Verano. Dos
amigos de la infancia sin mucho de lo que hablar. Una piscina plácida.
Algunos
niños que juegan, mientras los padres echan la siesta.
Sentado en el césped, con la toalla
sobre la cabeza para cubrirla del sol, abandonó su lectura para observar a su
amigo nadar. Surcaba repetidamente la piscina con brazadas enérgicas, pero tan limpias
que apenas perturbaban la superficie. Incluso el juego de los niños se había
contagiado de la calma de media tarde: voces en susurros, y pasos sigilosos,
como si temiesen despertar a alguien. Piensa si no debería echarse una siesta él
también, pero no se siente capaz. Su amigo había insistido en que le
acompañase, a pesar de que a él no le gustaba nadar, e incluso se había
ofrecido a pagarle la entrada. Cada vez que le instaba a que se metiese en el
agua, él lo había rechazado cortésmente.
El socorrista pasa sin interés las hojas
de una revista. Un hombre del grupo de padres alza la cabeza, echa un vistazo
levantándose las gafas oscuras, y vuelve a acostarse. Los niños se persiguen
disparándose chorros de agua. Fija su mirada en el borde empedrado de la
piscina, y de repente le viene a la mente una conversación que ha tenido antes
con su amigo.
-Era muy guapa.
-¿Qué?- Levantó la vista del libro.
-La chica que estaba aquí hasta hace
poco.- Se había encogido de hombros. Su amigo lo observaba.- ¿Cuándo vas a
salir con alguna chica?- Se había vuelto a encoger.- Mira... Si te gustan los
chicos no pasa nada.
-No es eso, es que...- Su amigo esperó
que continuase, pero él ya no tenía nada que añadir.
En una ocasión le había preguntado con
cuántas chicas había salido ya, y su amigo le había respondido riéndose que con
muchas. No supo identificar aquella risa, pero no era de presunción.
Los niños corren descalzos, dan vueltas,
cegados en su tiroteo. Abandonan la zona de césped por el cemento rojo, y él no
puede dejar de mirarlos. Uno de ellos retrocede de espaldas por la intensidad
del fuego, mientras que el enemigo se divide para rodearle. Sus trayectorias
convergen en único punto.
-¡Chicos! ¡No corráis por el borde!-
grita el socorrista. Algunos de los padres levantan la cabeza, pero la mayoría
sigue durmiendo.
Los niños obedecen sin abandonar su
juego. No sopla aire, apenas se escuchan ruidos, el agua ondea hipnóticamente,
y no pasa nada. Debería haberse quedado en casa, piensa.
-Ha vuelto el gamberro- le dice su amigo
al regresar. Mira en la misma dirección, a la colina más allá de la verja, y lo
ve. Un niño que deambula entre las piedras y los árboles con la mirada de una
fiera enjaulada.
-No me gusta.- Y era cierto, le
inquietaba más de lo que estaba dispuesto a admitir. Y cuando desaparecía
detrás de un árbol, y no volvía a aparecer, lo que sentía era cercano al
terror.
-Los niños no lo han visto está vez.
-Está buscando cómo entrar.
-No puede. La verja es buena, no como la
de nuestros tiempos.
-¿Y si los espera a la salida?- Él sabe
que ese no es el problema, pero cuando su amigo le recuerda que al salir irán
con sus padres, no puede evitar imaginarlos durmiendo en bañador y sobre una
toalla el resto de sus vidas.- ¿Recuerdas a ratita?- las palabras fluyen de su
boca, y en el instante en el que es consciente de haberlas pronunciado, se
arrepiente.
Su amigo lo observa con cara de no
comprender nada, hasta que esboza una sonrisa.
-¡Qué dices, ratita!- su amigo le da un
empujón amistoso, y ahora quien no comprende es él.
-No, me refiero a...
-¿Te refieres a quién, ratita?- pregunta
aún sonriente.- Hacía siglos que no te llamaba así.
-¿Qué? Ratita no era yo.
-Sí, lo eras- le ataja antes de que
pueda añadir nada.- ¿No te acuerdas de que tenías las palas muy separadas, y de
cómo te mordías los labios?- dice, mientras lo representa.- Parecía que
olisqueases queso.
Y él, a su pesar, lo recuerda. La
sonrisa se desvanece del rostro de su amigo, desvía su mirada hacia un lugar que
ya no pertenece a este tiempo.
-Después del accidente nadie volvió a
usar los ápodos que ella invento. Recordar era demasiado doloroso. Tal vez
debimos actuar diferente, haberla recordado más, pero sólo éramos unos niños.
Entre bromas y risas, el grupo de niños
recarga sus pistolas. Extienden con todo su brazo para alcanzar la superficie
del agua, ajenos al peligro.
Su amigo lo observa en silencio. Una
pregunta da vueltas en su cabeza sin atreverse a salir. Finalmente la descarta.
Él no habría sabido qué responder.
-Tú no estabas cuando sucedió. Te habías
ido al pueblo de tus abuelos.
Él guarda silencio. Su amigo frunce el
ceño, disgustado por la dirección que ha tomado la conversación. Corre y se zambulle
con fuerza en la piscina. Mientras su amigo nada, piensa que quizá debería irse
a casa. Los niños juegan a lanzarse al agua, el socorrista habla por el móvil,
y aunque no ve al gamberro por ninguna parte, está.
Después de unos largos, su amigo
regresa, y él sigue allí. Se sienta a su lado, y durante un rato ninguno dice
nada.
-Siempre me he arrepentido. Salimos
todos a comprar helados, y de repente quiso regresar. Me ofrecí a acompañarla,
pero me pidió que le comprase uno de limón- se ríe sin fuerzas.- Nunca he sabido la razón por la que
quiso regresar, pero debió ver algo, porque justo antes había mirado atrás.-
Hay un niño oculto entre los árboles que no es el gamberro. Su amigo mira en la
misma dirección sin ver nada, y después continua hablando.- He repetido ese instante
millones de veces, y jamás he podido detenerla. Podría haberla detenido, si
hubiese sabido la razón, podría haberla detenido.
Mientras escucha a su amigo, puede ver a
la niña regresar sola a la piscina, sin comprender por qué. Lo imagina porque
él no estuvo allí.
Su amigo se levanta con la mirada
desviada, y él la aparta a su vez para no mirarle.
-Voy al servicio- alcanza a decir.
Pero puede recordar a ratita mintiendo a
sus amigos. Contar que se iba al pueblo de sus abuelos, para no aguantar más
burlas y risas. Y empieza a sentir miedo de las memorias que conserva, y también
de las que no conserva.
Los niños practican pelea cerca del
borde de la piscina. El socorrista no está en su puesto. Lo busca pero ha
desaparecido. Los padres duermen, y continuarán haciéndolo por toda la
eternidad. El gamberro permanece oculto, pero no puede cruzar la verja porque
es buena. Pero para el otro niño, él que espía a los amigos de los que ha
huido, es diferente. Y de repente sabe cómo continua la escena.
Agarra la muñeca de uno de los niños
justo antes de que se precipite contra la esquina de la piscina. El agua se
tiñe de rojo. Sangre que proviene directamente de sus recuerdos. Aparta al niño,
y le dice que tenga cuidado. En aquella ocasión no uso sus manos para sujetar. El cuerpo inmóvil
de la niña flotó sobre la superficie antes de hundirse.
Un empujón le sorprende por la espalda.
Su amigo le observa caer con una sonrisa.
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