sábado, 11 de enero de 2014

Mato a un tío



Mato a un tío
Amparo había salido por la tarde a hacer la compra para el fin de semana. Algo básico, su pensión no daba para mucho más: patatas, cebollas, manzanas y pan. Por el camino se había cruzado con unas cuantas vecinas. Todas se interesaron por su estado físico, por cómo se encontraba después del robo que había sufrido hacía unos días.
    - ¿Han encontrado tu documentación al menos?- Se interesó una vecina.
    - No.- Contestó Amparo.- No han encontrado nada.
    - ¿Se llevaron mucho dinero?
    - Mujer… No llevaría más de diez euros encima… si simplemente había bajado a la verdulería… Lo peor es que llevaba todo dentro del bolso: documentación, fotos, llaves… Menos mal que mis vecinos tenían una copia…
    - Cómo se está poniendo todo… ya no puede una caminar tranquila por la calle…
La gente del barrio trataba a Amparo con amabilidad. Todos la conocían. Ella se sentía querida. Continuamente le preguntaban si necesitaba algo o si se encontraba bien, a lo que ella respondía siempre lo mismo: que no necesitaba nada y que sí se encontraba bien. Todos sabían que aquello no era cierto, pero todos daban por válida esa respuesta.
Amparo entró en su patio y escuchó ruidos por el hueco de la escalera. Le parecieron gritos, pero no llegó a reconocer las voces. Se asomó por ver si atisbaba algo. Nada. Llamó al ascensor y subió hasta su piso temiéndose lo peor; al salir del ascensor se encontró en el rellano con el vecino de la puerta de al lado. Éste al ver a Amparo se le acercó.
    - ¿Estás bien?- Le dijo el vecino.
    - ¿Qué pasa?
    - Dame las bolsas.
El vecino de Amparo cogió con cuidado las bolsas de la compra. Ella no opuso ningún tipo de resistencia, estaba quieta, congelada, con la mirada fija en la puerta de su piso. Era de ahí de donde procedían los gritos.
    - ¡Aaaaah!- Se escuchó gritar.
    - ¿Es mi hija?- Dijo Amparo.
    - No estamos seguros… Ven, pasa conmigo.
El vecino la cogió de la mano y la guio hasta su casa. Ella avanzó con la mirada todavía clavada en su vivienda. Intentaba adivinar qué decían aquellos gritos. Pero sólo escuchaba una cosa.
    - ¡Aaaaah!
Amparo avanzó por el pasillo de sus vecinos con el semblante serio. Absorta en sus propios pensamientos. Entró al comedor sin saludar a su vecina, que la esperaba con una sonrisa nerviosa. Amparo simplemente se sentó en el sofá y clavó la mirada en el tabique que separaba ambas viviendas. Desde allí se escuchaban mejor los gritos.
    - ¡Aaaaah!
Eran sin duda voces de mujer. Sabía que era su hija.
    - Han empezado los gritos hará cosa de media hora.- Dijo su vecina al ver que Amparo no reaccionaba.- Todo ha sido muy rápido. Estábamos viendo la televisión cuando hemos oído ruidos, como de muebles arrastrados... Nos hemos quedado sorprendidos, por un momento hemos pensado que eran ladrones… pero pronto han empezado los gritos.
Amparo seguía con la mirada fija en el tabique.
    - Hemos llamado al timbre de la puerta.- Continuó su vecina.- Pero no nos ha abierto. La puerta está bien, no parece que la hayan forzado… Varios vecinos más han salido. El de la puerta 27 quería llamar a la policía… pero hemos decidido esperar a que vinieras…
Silencio.
    - Amparo… ¿qué quieres que hagamos?
Amparo tenía el rostro petrificado. Respiró profundamente. Por fin apartó la mirada del tabique, miró a sus vecinos y con voz calmada dijo:
    - Dejadme que intente hablar con ella.
