Juanito siempre fue el guaperas del barrio. Cuando íbamos al instituto
tenía loquitas a todas las chicas de clase. Era un tío deportista, no estaba
excesivamente musculado pero tenía un buen cuerpo. También le
gustaba mucho cuidar su estética. Qué decir de su rubia melena, no había día
que no pareciera recién sacada de un anuncio de champú. Y su estilismo… siempre
iba a la última.
Cuando Juanito cruzaba por el patio todas las miradas de las compañeras se
clavaban en él. Se abrazaban con fuerza a sus carpetas y ponían ojillos de
cordero degollado. Le bastaba mirarlas con aquellos intensos ojos azules y
soltarles cualquier pamplina simplona de las suyas para tenerlas una temporada
comiendo en la palma de su mano.
Al tiempo se hartaban de él, era tan simple como toda su banal palabrería.
Era un tipo muy vacío. Dedicaba tanto esfuerzo a cultivarse externamente que el
interior prácticamente era un terreno yermo.
En la actualidad sigue viviendo en el mismo barrio de la infancia y
continua siendo un jeta de cuidado, hay cosas que nunca cambian. Eso sí, ya
nadie le conoce como Juanito sino como Johnny, el mentalista de Alcorcón.
No acabó el instituto, con tanto lío de faldas nunca había tiempo para los
libros. Con el fin de especializarse en algo, decidió sacarse un par de cursos
de CCC. El primero de masaje y Shiatsu. El segundo de relajación y desarrollo
personal. Con estos dos cursos reforzó sus dotes para camelar a las mujeres y
además pudo abrir un pequeño local en la calle de mis padres donde recibía a su
clientela, en su mayoría femenina. El negocio nunca le fue mal, le daba para
vivir.
Tiempo después empezó a interesarse por todo lo relacionado con el
esoterismo. Tarot, astrología, quiromancia, videncia… Asistía a todos los
talleres o cursillos que encontraba relacionados con la materia. Así que,
progresivamente fue ampliando la oferta de servicios en su negocio.
Johnny tenía un amigo trabajando en la cadena local. Con ese currículum y
esa cara bonita no dudó en ofrecerle un programa en el canal. Era el típico
espacio nocturno que todos hemos visto al hacer zapping. En él se dedicaba a
dar todo tipo de consejos a las pobres personas insomnes que caían en la
tentación de llamarle con la intención de liberarse un poco de sus
desasosiegos. Johnny era un maravilloso vendedor de humo.
He de confesar que, aunque él nunca lo supo, Juanito fue mi gran amor de la
adolescencia. Siempre le echaba alguna miradita furtiva desde el fondo de la
clase. Siempre con gran disimulo. Me hubiera muerto de vergüenza si él se
hubiera llegado a enterar.
Pero los años pasaron. No me fue mal en la vida y con el tiempo gané toda
la confianza que nunca tuve en la adolescencia. Nunca le olvidé y un día volví
al barrio a hacerle una visita. Llamé previamente para reservar cita en su
consulta:
- El mentalista de
Alcorcón, dígame.
- Buenos días, ¿cuándo
tendría hora libre para echarme las cartas?
- Si le va bien, esta
misma tarde tengo un hueco a las seis.
- Perfecto.
- Dígame su nombre.
- Almudena.
- Muy bien Almudena, nos
vemos a las seis.
Apenas quedaban 7 horas para volver a verlo pero la ansiedad empezó a
apoderarse de mí. Tenía que relajarme. Volví a sacar del bolso la única foto
que conservaba de él. Era la típica foto de clase. Nos la hicimos en el viaje a
Mallorca de 3º de BUP. Para aliviar un poco aquella repentina tensión decidí
dedicar un rato al onanismo.
A las seis en punto estaba en su consulta. Me puse mi vestido negro. No era
demasiado corto, ni demasiado escotado. Estaba en el límite justo de la
insinuación y la provocación. Al escuchar la puerta, miró en mi dirección. Su
mirada me hizo un escaneo completo.
- Buenas tardes. Por
favor, tome asiento.
Cada noche, antes de irme a dormir, lo veía en la tele. Pero en persona…
seguía ejerciendo aquel enorme magnetismo sobre mí. Me volví a repetir,
Almudena relax. Tenía aquel brillo en sus ojos. Ese brillo que indicaba el
comienzo de su juego de seducción.
- Cuénteme Almudena. ¿Qué
querría consultar?
- Un asunto de hombres.
- Veamos qué dicen las
cartas.
Johnny barajó las cartas y empezó a distribuir sobre el mantel las que iba
seleccionando del mazo. Levantó la primera carta y dijo:
- Almudena, ¿me permite
que la tutee?
- Por supuesto.
- Al parecer hay un hombre
muy importante en tu vida.
- Así es.
- Pero al parecer, el muy
tonto nunca te ha hecho mucho caso. ¡Qué desfachatez!
- La verdad es que no
demasiado.
- Ese hombre debe de estar
ciego.
- Va a hacerme sonrojar.
- Por favor, tutéame.
