿Se conocían? – expresó Marta nerviosa.
   ─Sí, era su secretaria personal, su amante. Ejecutaba todo lo que él quería porque estaba muy enamorada.
   Mientras el inspector Sánchez hablaba, la actitud abatida, compungida de Julio era manifiesta. Había despeñado a su amante, su cómplice, en aquella trama que ahora le parecía absurda, pues había sido descubierta.
   ─ Mario, la dama del cuadro se me parece y el broche que lleva en el cuello es el que buscábamos. ¿Puedes aclarar esto?
   ─ Por supuesto, Marta. Julio llevaba un año maquinando su plan. Le dio una foto tuya a un pintor, por lo visto quería una ambientación con cierto misterio.
   ─ Sí, pero el broche es igual al que tenemos nosotros – apuntó Marta.
   ─ Lo compró en un mercadillo medieval, y el joyero hizo un buen trabajo.
   ─ Desde luego, a mí me parecieron antiguos y de gran valor.
   Julio Andrade orquestó bien su plan. Con gran sutileza hizo que observaran el paisaje del cuadro, para indicar que posiblemente, el broche estaría escondido en algún agujero de la roca. Con esa excusa, pretendía tirar a la heredera y contar que había sido un accidente.
   ─ Cuando regresaba por la montaña ¿quién me empujó?
   ─ Mario sonrió. ¿Comiste algún bombón al volver, verdad?
   Sí, pero no entiendo…
   ─ Sofía les inyectó una droga que te produjo una alucinación momentánea. Yo ascendía por el precipicio y te sujeté para protegerte de la caída. Tú lo interpretaste mal.
   ─ ¿Se disparó en el hombro el propio Julio?
   ─ No, fue Sofía. Su propósito: que las sospechas recayeran en mí. Tú misma desconfiabas y me mirabas con rencor- esto lo dijo con tristeza-. Siempre que sucedía un hecho, ahí estaba yo, Julio sin embargo se escaqueaba, pasaba inadvertido.
   » Bueno Srta. Andrade- dijo Mario esbozando una sonrisa-, la vida te acaba de cambiar, mereces legítimamente la herencia, la recompensa. Buena suerte.
   ─ La Sra. Paula con un gesto apremiante dijo- Srta. Marta, no le deje escapar.
   Ella salió presurosa al zaguán, Mario iba a subir al coche y entonces, alzó la voz todo lo que pudo: « ¿Tomamos un café?».    

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