Cae la tarde sobre este río escondido. Se escucha el rumor del agua del embalse fabricado. Enorme rectángulo del que emanan fuentes circulares, que a veces, en los días fiesta, bailan al son de la música del Palau.
Sobre lo que un día fuera el lodo del río tenemos hoy pasillos embaldosados, bordeando jardines de palmeras, de césped y de pinos.
Y como si fuera un Versalles del pueblo, se llena de gente al arrullo del agua, al frescor de la hierba o a la paz de sus bancos.
Pasan las personas mayores, a veces de la mano.
Circulan bicicletas en todas direcciones y sentidos. Bicicletas con niños aprendiendo, de parejas de enamorados o simplemente de individuos que cruzan la ciudad evitando los semáforos.
Pasean adolescentes hablando, a veces sentados en corros sobre el suelo y casi siempre sonriendo. Pero también se besan y abrazan y se tumban contemplando felices el cielo.
Caminan padres primerizos empujando los carritos y, van mostrando a sus retoños las fuentes, los pinos y los pájaros.
Se oye el agua y se escucha el canto de las aves, que encuentran en las ramas de los árboles su escondite y su cobijo.
Patinando de la mano, parejitas de enamorados. Corriendo despacito, matrimonios esforzados. Galopando con prisa, atletas solitarios.
Las cuádruples bicicletas tienen aquí su mercado. Hasta un tren va y vuelve, sobre este río desterrado.
Los perros y sus amos encuentran aquí su espacio. Tal vez indebido espacio cuando dejan sobre la hierba gran parte de sus despojos.
La alegría sublime la aportan los niños, que corren sin peligro entre bicicletas, trenes, patines y perros. Pero sin peligro…
Hoy se oye especialmente el ruido de los petardos y por eso este río sin agua está hoy menos frecuentado.
¿Quién privó a esta ciudad de la belleza de su río? ¿Quién pudo castigar de tal modo a un río desbordado? ¿Quién pensó que los caminos tienen sus trazados fijos?
Lo llamamos Antiguo Cauce del río Turia, y a pesar de que su nombre pudiera reflejar olvido, ha declinado en alfombra verde para todos valencianos.
Pobres, menos pobres y mucho menos pobres pueden visitarlo. Hoy, que estamos en Fallas, también han bajado a este suelo, los amantes de los petardos.
La luz de esta ciudad de las flores se está apagando. Aún es invierno en el calendario pero en este viejo cauce se expande la primavera como un abanico en verano.
Bicicletas unidas a perros, balones entre pies de muchachos. Madres con papillas y cucharillas hacia los carros. Monopatines deslizándose entre la gente, atletas, parejas, padres, adolescentes e incluso abuelos enfadados.
Quiere llegar la noche y se iluminan en círculos las fuentes del embalse esclavo. Luces rojas y verdes pintan ese agua que llora por no ser parte del río mutilado.
Las farolas del Palau ya se han encendido. Las de fuera y las de dentro. Dejando ver los naranjos castigados dentro de esa jaula de cristal, y aunque se mantienen bellos, supongo que añoran la brisa del mar y el contacto de las manos de los niños.
¿Quién pudo evitar el beso entre el río Turia y el mar Mediterráneo?
Por otro camino sus aguas, ya nunca entre estos muros, que contuvieron antaño su fuerza –tal vez asesina-, pero casi siempre bella y serena siguiendo su curso.
Ya se ven las luces de las bicicletas y de las farolas de los jardines del palacio. Las luces de las casas y de los semáforos. Todo está iluminado.
Todo permanece de igual modo, los petardos lejanos, el rumor del agua, los pájaros asustados, los perros paseando, los patines de los niños, las familias, los enamorados, los solitarios, el eco de las voces que están gritando.
Este viejo río sin agua, siempre visitado. Tiene alma. Tiene agua bajo este manto artificial que frecuentan pobres, menos pobres y mucho menos pobres. Es de todos. Hay espacio para todos.
16 de marzo de 2014
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