Giró la siguiente carta
y continuó:
- Las cartas dicen que
compartieron muchos años de su juventud y después de muchos años ha habido un
reencuentro. – se detuvo y me sonrió pícaramente – Aunque tampoco deben haber
sido tantos, eres muy joven ¿qué edad tienes, Almudena?
- Veintinueve
- Exactamente los mismos
que yo, ¡qué casualidad!
- Hacía tanto tiempo que
no le veía… había olvidado todo lo que significó para mí y cuanto le quise. –
comenté con aire distraído.
Al volver otra carta más me preguntó:
- ¿Qué tiene este hombre,
Almudena? Por lo que estoy viendo, él nunca te ha hecho ningún bien. Veo
tanta tristeza en tu pasado…
- Nada que no tengas tú
pero ya sabes cómo es el amor… o puede que únicamente fuera deseo – suspiré.
Al nombrar la palabra deseo sus ojos se encendieron. La conversación fue
subiendo de tono. Johnny tonteó conmigo. Tanto como en otro tiempo lo hiciera
con tantas otras. Tanto como siempre había soñado. Cuando acabó la sesión me
pidió quedar una noche para cenar. No cabía en mi gozo.
La verdad es que, después de aquellos años había conocido a muchos otros
hombres. No buscaba amor en Johnny, únicamente sexo. Un polvo con aquel hombre
tan deseado. Dudaba que pudiera sacar algo más de aquel tipo pero no nos
engañemos, quién no ha pasado por esto. Tenía que saciar aquel deseo contenido
por tantos años.
Quedamos aquel mismo viernes. Johnny pasó a recogerme a las 22 por casa de
mis padres. A pesar de que vivíamos tan cerca y que fuimos tantos años juntos
al colegio no parecía tener ni la más remota idea de quién era yo. A caso
siquiera me recordaría. Al subir al coche me besó en la mejilla:
- Estás preciosa,
Almudena. Eclipsas a la luna esta noche.
La luna estaba espectacular, cómo podía decirme aquello. El corazón se me
salía del pecho. Sus labios aun ardían en mi mejilla. Almudena, no seas idiota.
Tú, tú que has pasado por tanto. Tú que te has hecho dura a base de reveses en
esta vida, no te pongas ñoña con esta mierda. Le conoces bien. Recuerda lo que
has venido a buscar. Le acaricié la rodilla:
- Eres encantador, Johnny.
Pero no exageres. – le guiñé un ojo con complicidad.
Fuimos a cenar a un restaurante íntimo en las afueras del barrio. Lo eligió
él. Para eso también parecía tener buen gusto.
- ¿Y dices que tu familia
siempre ha vivido en el barrio?
- Sí, mis padres siguen
viviendo en el portal donde me has recogido.
- Vaya, qué curioso. Es
raro que no te recuerde. ¿Almudena? Es un nombre muy común pero… una cara y un
cuerpazo así ¿cómo olvidarlos?
El vino estaba haciendo su efecto. Johnny cada vez estaba más cariñoso y
más cercano. Me acariciaba la mano y me dedicaba continuos halagos. ¡Menudo
repertorio tenía este hombre! Cómo se notaba que estaba bien curtido en este
tipo de asuntos.
- ¿Te apetece ir a bailar
un rato? Conozco un local nuevo cerca de aquí. Está muy bien.
Me cogió de la mano y fuimos andando hasta allí.
- ¿Te apetece tomar algo?
- Sorpréndeme.
Se acercó a la barra y pidió un par de Margaritas. Nos colocamos en un
rincón cerca de una mesa alta donde podíamos apoyar las copas. La música era
animada. Bailamos varias canciones. No apartaba los ojos de mí ni dejaba de
sonreír:
- No me perdono no
acordarme de ti – me susurro al oído - aunque hay algo que me resulta tan
familiar en ti…
A pesar de que aquella música no era necesariamente para bailarla en
pareja, algunos temas sí que se prestaban a hacerlo. En esos casos, aprovechaba
la ocasión y me agarraba por la cintura. Tenía ritmo, bailaba bien. Entonces,
me besó en los labios. Cerré los ojos y me dejé llevar. Nos enzarzamos en un
beso apasionado. Sus manos recorrían mi cuerpo suavemente.
- ¿Te apetece que vayamos
a otra parte? – volvió a susurrarme.
- ¿Por qué no?
Cogimos un taxi en la puerta del pub. En menos de cinco minutos estaríamos
en su casa. Al entrar en su casa la prisa nos atropelló y andábamos a
trompicones por el pasillo sin despegarnos. Le desabroché la camisa y él
trataba de bajarme la cremallera del vestido. Caímos sobre la cama.
- Qué lástima que no te
acuerdes de mí. Yo no he podido olvidarte.
Me miró sorprendido pero no paró de besarme. Se lo dije con una voz tan
acaramelada que debió pensar que solo era parte de algún extraño juego para
calentarlo un poco más. Su mano empezó a subir por mi pierna, la deslizó dentro
de mis bragas y entonces abrió los ojos como platos. En aquel momento supe que
había conseguido acordarse de mí.
- ¡¡¡¡Álvaro, joder, eres
Álvaro!!!!

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