jueves, 27 de marzo de 2014

Desde mi banco

Es la última media hora de luz del día. Estoy sentada en un banco frente al Palau de la Música. El cielo aún es azul con esponjosas nubes blancas. El techo del Palau brilla mientras los ventanales con falsas transparencias nos invitan a un misterioso lugar. Las banderas ondean hacia la derecha, hace bastante viento. El agua de los surtidores de la fuente hacen arcos difuminados por el aire y se levantan pequeñas olas en el estanque. Las palmeras inmunes al viento como las columnas que franquean la fuente, sólo saludan con sus ramas más altas.
Es sorprendente la gente que hay haciendo ejercicio: corriendo, en bici, en patines, sobre el césped los terribles abdominales o incluso paseando. No había estado nunca un día entre semana y a  estas horas aquí, es muy diferente a lo que se ve el fin de semana.
La tarde está fresca pero agradable. Las nubes tapan de vez en cuando los últimos rayos del sol dejando todo en penumbra.
No me había fijado nunca que el tejado del Palau está hecho con un material brillante. Ahora parece encendido. Es un edificio bonito, las cristaleras invitan a entrar. Piensas ‘una vez dentro con tanto ventanal puedo seguir observando resguardada del aire’. Pero, prefiero los jardines que lo rodean, césped, palmeras, flores, árboles. Varios tonos de mi color favorito, el verde.
Desde mi banco de piedra puedo ver también la gran noria de la Plaza Zaragoza. Esta parada pero sigue siendo magnífica, con el cielo azul de fondo e iluminada por el sol.
            Inventaría una historia, un cuento, una vida para cada persona que cruza por delante. Esa señora mayor de pañuelo rosa al cuello y tinte casero, andando deprisa. La familia de bellos rasgos andinos; padre, madre y niña, paseando la bici de la mano de la madre y la niña saltando de la mano del padre. El par de amigos que corren por pasión hablando de la próxima carrera. El solitario fondón ganándose la cena. La equipada perfecta, recién salida del Decathlon. El que corre con su perro unidos además de por la correa por la amistad y el deporte. El turista despistado que anda fotografiándolo todo, tal vez no es la mejor luz pero es su momento. El skater de amarilla gorra y camisa a cuadros ¿Habrá ido hoy al cole? La parejita que, entre arrumacos, se acercan al borde de la fuente y lanzan una moneda; no sabía yo que se podía/debía. Los maduros que pasean, no, están utilizando el río como camino más corto, van a algún sitio, llevan un sobre de manila en la mano y cierta prisa, caras serias, no hablan y aún así se les ve cierta familiaridad ¿Una pareja que ya no se toca?¿Qué los problemas los llevan a intentar buscar un sitio agradable, sin tráfico? Siguen sin ganas de comunicarse.
            Están encendiendo las luces Primero la fachada del Palau, luego la fuente iluminada de colores.
            Intento impregnarme de lo que me rodea, escribir sobre lo que percibo y no puedo dejar de pensar en la reunión que he tenido antes de venir aquí o en la que tendré cuando termine. Hubiera hecho mejor en inventar, desde el principio, una vida para cualquiera de las personas que he visto pasar o un ensayo sobre cómo crecen las raíces de las palmeras y levantan el suelo de ladrillos de barro cocido.
            El sol se ha despedido con un último rayo sobre el tejado del Palau. El cielo cambia el azul por el púrpura poco a poco. Es precioso. Creo que la luz al amanecer y al atardecer en Valencia es distinta a cualquier otra ciudad. Los tonos rosas, rojos, naranjas, sustituyendo a los azules y añiles para perder la batalla con el azul más profundo y luminoso que he visto nunca. Tal vez en Valencia, por culpa de la contaminación lumínica y atmosférica no vemos las estrellas pero tenemos los atardeceres más bellos, la paleta de colores es increíble.
            Es la hora, el móvil da el aviso de que han pasado los treinta minutos. Creo que voy a quedarme diez más a disfrutar de lo que queda del crepúsculo.


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