domingo, 12 de enero de 2014

AL BORDE DE LA PISCINA

AL BORDE DE LA PISCINA

Verano. Dos amigos de la infancia sin mucho de lo que hablar. Una piscina plácida. 
Algunos niños que juegan, mientras los padres echan la siesta.

Sentado en el césped, con la toalla sobre la cabeza para cubrirla del sol, abandonó su lectura para observar a su amigo nadar. Surcaba repetidamente la piscina con brazadas enérgicas, pero tan limpias que apenas perturbaban la superficie. Incluso el juego de los niños se había contagiado de la calma de media tarde: voces en susurros, y pasos sigilosos, como si temiesen despertar a alguien. Piensa si no debería echarse una siesta él también, pero no se siente capaz. Su amigo había insistido en que le acompañase, a pesar de que a él no le gustaba nadar, e incluso se había ofrecido a pagarle la entrada. Cada vez que le instaba a que se metiese en el agua, él lo había rechazado cortésmente.

El socorrista pasa sin interés las hojas de una revista. Un hombre del grupo de padres alza la cabeza, echa un vistazo levantándose las gafas oscuras, y vuelve a acostarse. Los niños se persiguen disparándose chorros de agua. Fija su mirada en el borde empedrado de la piscina, y de repente le viene a la mente una conversación que ha tenido antes con su amigo.

-Era muy guapa.
-¿Qué?- Levantó la vista del libro.
-La chica que estaba aquí hasta hace poco.- Se había encogido de hombros. Su amigo lo observaba.- ¿Cuándo vas a salir con alguna chica?- Se había vuelto a encoger.- Mira... Si te gustan los chicos no pasa nada.
-No es eso, es que...- Su amigo esperó que continuase, pero él ya no tenía nada que añadir.

En una ocasión le había preguntado con cuántas chicas había salido ya, y su amigo le había respondido riéndose que con muchas. No supo identificar aquella risa, pero no era de presunción.

Los niños corren descalzos, dan vueltas, cegados en su tiroteo. Abandonan la zona de césped por el cemento rojo, y él no puede dejar de mirarlos. Uno de ellos retrocede de espaldas por la intensidad del fuego, mientras que el enemigo se divide para rodearle. Sus trayectorias convergen en único punto.

-¡Chicos! ¡No corráis por el borde!- grita el socorrista. Algunos de los padres levantan la cabeza, pero la mayoría sigue durmiendo.

Los niños obedecen sin abandonar su juego. No sopla aire, apenas se escuchan ruidos, el agua ondea hipnóticamente, y no pasa nada. Debería haberse quedado en casa, piensa.

-Ha vuelto el gamberro- le dice su amigo al regresar. Mira en la misma dirección, a la colina más allá de la verja, y lo ve. Un niño que deambula entre las piedras y los árboles con la mirada de una fiera enjaulada.
-No me gusta.- Y era cierto, le inquietaba más de lo que estaba dispuesto a admitir. Y cuando desaparecía detrás de un árbol, y no volvía a aparecer, lo que sentía era cercano al terror.
-Los niños no lo han visto está vez.
-Está buscando cómo entrar.
-No puede. La verja es buena, no como la de nuestros tiempos.
-¿Y si los espera a la salida?- Él sabe que ese no es el problema, pero cuando su amigo le recuerda que al salir irán con sus padres, no puede evitar imaginarlos durmiendo en bañador y sobre una toalla el resto de sus vidas.- ¿Recuerdas a ratita?- las palabras fluyen de su boca, y en el instante en el que es consciente de haberlas pronunciado, se arrepiente.

Su amigo lo observa con cara de no comprender nada, hasta que esboza una sonrisa.

-¡Qué dices, ratita!- su amigo le da un empujón amistoso, y ahora quien no comprende es él.
-No, me refiero a...
-¿Te refieres a quién, ratita?- pregunta aún sonriente.- Hacía siglos que no te llamaba así.
-¿Qué? Ratita no era yo.
-Sí, lo eras- le ataja antes de que pueda añadir nada.- ¿No te acuerdas de que tenías las palas muy separadas, y de cómo te mordías los labios?- dice, mientras lo representa.- Parecía que olisqueases queso.

Y él, a su pesar, lo recuerda. La sonrisa se desvanece del rostro de su amigo, desvía su mirada hacia un lugar que ya no pertenece a este tiempo.

-Después del accidente nadie volvió a usar los ápodos que ella invento. Recordar era demasiado doloroso. Tal vez debimos actuar diferente, haberla recordado más, pero sólo éramos unos niños.

Entre bromas y risas, el grupo de niños recarga sus pistolas. Extienden con todo su brazo para alcanzar la superficie del agua, ajenos al peligro.

Su amigo lo observa en silencio. Una pregunta da vueltas en su cabeza sin atreverse a salir. Finalmente la descarta. Él no habría sabido qué responder.

-Tú no estabas cuando sucedió. Te habías ido al pueblo de tus abuelos.

Él guarda silencio. Su amigo frunce el ceño, disgustado por la dirección que ha tomado la conversación. Corre y se zambulle con fuerza en la piscina. Mientras su amigo nada, piensa que quizá debería irse a casa. Los niños juegan a lanzarse al agua, el socorrista habla por el móvil, y aunque no ve al gamberro por ninguna parte, está.

Después de unos largos, su amigo regresa, y él sigue allí. Se sienta a su lado, y durante un rato ninguno dice nada.

-Siempre me he arrepentido. Salimos todos a comprar helados, y de repente quiso regresar. Me ofrecí a acompañarla, pero me pidió que le comprase uno de limón- se ríe sin fuerzas.- Nunca he sabido la razón por la que quiso regresar, pero debió ver algo, porque justo antes había mirado atrás.- Hay un niño oculto entre los árboles que no es el gamberro. Su amigo mira en la misma dirección sin ver nada, y después continua hablando.- He repetido ese instante millones de veces, y jamás he podido detenerla. Podría haberla detenido, si hubiese sabido la razón, podría haberla detenido.

Mientras escucha a su amigo, puede ver a la niña regresar sola a la piscina, sin comprender por qué. Lo imagina porque él no estuvo allí.

Su amigo se levanta con la mirada desviada, y él la aparta a su vez para no mirarle.
-Voy al servicio- alcanza a decir.

Pero puede recordar a ratita mintiendo a sus amigos. Contar que se iba al pueblo de sus abuelos, para no aguantar más burlas y risas. Y empieza a sentir miedo de las memorias que conserva, y también de las que no conserva.

Los niños practican pelea cerca del borde de la piscina. El socorrista no está en su puesto. Lo busca pero ha desaparecido. Los padres duermen, y continuarán haciéndolo por toda la eternidad. El gamberro permanece oculto, pero no puede cruzar la verja porque es buena. Pero para el otro niño, él que espía a los amigos de los que ha huido, es diferente. Y de repente sabe cómo continua la escena.

Agarra la muñeca de uno de los niños justo antes de que se precipite contra la esquina de la piscina. El agua se tiñe de rojo. Sangre que proviene directamente de sus recuerdos. Aparta al niño, y le dice que tenga cuidado. En aquella ocasión no uso sus manos para sujetar. El cuerpo inmóvil de la niña flotó sobre la superficie antes de hundirse.


Un empujón le sorprende por la espalda. Su amigo le observa caer con una sonrisa.

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