Acto seguido se levantó del sofá, se arregló la falda y la rebeca, ambas negras por su eterno luto, y sacando las llaves se dirigió hacia el pasillo. Su vecina fue tras ella, pero al percatarse se giró:
    - Mejor que vaya yo sola.
Amparo salió al rellano y sus vecinos se quedaron tras la puerta. La vecina estaba nerviosa, no paraba de pensar en que debería de llamar a la policía. Clavó su ojo en la mirilla y esperó con el teléfono en la mano.
Amparo se plantó delante de la puerta de su casa, tan recta como su avanzada edad le permitía. Tocó el timbre dos veces y seguidamente dijo con solemnidad:
    - ¡Hija, quieras o no voy a entrar!
    - ¡Aaaaah!
Fue lo único que obtuvo por respuesta. Metió la llave por la cerradura y empezó a girarla mientras contenía la respiración. Dio dos vueltas a la llave pero cuando intentó abrir, no pudo mover la puerta.
    - ¡Hija por el amor de dios!- Gritó Amparo.- ¡Ábrele la puerta a tu madre!
    - ¡Aaaaah!
Amparo dio varios golpes en la puerta, giró una y otra vez la llave.
    - ¡Hija!
De repente notó cómo la mirilla de la puerta se abría. Dio un paso atrás.
    - Hija. Ábreme.
    - ¿¡Ahora sí que soy tu hija!?- Gritó una voz encolerizada a través de la puerta.
    - Hija. Cálmate.
    - ¿¡Hija!? ¿¡Ahora soy tu hija!?- La voz de aquella mujer era estridente.
    - Cálmate y ábreme la puerta.
    - ¡No!
    - Sabes que no hay nada en casa de valor.
    - ¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate!
    - Hija, ¡por el amor de dios!
    - ¡Que no soy tu hija! ¡¿Recuerdas?! ¡Tú no tienes hija! ¡Eso fue lo que dijiste!
    - Cristina. Ábreme, no montes otro espectáculo.
    - ¡Aaaaah!
    - ¡Hija ábreme!- Dijo Amparo dando un golpe en la puerta.
    - ¿Quieres espectáculo? ¿Sabes lo que voy a hacer? ¡Voy a rajarme las venas en tu casa!
    - ¡Hija cálmate por dios!
    - ¡Vas a ver a esa hija que no querías! ¡La vas a ver muerta en tu casa!
    - ¡No hagas ninguna barbaridad!
    - ¡¿Has oído mamá?!  ¡Muerta!
    - ¡Cristina!
    - ¡Aaaaah!
El grito se alejó de la puerta. Amparo se quedó quieta y llena de rabia. La vecina de Amparo no pudo aguantar más. Salió de su casa, la cogió de las manos y dijo.
    - Déjanos llamar a emergencias.
Amparo no contestó. Tenía la mirada clavada en la puerta. No parecía escuchar a su vecina.
    - ¡Amparo por favor!
Por fin reaccionó. Giró la vista hasta que sus ojos se cruzaron con los de su vecina. En ese momento asintió con la cabeza.
    - Llama… Y diles lo que has oído… Que mi hija se quiere suicidar en mi casa…

Cristina se alejó de la puerta de la casa de su madre gritando.
    - ¡Aaaaah!
Miraba a su alrededor sin clavar la vista en ningún punto fijo. Había tirado al suelo todo aquello que su madre tenía sobre los muebles: libros, figuras, fotos… todo estaba desparramado. Había buscado en donde ya sabía que no iba a encontrar nada: cajones de las  habitaciones, cómoda del comedor…
Llegó hasta la cocina y cogió uno de los cuchillos. No tenía ningún sitio adonde ir. Su madre le había tirado de su propia casa. De la casa que su padre les había dejado a las dos. Se sentó en sofá del comedor y pintó otra raya. Le dolía la cabeza. A veces dudaba de lo que estaba haciendo.
    - ¡Aaaaah!
