lunes, 20 de octubre de 2014

Pata Palo, pirata malo



Pata Palo, pirata malo.

Soy Pata palo pirata malo, que si no lee tebeos no puede cagar, y viceversa. Vamos, quiero decir que si no es en el wáter no puedo leer. Sí, soy de los que aprieto las tripas con el pantalón desabrochado mientras a toda prisa busco algo que leer.
No pongamos esa cara que sé que no soy el único. Es más, sé que no soy tan raro, que le pasa a mucha más gente de lo que parece. Algunos, los menos, lo reconocen sin problemas en círculos reducidos. Otros lo niegan o callan cuando sale el tema, pero no es extraño ir de cena a casa de unos conocidos y ver en el baño, encima de la papelera, o en el borde del bidé o de la bañera, o en el suelo una revista o un libro. En muchos baños encuentras encima de un mueble, junto a colonias, cremas y otros potingues, una pequeña pila de revistas de los temas más variados. Aunque más raros, los hay más organizados que en el mobiliario del cuarto de baño incluyen un revistero.
También sé de gente que cuando tiene visita les entra de repente el pudor y lo primero que hacen es esconder el libro y las revistas. A estos les delata el hueco libre de polvo que con una sospechosa forma rectangular deja el libro o revista encima del mueble.
Supongo que el wáter es de los pocos sitios en los que uno encuentra paz y tranquilidad suficientes para leer sin más. Lejos de ruidos y otras distracciones, a salvo de mirones que leen por encima del hombro, sin miradas de censura por leer un título inapropiado. Es de los pocos sitios en los que uno pude leer lo que le a uno le sale de los huevos sin más.
En el baño hay tiempo y espacio para leer cualquier cosa sin contemplaciones, y aunque lo habitual es leer revistas, también cabe literatura de cualquier género. El WC es un espacio democrático en el que la lectura se libra de clichés, censuras y normas sociales.
Es, sentados en el inodoro, donde los culturetas que durante el día ejercen de último baluarte de la literatura con mayúsculas, dan rienda suelta a sus debilidades inconfesables, sueltan sus tripas y devoran los tan denostados bestsellers.
Con el culo calentito y desparramado en la taza del wáter, uno se relaja completamente y abre de par en par su mente a las historias que nos propone un libro. Es como establecer una conversación con los personajes mientras uno caga. Indudablemente, eso genera una atmósfera íntima, de confianza con el libro y con sus personajes que es difícil alcanzar en cualquier otro sitio. Tú ya no tienes secretos para el libro y lo recorres a la espera de que él te desvele los suyos.
Leer con los pantalones por los tobillos es como tomar el sol en pelotas. Si lo haces en soledad te transporta a una burbuja de ingravidez en la que no se oye nada, en la que no existe arriba y abajo.
El problemas es cuando la lectura te engancha y después de haber expulsado todo lo que tenías que expulsar, sigues allí sentado leyendo, el tiempo se detiene y no te das cuenta que las piernas se te van durmiendo y entonces, cuando quieres salir de allí, al levantarte de la taza vas directo al suelo, los pies están acartonados, las piernas te pesan toneladas y dejan de responderte. Te tiemblan, se doblan las rodillas y te dejas caer como un muñeco de trapo.
Tendido en el suelo te las masajeas y te las golpeas con rabia, pero sólo consigues que te duelan como si se te clavaran miles de agujas. Así que no te queda otra que reptar con las piernas inertes moviéndote con los codos, con los pantalones a la altura de las rodillas hasta que ayudándote de la pila consigues levantarte y empezar a patalear el suelo y a mover las piernas para que en medio de un hormigueo irritante, la sangre fluya de nuevo para recuperar la movilidad y volver a ser bípedo.
Otra vez te has despistado. La última vez, o sea ayer, te prometiste que no te volvería a pasar, que te levantarías antes, que leerías cuatro o cinco páginas… Nada, no tienes nada que hacer. Y eso que hace tiempo que procuras coger libros de cuentos, de relatos cortos de manera que no leas más de 10 páginas cada vez. Pero ni aun así. A un cuento sigue otro y así hasta que se te marcan los codos en los muslos y empiezas a mirarte los pies como si no fueran tuyos.
En fin. Es lo que hay. El wáter es el mejor sitio para leer con diferencia. ¡qué gran invento el papel del wáter escrito!
La prueba definitiva de que leer en el wáter es una costumbre extendida a gran parte de la población la encontramos en los baños públicos. En algunos bares he visto periódicos en los urinarios a la altura de los ojos para leer mientras meas, pero es en el cagadero dónde la gente se explaya.
No cabe discusión. Si a la gente le gusta escribir en las puertas y paredes de los wáteres de uso común en las estaciones, en los bares y discotecas, es porque les gusta leer lo que otros escriben. Yo no he visto que la gente escriba en el de su casa. Y bueno, a mí, aunque evito defecar en sitios públicos (que se te duerman las piernas en el baño de un bar puede llegar a ser muy embarazoso), he de reconocer que leer esas manifestaciones de sabiduría popular me ayuda con el tránsito intestinal. Es un género literario menor, pero no por ello despreciable, contribuye a su manera a la literatura mundial.
El problema es que uno no vive solo y a mi pareja le gusta contarme cosas mientras cago. A mí lo que me gusta hacer en ese mientras tanto es hacer el tonto delante del espejo. Ya sabéis, esas cosas de esconder la barriga, poner caras,... Está bien que hayamos alcanzado tanta confianza como para eso, pero no es agradable arrastrarse por el suelo con los pantalones por los tobillos pasando como una babosa por encima de los pies de tu pareja que con los brazos cruzados a la altura del pecho te reprocha que no la escuchas y te clava al suelo como una mariposa en un panel de corcho, con un: “a ver gusilúz ¿qué te estaba diciendo?”. 
 Q.

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