viernes, 28 de noviembre de 2014

El Funeral


Un fuerte golpe en la cabeza te despierta, otra vez esa dura roca chocando contra tu sien. Con sobresalto te incorporas y al ser consciente de que sigues en tu cuarto miras el reloj. Duermes a ratos, esporádicamente, cuando el cuerpo ya no aguanta más y exhausto se desploma sobre el colchón, sin embargo, no consigues permanecer mucho rato en ese estado, la pesadilla vuelve, recurrente, repiquetea en tu mente constantemente desde aquel día.

Miras el calendario, junio, hoy deberíais ir a la facultad a hacer el último examen que os quedaba para acabar la carrera pero ninguno de los dos estaréis allí. Hace días que no has podido estudiar en absoluto y aunque lo hubieras hecho te sientes incapaz de volver al campus, caminar por los pasillos de ese edificio donde tantas horas habéis compartido, mirando pasar a aquellas chicas nuevas de primer curso, fumando un cigarrillo entre clase y clase, compartiendo nervios antes de cada examen. Sabes que si te sentaras en cualquiera de esas aulas todo te recordaría a él, no podrías deshacer el nudo en la garganta, el puñetazo en el estómago te ovillaría y no tendrías ni fuerzas para agarrar el bolígrafo.  Las lágrimas nublarían tu vista y la tristeza tu mente. Además prácticamente a la misma hora se oficiará su funeral. 

Te metes bajo la ducha, bien fría, te vendrá bien para reactivar ese cuerpo entumecido que últimamente sientes como ajeno. Te vistes, vaquero negro  y una camiseta oscura, tu armario no da para mucho, no está preparado para muchas ocasiones de la vida y menos para una tan dolorosamente inesperada. Sales a la calle y no sabes muy bien hacia dónde dirigir tus pasos, no te apetece ir directamente al tanatorio, finalmente la inercia te lleva hasta el paseo.  El sol brilla, hace un día espléndido que contrasta con los nubarrones y ese color grisáceo que ahora mismo tiñe tu interior. La gente toma el sol en la playa, algunos niños juegan en la arena, mientras que otros chapotean en el agua. El rumor de las olas consigue sosegarte un poco, tus recuerdos se acompasan a su ritmo y al llegar a tu mente ya no rompen con tanta dureza, las imágenes del pasado te acarician con mayor suavidad, con un poco más de delicadeza, como la espuma acaricia la arena, dejándote impregnado de una fina capa de melancólico salitre, sientes como si te anestesiara su sonido.

Un álbum fotográfico pasea por tu mente, estampas otoñales, hibernales, primaverales y, cómo no, veraniegamente vacacionales. Y allí está él, en todas ellas, desde que tienes uso de razón, juntos en el parvulario, saltando los charcos en el patio del colegio, jugando a las canicas siempre que teníais ocasión o intercambiando los cromos que teníais repetidos.  Años después llegó el instituto, tiempo de complicados cambios adolescentes y necesaria rebeldía, esa dura transición en la que empezabais a intentar  definiros como personas adultas. Más tarde acabasteis eligiendo la misma carrera, siempre tan afines, siempre tan inseparables. Ahora un agujero negro te succiona y ¿mañana qué?

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