jueves, 30 de octubre de 2014

El significado de narrar



El significado de narrar (3ª parte)[1]


[…] Ninguno de los que quieran dedicarse a esto podrá obviar la faceta del flaneur[2]. Seguramente, una mayoría de quienes acuden a esta obra (o a otras similares) habrá experimentado en numerosas ocasiones una peculiar tendencia a prestar atención a lo que sucede entorno suyo, sobre todo a cómo sus semejantes responden y se enfrentan a cualquier situación. Todo escritor vive envuelto por una suerte de camuflaje que le permite acercarse, sin ser detectado, como una leona entre los matorrales de la sabana, a centímetros de los mundos de los otros, hasta escuchar sus quejas y alegrías y, más aún, hasta comprender porqué una misma glándula es capaz de generar lágrimas de tristeza pero también de placer.
Como autor, el acto referido no siempre me ha sido gratuito, viéndome impulsado por algo que no sé explicar sino como un tipo de convulsión a describir la semilla de una historia apenas entrevista en la espesura. Recuerdo cómo algunas de las primeras historias me agitaban en la silla (diría que lo siguen haciendo); pero también recuerdo, cómo una vez transmutadas en texto, la sensación de alivio (y de gratitud) era mayúscula, similar a lo que pudo notar el león liberado de una pua en su pata. En este punto puede plantearse si la escritura es un paso previo o si para dar existencia al texto es necesario haber alcanzado una suficiencia lectora. Convendremos que la propia acción de observar y entender el entorno es ya en sí misma un acto de lectura y, como tal, contiene todos los ingredientes para convertirse en relato. Obviando un análisis más profundo, el autor devendrá durante el período de construcción de la historia en escritor y lector, todo a una. La dupla indisoluble: escribirá por y para sí mismo pero leerá como si la humanidad entera se concentrara en cada una de sus frases, vibrantes y torpes como una cría de gacela. En esa lectura ideal que llevará a cabo, ¿buscará contentarse a sí mismo y por extensión a los futuros lectores o tratará de salpicarles y de provocarles reacciones encontradas? Llegado el momento tendrá que posicionarse, sacarse el camuflaje de encima, y actuar en consecuencia.
Más allá de su decisión, la dualidad del lector-escritor generará en quien los representa un sinfín de dilemas, tensiones y deseos que lo arrastrarán a intentar liberar aquello que ruge en su cabeza. Esa dualidad se le puede presentar cuando menos lo espere. Tal vez al ver su reflejo en un charco de agua, donde asistirá a su propio fenómeno de desdoblamiento. Se trata de la identificación más inmediata: uno consigo mismo. Aunque quizás, lo más interesante radique en que los reflejos pueden ser tramposos, pueden devolvernos una imagen idéntica a la original pero también mostrarnos una faceta inesperada de las cosas, como sucede con los espejismos cuando aprieta el calor en la sabana, donde lo observado se confunde con lo sugerido.
Pertrechado de su pelaje, el león-lector deambula y olfatea el entorno, observando lo especular de los demás en sí mismo y cuestionando tanto lo que ve como lo que le sugiere. De ese análisis surgirá la comprensión que, por un instante, aúne a la gacela y a la leona y al suelo húmedo que amortigua sus pisadas y, también, a las hebras de hierba que se comban por un viento que confunde sus olores. En ese momento, el autor avanzará por la pradera donde la naturaleza del ser humano crece como un pasto y solamente se necesita estirar la mano para acceder a cualquiera de sus emociones. Con ese reconocimiento el autor se habrá convertido en el león-escritor. Si alguna vez es posible alcanzar en un texto tal nivel de profundidad y concreción, se estará próximo a provocar en el lector la identificación con lo narrado (bien por la forma o el contenido): así, con sus propios ojos el lector comprenderá al personaje y la situación a la que se enfrenta y lo aceptará (esperando que la leona salte sobre él) o disentirá (provocando su huida). Y en ese posicionamiento, algo habrá cambiado en el lector como lo hizo en el propio autor durante sus paseos por esa sabana por la que suele vérsele deambular buscando una presa con una suculenta historia[3].

El texto es de Ernest Peris.


[1] Párrafos finales del ensayo “El león dual” de Hermeslen Perkish.
[2] En referencia a “La educación sentimental” de Gustave Flaubert (N. del T.).
[3] En recuerdo de “El domador de leones” de Javier Tomeo (N. del T.).

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