Este es el ejercicio de Ernest Peris.
Te acababas de acostar. Ibas
a apagar la lamparita cuando, al volver la mirada descubriste la presencia de
un insecto. Apenas un puntito negro en una esquina de la talla de escayola. Te
agarraste a la colcha con ambas manos. Un pensamiento repugnante se te metió en
la cabeza. Poco a poco, sin querer mirar, levantaste la colcha y observaste la
sábana bajera. Allí, al final, tus pies se movían inquietos. Volviste a mirar
hacia arriba. Allí seguía, inmóvil, observando con la paciencia de un francotirador.
Te temblaban hasta las pestañas. Te levantaste de un salto y comenzaste a
caminar en círculos junto a la ventana, sin perder de vista al bicho aquel.
Tratabas de calmarte frotándose las manos, incluso te diste un bofetón. Dormir
estando eso ahí va a ser imposible pero qué hacer. Todavía pasaron varios
minutos de aquella manera. Pegando tu cuerpo a las paredes para no levantar sus
sospechas, te acercaste a la puerta y saliste con sigilo. Al regresar
entreabriste para meter solo la cabeza y confirmar que no se había movido. De
repente empujaste la puerta de par en par y te plantaste bajo el bicho
blandiendo una fregona al mejor estilo samurai. Al comprender la amenaza, el
insecto se retiró al hueco entre el friso y la pared. Tus arremetidas
terminaron por partir un pico de la escayola. Frenético miraste entre los
escombros del suelo. Nada. Arriba, entre los restos de la improvisada
barricada, asomaba el bicharraco del demonio. Se te secó la boca. ¡Será
posible! Fue entonces cuando montaste en cólera. Tu cabeza se movía hacia todas
partes en busca de cualquier cosa con que asestarle el golpe definitivo.
Retrocediste hasta el ángulo de la habitación donde está la cómoda. Al chocar
con el mueble se escuchó un tintineo de cristal. Se te iluminó la mirada al ver
la botella de Barón Dandi. La cogiste con ambas manos, tiraste el tapón al
suelo con rabia y de un salto te plantaste bajo el zulo del bicho. Sin pensarlo
un instante lanzaste un manguerazo de colonia que estalló contra el techo.
Parte del líquido rebotó contra tus ojos y caiste al suelo restegándote con las
manos. Intentabas mirar hacia arriba pero todo estaba borroso. Te pareció que
el bicho se tambaleaba. Que batió sus alas descoordinadas y voló caóticamente
estrellándose contra las paredes y los muebles hasta que en uno de estos giros
fue a embocar en la botella de colonia. La tapaste con la mano, la levantaste a
la altura de la cara y, todavía con escozor, viste al bicho meciéndose en
aquella marea perfumada.
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