[Antes de introducir el texto me gustaría dejar, para quien le interese, una pieza musical que tiene tres movimientos que coinciden con cada uno de los apartados del texto y que tienen mucho que ver con el contenido en sí. Cada uno de ellos estan en el minuto 0:00, 8:37 y 18:02, respectivamente.
Sin más.]
¿Qué ves cuando miras?
I.
Allegramente
Resbalan tus ojos, lloran tus
manos y arde tu corazón. ¿Por qué? Dime qué es lo que tienes entre las yemas de
tus dedos. Ya sé que son un montón de hojas ensuciadas por cualquier idioma que
haya rondado tu cabeza últimamente; pero no me refiero a ese qué. Me refiero a
lo que de verdad pesa en tus manos, a lo que te hace respirar más rápido, a lo
que incita el sprint de tu mirada.
Ya sabes que siempre he sido más
que frenética pero no sabes que ahora más que nunca pareces un espejo delante
de mí. Y ni siquiera estás delante de mí. Veo la concentración en tu entrecejo
y no sé qué pensar, si teatro si ficción, si drama si terror, si suspense si
amor. Pero me da igual, solo necesito saber qué estás viendo.
Veo en tus ojos reflejada la
montaña rusa más alta del mundo que baja y baja a ritmo de escala cromática de semicorcheas a
doscientos la blanca. Veo en tus ojos reflejado el miedo de dejarlo todo
ir, de vivir un poco más solo, un poco menos vivo. Veo en tus ojos la paz de la
cordura y la razón que todo lo niega, todo lo aclara, todo lo entiende. Pero nada
lo disfruta. Veo en tus ojos el deseo de quitarle la cadena al corazón y, por
primera vez, veo cómo te desprendes de la maldita atadura, de cómo la tiras por
la ventana. Y te veo sonreír, con las comisuras de los labios y con los
rabillos de los ojos. Y te prometo que podría nadar en tus ojos. Aunque tuviera
que bucear en corrientes color chocolate amargo y cargado. Aunque tuviera que
obviar los más de mil kilómetros que nos separan. Aunque tuviera que olvidarme
de que sigo con los pies en el suelo. Lo haría.
Lo estoy haciendo.
Lo estoy haciendo.
¡Dime qué es lo que ves cuando
miras! Rápido, rápido, ¿por qué se mueven tan rápido ahora tus pupilas? ¿Por
qué pasan tan rápido las hojas?
¿Por qué no puedo dejar de mirar
tu mirada?
Y, de repente, se calman las olas
que se habían adueñado de tu iris. Te tomas un tiempo para respirar, como tú
siempre haces. Hondo y profundo. Y exhalas. Lento, muy lento. Demasiado lento. Me pesan las manos
ahora que te escribo. Y entrecierras los párpados (pero sin dejar de mirar). Y
desde luego que ya parece que mi reloj no marca los segundos a cada paso, sino
a cada mil pasos. Mucho más lento.
Y sigues mirando, de nuevo, sin
atreverte a pensar en mí. Y yo te imagino tan cerca (será porque te escribo).
Pero esta vez no veo montañas rusas, veo arcos de violonchelos cantando pianos
súbitos. Apenas intuyo la vibración del sonido de tu garganta cuando susurrabas
(porque ya no me susurras). Y lo siento si sigo intrigada por saber qué ves.
Necesito saberlo. ¿Qué pesa en tus manos?
Porque juraría que en el momento
en el que estás mirando, bañándote en las corrientes de los idiomas que nunca
conoceré, eres capaz de volar hacia la estrella polar, haciendo piruetas como
en El Circo del Sol. Eres capaz de hundir tus venas en los impulsos de calor
que van desde tus ojos hasta tu corazón y, hazme caso, eres capaz de dejar
suelto a ese corazón. Ya no eres tú pero tienes tu esencia. Ya no te acuerdas
de tu nombre pero sigue grabado en tu piel. Yo veo quién eres pero tú has
perdido la conciencia del yo. Y eso está genial. Porque realmente estás viendo
lo que estás mirando (aunque siga sin saber qué es).
Y, ¿sabes qué? Como yo solo te
escribo y tú solo miras, nunca podrás decírmelo. Al menos no con idiomas, no
con palabras.
Porque juraría que en el momento
en el que estás mirando, eres capaz de taladrar los mil muros de más que
existen en Berlín pero de los que nunca se hicieron noticia. Y sabes tanto como
yo que existen. Y sabes cuáles son. Eres capaz de hacerme desear cada rincón de
tu cuerpo sin mover ni un músculo, solo mostrando tus impulsos y la sangre
correr por tus venas. Lento. Tan lento. Eres capaz de convertirte en la persona
más feliz del mundo sin ser consciente del silencio obligado que te rodea, de
las caras de rutina que ni siquiera tienen el valor de observarte ni de mirar tu pose selecta y tu mirada ávida
de hojas manchadas.
Sí, porque ellos tendrían la
oportunidad de mirar y ver, tal y como tú haces, pero no lo hacen. Y yo, aquí,
que te escribo, ojalá pudiera siquiera hacerlo de reojo. Quizá no es tan
diferente lo que estás viendo cuando miras de lo que yo imagino cuando te
escribo.
¿Era eso? No seas malo, dime si
es eso.
Si lo es, no me extrañaría.
Porque tú, ahora mismo, justo en
este momento,
lo eres todo.
Ya casi llegas. Miras (ahora sí)
al reloj y… ¡por fin sé alguna de las cosas que sí miras! Pero no, no, no y no.
Vuelves a mirar el peso entre tus dedos y empiezas, eso sí, a acelerar el
pulso. Rápido. Rápido. Más rápido. Ya casi llegas, ya casi llegas. No te vayas,
no te vayas. No pienses en irte.
Y parece que actúas como si nada,
como si no fueras a desaparecer. ¡Pero es que no hay nada que pueda conseguir
que no lo hagas! Sigues mirando, mirando. Por favor, dime qué estás mirando. Me
asustan los quiebros que ahora adornan el brillo de tus ojos, los trinos
imprecisos que atraviesan el mundo hasta tus pies. Me abruma la manera en la
que masajeas tu tobillo izquierdo con tu pie derecho y también la forma en la
que das vueltas al anillo con tus dedos índices debajo del peso que tanto me
intriga. ¡Que no se caiga, que no se te ocurra tirar el mundo al suelo! Que no se te ocurra caerte al suelo…
Y si te tropiezas, que sea al
levantarte, al salir de aquí. Al mudarte de la parcela de mi imaginación. Pero que
sea porque tú quieres. No me hagas daño.
Vuelves a mirar el reloj y
empiezas a removerte en tu asiento, sin levantar la vista. ¿Qué es tan
interesante? Te has acomodado tanto en mi cabeza que hasta sabes ocultar los
secretos que algún día yo tuve que haber creado. ¿Cómo eres tan cruel de
permanecer en silencio?
Ah, claro, que yo solo te
escribo. No podemos hablar.
¿No podemos? Háblame.
Dime qué pesa entre tus manos.
Dime qué ves cuando miras.
Dime que es lo que pienso. Lo más
bello del mundo.
Tú.
Dime qué ves cuando miras.
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