–¡Deja de mirarla! Ven y ayúdame con esto.
Ángel se apartó del ojo de buey de la puerta metálica con
su peculiar aire de merodeador, manos en los bolsillos de la bata, ojillos
entrecerrados, andares ladeados.
– ¿Celoso? Es su hora del café, cuando da el primer sorbo y
cierra los ojos… Lo que daría por ser yo quien le procurara ese placer.
Luís, con una sonrisa escondida en su descuidada barba,
seguía manipulando tornillos de la maquinaria puesta sobre la mesa, comprobando
datos en los ordenadores que se alineaban tras él en la pared.
–Es
demasiado lista para dejar que te acerques.
–¡Es demasiado lista para cualquier cosa! Debería estar
aquí, ayudando con los cálculos en lugar de copiar los resultados en informes
como simple mecanógrafa.
–Es una becaria, no puede entrar en el laboratorio.
–¡Chorradas! Este pasillo de la universidad es sólo
nuestro. ¿Quién va a enterarse si participa en el experimento?
–¿Qué tal si participas tú? Necesito que compruebes el
puente de Kirchhoff, tiene que ser estable.
–Todos mis datos son correctos, lo
hemos comprobado un millón de veces. Dijiste que hoy dejaríamos las hipótesis y
lo pondríamos en marcha.
El tono quejumbroso de Ángel molestó a Luís. Solían
divertirle sus bromas pero hoy era un día importante.
–Sé que soy un coñazo metódico y
detallista, pero no quiero fallos. ¡No es lo mismo teorizar sobre algo que
ponerlo en práctica!
–¡Es una puta manzana, Luís! ¡No
vamos a atravesar una de las puertas de Cthulhu! Sólo llevaremos una manzana al
plano más cercano a nosotros y la traeremos de vuelta. Físicamente no veremos
nada, sólo nuestras máquinas recopilaran datos. ¿Qué te da miedo?
–¡No lo sé! Es una sensación extraña
en el estómago.
–¡Se llama amor! ¡Ana nos está
volviendo locos! Vamos a terminar con el trabajo, llevaremos a Ana a un
discreto restaurante y dejaremos que elija quien es más guapo: un físico grande
y despistado, como tú; o un hombre de ciencia a su medida, como yo. –Riéndose,
Ángel, codeó a Luís.– Toma, póntelas y dale al botón.
Con reticencia, Luís, aceptó las gafas que le daba Ángel y
puso en marcha la maquinaria. Al principio no sucedió nada y se miraron los dos
amigos interrogándose mutuamente. En ese momento una explosión los tiró al
suelo y envolvió la estancia en una luz violeta. A pesar de su altura, Luís se
levantó ágilmente del suelo y se puso a comprobar datos en el dispositivo
táctil que llevaba en la muñeca izquierda. Ángel más lento, miraba el
laboratorio atentamente.
–¿Qué ha pasado?
Luís contestó atropelladamente.
–¡Al intentar doblar el haz de luz el condensador de Hells
ha estallado!
–¿Y ésta luz morada?
Luís levantó la mirada sorprendido y observó los cambios a
su alrededor. Se acercó a la puerta y comprobó que Ana seguía sentada en su
mesa, trabajando y que la luz no afectaba a la oficina, sólo al laboratorio. Intentó
a coger el pomo para abrirla y la mano pasó a través del metal. Una eufórica
sonrisa le iluminó la cara.
–¡Lo hemos conseguido! ¡Hemos
cambiado de plano doblando la luz!
–¡Eres idiota! –Ángel intentaba sin
éxito manipular el ordenador que manejaba la maquinaria. – ¡No te alegres
tanto! ¡Teníamos que trasladar fruta no humanos! ¡No tenemos acceso al
ordenador, a la máquina, a nada! ¿Cómo vamos a volver a nuestro plano?
¡Lumbreras!
–Ya te dije que tenía un mal
presentimiento
–Si ya, ya… Yo soy el culpable de
ésta y futuras catástrofes. –Con una mueca y una reverencia burlona, Ángel, se
enfrentó a Luís. –¿Cómo lo solucionamos?
–Necesitamos darle al botón de
nuevo, la máquina está preparada para invertir el proceso. ¡Tenemos que mandar
un mensaje a Ana! ¡Ella es la única que nos puede ayudar!
–Ahora, ¿sí qué puede entrar en el
laboratorio?
–¡Déjate de coñas, Ángel! Piensa en una manera de llamar su
atención
–Llevó tres meses intentando llamar su atención, igual que
tú, y nada ha
–¡Por favor! ¡Céntrate!
–No me grites, Einstein. No sé… ¡El móvil! –Ángel sacó el
teléfono del bolsillo–. No tiene cobertura, pero funciona. ¿Y si le hacemos una
foto por la ventanita? No nos verá a nosotros pero la luz del flash, en teoría,
debería verla.
–Le dijimos que no nos interrumpiera. Un destello luminoso
no hará que nos busque.
Ángel bufó.
–No todos somos tan obedientes como tú. Hazle una foto y
saldremos de dudas.
–¿Qué garantiza que Ana entre y sepa que tiene que darle al
botón?
–¿Qué es más lista que los dos juntos? Intentémoslo, Luís,
una cosa después de la otra. Primero consigamos que venga.
– No tengo aquí mi móvil, lo dejé en mi mesa.
–¡Mierda! Yo casi no tengo batería. Tenemos una única
oportunidad.
Ángel le hace la foto, y se quedan los dos mirando
esperando alguna reacción por parte de Ana que, ajena a ellos, sigue trabajando
en su mesa.
–¡No ha funcionado!
–¡Hazle otra!
–No puedo, no tengo batería –Nervioso, Ángel, se pasa una
mano por el pelo.
–Tendremos que esperar a que nos eche de menos, pueden
pasar horas
Súbitamente a Ángel se le ocurre una idea, le sujeta la
mano a Luís y se pone a hacer cálculos en el brazalete electrónico.
–Tenemos que pensar en otra cosa ¡rápido!
–¿Por qué?
–¡Si no salimos de éste cuadrante antes de una hora no
volveremos a estar en línea temporal con el laboratorio hasta dentro de 270
días!
–¡No!
–¡Míralo tú! –dijo Ángel, soltándole la mano.
Luis se dejó caer al suelo desmadejadamente
–¡Moriremos de
inanición!
–¿Es lo único que te preocupa?
–Un momento… Esto –dijo señalando el brazalete electrónico–
recibe datos del transductor ¡si pudiéramos hacer que emitiera!
–Pero –Ángel lo miró
entre taciturno y esperanzado–, sólo está conectado al Viajero
–¿Viajero?
–De alguna manera teníamos que llamar a
Un pitido les sobresaltó. Ángel contemplaba estupefacto la
pantalla del móvil.
–¿Es un mensaje? ¿Quién lo envía? ¿Podemos enviar nosotros?
–Luís hablaba de manera precipitada intentando ver por encima del hombro de
Ángel
–Es un mensaje de Ana. Dice: “Sé que estáis perdidos, os
encontraré y nos sentaremos los tres a hablar seriamente”
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