Apoyó su espalda en el respaldo. El corazón le palpitaba con fuerza. Podía sentir las pulsaciones en su propia sien. Cerró los ojos y acercó el filo del cuchillo hacia su muñeca. Cogió aire. Apretó los dientes. Podía sentir el frío del metal en su piel. Presionó. Notó la sangre corriendo hacia la mano. Quería deslizar el cuchillo. Quería cortarse las venas.
    - ¡Aaaaah!
No pudo. Se levantó del asiento y buscó ansiosa otro cigarrillo. Lo encendió y miró el mueble del televisor. A lo mejor debajo del televisor había algo de dinero. Bajó el televisor al suelo. Tampoco había nada allí debajo. Dio una profunda calada al cigarrillo y se volvió a sentar en el sofá. Sacó de nuevo la droga y volvió a pintarse otra raya. De repente la puerta del comedor se abrió. Dos bomberos aparecieron. Cristina cogió el cuchillo y se levantó como un resorte.
    - ¡Quietos!- Gritó Cristina.- ¡Aaaaaah! ¡No os acerquéis joder!
Ambos se quedaron estáticos con las manos en alto en son de paz. Cristina estaba de pie delante del sofá, entre ella y los bomberos estaba la mesa llena de droga y varias sillas movidas. A mano derecha los bomberos estaba la puerta principal de la vivienda. Cristina movió torpemente el cuchillo en el aire.
    - ¡Hoy es el día que mato a un tío! ¡Mato a un tío!
    - ¿Por qué tienes que matar hoy a nadie Cristina?- Dijo uno de los bomberos.
Ella se quedó confusa al oír su nombre. Intentó clavar su vista en el rostro de los bomberos. Pero era incapaz de fijar la mirada. Le pareció ver que uno de los bomberos se movía a su derecha.
    - ¡Quieto joder!- Le gritó Cristina.
    - Oye Cristina… Hemos venido a ayudarte.
    - ¡Yo no os he pedido ayuda!
Y diciendo esto extendió su brazo y orientó el filo del cuchillo hacia su muñeca.
    - ¡Como os mováis me rajo las venas!
    - Tú no has pedido ayuda.- Contestó el bombero, que seguía quieto con la manos en alto.- Pero tu madre sí… está preocupada por ti.
    - ¡Y una mierda!- Dijo agitando el cuchillo en el aire.- ¡Si estuviera preocupada por mí me habría dado dinero! ¡Sabe que necesito dinero! ¡Lo que quiere es que su hija se muera!
Cristina agitó los brazos en el aire. Le dolía mucho la cabeza. Alzó la vista y le volvió a parecer ver que el otro bombero se movía más a su derecha.
    - ¡Aaaaah! ¡Quieto joder!- Volvió a decir Cristina orientando de nuevo el filo hacia su muñeca.
    - Si tu madre quiere que te mueras,- dijo pausadamente el bombero que estaba estático- ¿por qué nos ha pedido que entremos a ayudarte?
Cristina se quedó parada. Pensativa.
    - ¡Porque es una loca! ¡Por eso me echó de casa! ¡Porque es una loca!
Lo dijo moviendo de nuevo el cuchillo en el aire. El bombero que había estado moviéndose, dio el paso definitivo hacia la puerta y la abrió de golpe. Fuera estaba un agente de policía, un médico y Amparo, que entró como una exhalación en cuanto la puerta se abrió. Cristina se quedó congelada al ver la figura de su madre. El cuchillo se le cayó de las manos y entre el miedo y el consuelo dijo:
    - Mamá…
Amparo no contestó, llegó a la altura de su hija y con su palma izquierda le golpeó el  rostro. El bofetón creó un silencio en la estancia. Cristina se dejó caer de rodillas en el suelo y llorando abrazó a su madre.
    - Ayúdame mamá.
La cara de Amparo seguía con semblante severo, pero de sus ojos surgían fogosas lágrimas.

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