Pata
Palo, pirata malo.
Soy Pata palo pirata
malo, que si no lee tebeos no puede cagar, y viceversa. Vamos, quiero decir que
si no es en el wáter no puedo leer. Sí, soy de los que aprieto las tripas con
el pantalón desabrochado mientras a toda prisa busco algo que leer.
No pongamos esa cara
que sé que no soy el único. Es más, sé que no soy tan raro, que le pasa a mucha
más gente de lo que parece. Algunos, los menos, lo reconocen sin problemas en
círculos reducidos. Otros lo niegan o callan cuando sale el tema, pero no es extraño
ir de cena a casa de unos conocidos y ver en el baño, encima de la papelera, o
en el borde del bidé o de la bañera, o en el suelo una revista o un libro. En
muchos baños encuentras encima de un mueble, junto a colonias, cremas y otros
potingues, una pequeña pila de revistas de los temas más variados. Aunque más
raros, los hay más organizados que en el mobiliario del cuarto de baño incluyen
un revistero.
También sé de gente que
cuando tiene visita les entra de repente el pudor y lo primero que hacen es
esconder el libro y las revistas. A estos les delata el hueco libre de polvo
que con una sospechosa forma rectangular deja el libro o revista encima del
mueble.
Supongo que el wáter es
de los pocos sitios en los que uno encuentra paz y tranquilidad suficientes para
leer sin más. Lejos de ruidos y otras distracciones, a salvo de mirones que
leen por encima del hombro, sin miradas de censura por leer un título
inapropiado. Es de los pocos sitios en los que uno pude leer lo que le a uno le
sale de los huevos sin más.
En el baño hay tiempo y
espacio para leer cualquier cosa sin contemplaciones, y aunque lo habitual es
leer revistas, también cabe literatura de cualquier género. El WC es un espacio
democrático en el que la lectura se libra de clichés, censuras y normas
sociales.
Es, sentados en el
inodoro, donde los culturetas que durante el día ejercen de último baluarte de
la literatura con mayúsculas, dan rienda suelta a sus debilidades
inconfesables, sueltan sus tripas y devoran los tan denostados bestsellers.
Con el culo calentito y
desparramado en la taza del wáter, uno se relaja completamente y abre de par en
par su mente a las historias que nos propone un libro. Es como establecer una
conversación con los personajes mientras uno caga. Indudablemente, eso genera
una atmósfera íntima, de confianza con el libro y con sus personajes que es
difícil alcanzar en cualquier otro sitio. Tú ya no tienes secretos para el
libro y lo recorres a la espera de que él te desvele los suyos.
Leer con los pantalones
por los tobillos es como tomar el sol en pelotas. Si lo haces en soledad te
transporta a una burbuja de ingravidez en la que no se oye nada, en la que no
existe arriba y abajo.
El problemas es cuando
la lectura te engancha y después de haber expulsado todo lo que tenías que
expulsar, sigues allí sentado leyendo, el tiempo se detiene y no te das cuenta
que las piernas se te van durmiendo y entonces, cuando quieres salir de allí,
al levantarte de la taza vas directo al suelo, los pies están acartonados, las
piernas te pesan toneladas y dejan de responderte. Te tiemblan, se doblan las
rodillas y te dejas caer como un muñeco de trapo.
Tendido en el suelo te
las masajeas y te las golpeas con rabia, pero sólo consigues que te duelan como
si se te clavaran miles de agujas. Así que no te queda otra que reptar con las
piernas inertes moviéndote con los codos, con los pantalones a la altura de las
rodillas hasta que ayudándote de la pila consigues levantarte y empezar a
patalear el suelo y a mover las piernas para que en medio de un hormigueo
irritante, la sangre fluya de nuevo para recuperar la movilidad y volver a ser
bípedo.
Otra vez te has
despistado. La última vez, o sea ayer, te prometiste que no te volvería a
pasar, que te levantarías antes, que leerías cuatro o cinco páginas… Nada, no
tienes nada que hacer. Y eso que hace tiempo que procuras coger libros de
cuentos, de relatos cortos de manera que no leas más de 10 páginas cada vez.
Pero ni aun así. A un cuento sigue otro y así hasta que se te marcan los codos
en los muslos y empiezas a mirarte los pies como si no fueran tuyos.
En fin. Es lo que hay.
El wáter es el mejor sitio para leer con diferencia. ¡qué gran invento el papel
del wáter escrito!
La prueba definitiva de
que leer en el wáter es una costumbre extendida a gran parte de la población la
encontramos en los baños públicos. En algunos bares he visto periódicos en los
urinarios a la altura de los ojos para leer mientras meas, pero es en el
cagadero dónde la gente se explaya.
No cabe discusión. Si a
la gente le gusta escribir en las puertas y paredes de los wáteres de uso común
en las estaciones, en los bares y discotecas, es porque les gusta leer lo que
otros escriben. Yo no he visto que la gente escriba en el de su casa. Y bueno,
a mí, aunque evito defecar en sitios públicos (que se te duerman las piernas en
el baño de un bar puede llegar a ser muy embarazoso), he de reconocer que leer
esas manifestaciones de sabiduría popular me ayuda con el tránsito intestinal.
Es un género literario menor, pero no por ello despreciable, contribuye a su
manera a la literatura mundial.
El problema es que uno
no vive solo y a mi pareja le gusta contarme cosas mientras cago. A mí lo que
me gusta hacer en ese mientras tanto es hacer el tonto delante del espejo. Ya
sabéis, esas cosas de esconder la barriga, poner caras,... Está bien que
hayamos alcanzado tanta confianza como para eso, pero no es agradable arrastrarse
por el suelo con los pantalones por los tobillos pasando como una babosa por
encima de los pies de tu pareja que con los brazos cruzados a la altura del
pecho te reprocha que no la escuchas y te clava al suelo como una mariposa en
un panel de corcho, con un: “a ver gusilúz ¿qué te estaba diciendo?”.
Q.
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