miércoles, 29 de octubre de 2014

¿Qué ves cuando miras?



[Antes de introducir el texto me gustaría dejar, para quien le interese, una pieza musical que tiene tres movimientos que coinciden con cada uno de los apartados del texto y que tienen mucho que ver con el contenido en sí. Cada uno de ellos estan en el minuto 0:00, 8:37 y 18:02, respectivamente.
Sin más.]





¿Qué ves cuando miras?

I.                    Allegramente

Resbalan tus ojos, lloran tus manos y arde tu corazón. ¿Por qué? Dime qué es lo que tienes entre las yemas de tus dedos. Ya sé que son un montón de hojas ensuciadas por cualquier idioma que haya rondado tu cabeza últimamente; pero no me refiero a ese qué. Me refiero a lo que de verdad pesa en tus manos, a lo que te hace respirar más rápido, a lo que incita el sprint de tu mirada.
Ya sabes que siempre he sido más que frenética pero no sabes que ahora más que nunca pareces un espejo delante de mí. Y ni siquiera estás delante de mí. Veo la concentración en tu entrecejo y no sé qué pensar, si teatro si ficción, si drama si terror, si suspense si amor. Pero me da igual, solo necesito saber qué estás viendo.
Veo en tus ojos reflejada la montaña rusa más alta del mundo que baja y baja a ritmo de escala cromática de semicorcheas a doscientos la blanca. Veo en tus ojos reflejado el miedo de dejarlo todo ir, de vivir un poco más solo, un poco menos vivo. Veo en tus ojos la paz de la cordura y la razón que todo lo niega, todo lo aclara, todo lo entiende. Pero nada lo disfruta. Veo en tus ojos el deseo de quitarle la cadena al corazón y, por primera vez, veo cómo te desprendes de la maldita atadura, de cómo la tiras por la ventana. Y te veo sonreír, con las comisuras de los labios y con los rabillos de los ojos. Y te prometo que podría nadar en tus ojos. Aunque tuviera que bucear en corrientes color chocolate amargo y cargado. Aunque tuviera que obviar los más de mil kilómetros que nos separan. Aunque tuviera que olvidarme de que sigo con los pies en el suelo. Lo haría.
Lo estoy haciendo.
Lo estoy haciendo.
¡Dime qué es lo que ves cuando miras! Rápido, rápido, ¿por qué se mueven tan rápido ahora tus pupilas? ¿Por qué pasan tan rápido las hojas?
¿Por qué no puedo dejar de mirar tu mirada?

II.                  Adagio assai

Y, de repente, se calman las olas que se habían adueñado de tu iris. Te tomas un tiempo para respirar, como tú siempre haces. Hondo y profundo. Y exhalas. Lento, muy lento. Demasiado lento. Me pesan las manos ahora que te escribo. Y entrecierras los párpados (pero sin dejar de mirar). Y desde luego que ya parece que mi reloj no marca los segundos a cada paso, sino a cada mil pasos. Mucho más lento.
Y sigues mirando, de nuevo, sin atreverte a pensar en mí. Y yo te imagino tan cerca (será porque te escribo). Pero esta vez no veo montañas rusas, veo arcos de violonchelos cantando pianos súbitos. Apenas intuyo la vibración del sonido de tu garganta cuando susurrabas (porque ya no me susurras). Y lo siento si sigo intrigada por saber qué ves. Necesito saberlo. ¿Qué pesa en tus manos?
Porque juraría que en el momento en el que estás mirando, bañándote en las corrientes de los idiomas que nunca conoceré, eres capaz de volar hacia la estrella polar, haciendo piruetas como en El Circo del Sol. Eres capaz de hundir tus venas en los impulsos de calor que van desde tus ojos hasta tu corazón y, hazme caso, eres capaz de dejar suelto a ese corazón. Ya no eres tú pero tienes tu esencia. Ya no te acuerdas de tu nombre pero sigue grabado en tu piel. Yo veo quién eres pero tú has perdido la conciencia del yo. Y eso está genial. Porque realmente estás viendo lo que estás mirando (aunque siga sin saber qué es).
Y, ¿sabes qué? Como yo solo te escribo y tú solo miras, nunca podrás decírmelo. Al menos no con idiomas, no con palabras.
Porque juraría que en el momento en el que estás mirando, eres capaz de taladrar los mil muros de más que existen en Berlín pero de los que nunca se hicieron noticia. Y sabes tanto como yo que existen. Y sabes cuáles son. Eres capaz de hacerme desear cada rincón de tu cuerpo sin mover ni un músculo, solo mostrando tus impulsos y la sangre correr por tus venas. Lento. Tan lento. Eres capaz de convertirte en la persona más feliz del mundo sin ser consciente del silencio obligado que te rodea, de las caras de rutina que ni siquiera tienen el valor de observarte ni de mirar tu pose selecta y tu mirada ávida de hojas manchadas.
Sí, porque ellos tendrían la oportunidad de mirar y ver, tal y como tú haces, pero no lo hacen. Y yo, aquí, que te escribo, ojalá pudiera siquiera hacerlo de reojo. Quizá no es tan diferente lo que estás viendo cuando miras de lo que yo imagino cuando te escribo.
¿Era eso? No seas malo, dime si es eso.
Si lo es, no me extrañaría.
Porque tú, ahora mismo, justo en este momento,



lo eres todo.


III.                Presto

Ya casi llegas. Miras (ahora sí) al reloj y… ¡por fin sé alguna de las cosas que sí miras! Pero no, no, no y no. Vuelves a mirar el peso entre tus dedos y empiezas, eso sí, a acelerar el pulso. Rápido. Rápido. Más rápido. Ya casi llegas, ya casi llegas. No te vayas, no te vayas. No pienses en irte.
Y parece que actúas como si nada, como si no fueras a desaparecer. ¡Pero es que no hay nada que pueda conseguir que no lo hagas! Sigues mirando, mirando. Por favor, dime qué estás mirando. Me asustan los quiebros que ahora adornan el brillo de tus ojos, los trinos imprecisos que atraviesan el mundo hasta tus pies. Me abruma la manera en la que masajeas tu tobillo izquierdo con tu pie derecho y también la forma en la que das vueltas al anillo con tus dedos índices debajo del peso que tanto me intriga. ¡Que no se caiga, que no se te ocurra tirar el mundo al suelo! Que no se te ocurra caerte al suelo…
Y si te tropiezas, que sea al levantarte, al salir de aquí. Al mudarte de la parcela de mi imaginación. Pero que sea porque tú quieres. No me hagas daño.
Vuelves a mirar el reloj y empiezas a removerte en tu asiento, sin levantar la vista. ¿Qué es tan interesante? Te has acomodado tanto en mi cabeza que hasta sabes ocultar los secretos que algún día yo tuve que haber creado. ¿Cómo eres tan cruel de permanecer en silencio?
Ah, claro, que yo solo te escribo. No podemos hablar.
¿No podemos? Háblame.
Dime qué pesa entre tus manos.
Dime qué ves cuando miras.
Dime que es lo que pienso. Lo más bello del mundo.
Tú.
Dime qué ves cuando miras.


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