domingo, 2 de febrero de 2014

El mentalista de Alcorcón

Juanito siempre fue el guaperas del barrio. Cuando íbamos al instituto tenía loquitas a todas las chicas de clase. Era un tío deportista, no estaba excesivamente musculado pero  tenía un buen cuerpo. También le gustaba mucho cuidar su estética. Qué decir de su rubia melena, no había día que no pareciera recién sacada de un anuncio de champú. Y su estilismo… siempre iba a la última.

Cuando Juanito cruzaba por el patio todas las miradas de las compañeras se clavaban en él. Se abrazaban con fuerza a sus carpetas y ponían ojillos de cordero degollado. Le bastaba mirarlas con aquellos intensos ojos azules y soltarles cualquier pamplina simplona de las suyas para tenerlas una temporada comiendo en la palma de su mano.

Al tiempo se hartaban de él, era tan simple como toda su banal palabrería. Era un tipo muy vacío. Dedicaba tanto esfuerzo a cultivarse externamente que el interior prácticamente era un terreno yermo.

En la actualidad sigue viviendo en el mismo barrio de la infancia y continua siendo un jeta de cuidado, hay cosas que nunca cambian. Eso sí, ya nadie le conoce como Juanito sino como Johnny, el mentalista de Alcorcón.

No acabó el instituto, con tanto lío de faldas nunca había tiempo para los libros. Con el fin de especializarse en algo, decidió sacarse un par de cursos de CCC. El primero de masaje y Shiatsu. El segundo de relajación y desarrollo personal. Con estos dos cursos reforzó sus dotes para camelar a las mujeres y además pudo abrir un pequeño local en la calle de mis padres donde recibía a su clientela, en su mayoría femenina. El negocio nunca le fue mal, le daba para vivir.

Tiempo después empezó a interesarse  por todo lo relacionado con el esoterismo. Tarot, astrología, quiromancia, videncia… Asistía a todos los talleres o cursillos que encontraba relacionados con la materia. Así que, progresivamente fue ampliando la oferta de servicios en su negocio.

Johnny tenía un amigo trabajando en la cadena local. Con ese currículum y esa cara bonita no dudó en ofrecerle un programa en el canal. Era el típico espacio nocturno que todos hemos visto al hacer zapping. En él se dedicaba a dar todo tipo de consejos a las pobres personas insomnes que caían en la tentación de llamarle con la intención de liberarse un poco de sus desasosiegos. Johnny era un maravilloso vendedor de humo.

He de confesar que, aunque él nunca lo supo, Juanito fue mi gran amor de la adolescencia. Siempre le echaba alguna miradita furtiva desde el fondo de la clase. Siempre con gran disimulo. Me hubiera muerto de vergüenza si él se hubiera llegado a enterar.

Pero los años pasaron. No me fue mal en la vida y con el tiempo gané toda la confianza que nunca tuve en la adolescencia. Nunca le olvidé y un día volví al barrio a hacerle una visita. Llamé previamente para reservar cita en su consulta:

-        El mentalista de Alcorcón, dígame.
-        Buenos días, ¿cuándo tendría hora libre para echarme las cartas?
-        Si le va bien, esta misma tarde tengo un hueco a las seis.
-        Perfecto.
-        Dígame su nombre.
-        Almudena.
-        Muy bien Almudena, nos vemos a las seis.

Apenas quedaban 7 horas para volver a verlo pero la ansiedad empezó a apoderarse de mí. Tenía que relajarme. Volví a sacar del bolso la única foto que conservaba de él. Era la típica foto de clase. Nos la hicimos en el viaje a Mallorca de 3º de BUP. Para aliviar un poco aquella repentina tensión decidí dedicar un rato al onanismo.

A las seis en punto estaba en su consulta. Me puse mi vestido negro. No era demasiado corto, ni demasiado escotado. Estaba en el límite justo de la insinuación y la provocación. Al escuchar la puerta, miró en mi dirección. Su mirada me hizo un escaneo completo.

-        Buenas tardes. Por favor, tome asiento.

Cada noche, antes de irme a dormir, lo veía en la tele. Pero en persona… seguía ejerciendo aquel enorme magnetismo sobre mí. Me volví a repetir, Almudena relax. Tenía aquel brillo en sus ojos. Ese brillo que indicaba el comienzo de su juego de seducción.

-        Cuénteme Almudena. ¿Qué querría consultar?
-        Un asunto de hombres.
-        Veamos qué dicen las cartas.

Johnny barajó las cartas y empezó a distribuir sobre el mantel las que iba seleccionando del mazo. Levantó la primera carta y dijo:

-        Almudena, ¿me permite que la tutee?
-        Por supuesto.
-        Al parecer hay un hombre muy importante en tu vida.
-        Así es.
-        Pero al parecer, el muy tonto nunca te ha hecho mucho caso. ¡Qué desfachatez!
-        La verdad es que no demasiado.
-        Ese hombre debe de estar ciego.
-        Va a hacerme sonrojar.
-        Por favor, tutéame.

Giró la siguiente carta y continuó:

-        Las cartas dicen que compartieron muchos años de su juventud y después de muchos años ha habido un reencuentro. – se detuvo y me sonrió pícaramente – Aunque tampoco deben haber sido tantos,  eres muy joven ¿qué edad tienes, Almudena?
-        Veintinueve
-        Exactamente los mismos que yo, ¡qué casualidad!
-        Hacía tanto tiempo que no le veía… había olvidado todo lo que significó para mí y cuanto le quise. – comenté con aire distraído.

Al volver otra carta más me preguntó:

-        ¿Qué tiene este hombre, Almudena?  Por lo que estoy viendo, él nunca te ha hecho ningún bien. Veo tanta tristeza en tu pasado…
-        Nada que no tengas tú pero ya sabes cómo es el amor… o puede que únicamente fuera deseo – suspiré.

Al nombrar la palabra deseo sus ojos se encendieron. La conversación fue subiendo de tono. Johnny tonteó conmigo. Tanto como en otro tiempo lo hiciera con tantas otras. Tanto como siempre había soñado. Cuando acabó la sesión me pidió quedar una noche para cenar. No cabía en mi gozo.

La verdad es que, después de aquellos años había conocido a muchos otros hombres. No buscaba amor en Johnny, únicamente sexo. Un polvo con aquel hombre tan deseado. Dudaba que pudiera sacar algo más de aquel tipo pero no nos engañemos, quién no ha pasado por esto. Tenía que saciar aquel deseo contenido por tantos años.

Quedamos aquel mismo viernes. Johnny pasó a recogerme a las 22 por casa de mis padres. A pesar de que vivíamos tan cerca y que fuimos tantos años juntos al colegio no parecía tener ni la más remota idea de quién era yo. A caso siquiera me recordaría. Al subir al coche me besó en la mejilla:

-        Estás preciosa, Almudena. Eclipsas a la luna esta noche.

La luna estaba espectacular, cómo podía decirme aquello. El corazón se me salía del pecho. Sus labios aun ardían en mi mejilla. Almudena, no seas idiota. Tú, tú que has pasado por tanto. Tú que te has hecho dura a base de reveses en esta vida, no te pongas ñoña con esta mierda. Le conoces bien. Recuerda lo que has venido a buscar. Le acaricié la rodilla:

-        Eres encantador, Johnny. Pero no exageres. – le guiñé un ojo con complicidad.

Fuimos a cenar a un restaurante íntimo en las afueras del barrio. Lo eligió él. Para eso también parecía tener buen gusto.

-        ¿Y dices que tu familia siempre ha vivido en el barrio?
-        Sí, mis padres siguen viviendo en el portal donde me has recogido.
-        Vaya, qué curioso. Es raro que no te recuerde. ¿Almudena? Es un nombre muy común pero… una cara y un cuerpazo así ¿cómo olvidarlos?

El vino estaba haciendo su efecto. Johnny cada vez estaba más cariñoso y más cercano. Me acariciaba la mano y me dedicaba continuos halagos. ¡Menudo repertorio tenía este hombre! Cómo se notaba que estaba bien curtido en este tipo de asuntos.

-        ¿Te apetece ir a bailar un rato? Conozco un local nuevo cerca de aquí. Está muy bien.

Me cogió de la mano y fuimos andando hasta allí.

-        ¿Te apetece tomar algo?
-        Sorpréndeme.

Se acercó a la barra y pidió un par de Margaritas. Nos colocamos en un rincón cerca de una mesa alta donde podíamos apoyar las copas. La música era animada. Bailamos varias canciones. No apartaba los ojos de mí ni dejaba de sonreír:
                           
-        No me perdono no acordarme de ti – me susurro al oído - aunque hay algo que me resulta tan familiar en ti…

A pesar de que aquella música no era necesariamente para bailarla en pareja, algunos temas sí que se prestaban a hacerlo. En esos casos, aprovechaba la ocasión y me agarraba por la cintura. Tenía ritmo, bailaba bien. Entonces, me besó en los labios. Cerré los ojos y me dejé llevar. Nos enzarzamos en un beso apasionado. Sus manos recorrían mi cuerpo suavemente.

-        ¿Te apetece que vayamos a otra parte? – volvió a susurrarme.
-        ¿Por qué no?

Cogimos un taxi en la puerta del pub. En menos de cinco minutos estaríamos en su casa. Al entrar en su casa la prisa nos atropelló y andábamos a trompicones por el pasillo sin despegarnos. Le desabroché la camisa y él trataba de bajarme la cremallera del vestido. Caímos sobre la cama.

-        Qué lástima que no te acuerdes de mí. Yo no he podido olvidarte.

Me miró sorprendido pero no paró de besarme. Se lo dije con una voz tan acaramelada que debió pensar que solo era parte de algún extraño juego para calentarlo un poco más. Su mano empezó a subir por mi pierna, la deslizó dentro de mis bragas y entonces abrió los ojos como platos. En aquel momento supe que  había conseguido acordarse de mí.

-        ¡¡¡¡Álvaro, joder, eres Álvaro!!!!

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