viernes, 29 de noviembre de 2013

Las ofertas.

Al principio no di importancia al hecho de llamarla tres veces; ya sabes, ella siempre distraída, siempre ausente, siempre tan absorta que más de un saludo no dado le ha otorgado la antipatía de los conocidos. Pero cuando se giró su mirada no estaba; quiero decir, parecía como si un golpe la hubiese noqueado y su consciencia tambaleante intentase recuperar el equilibrio. No pude preguntarle si se encontraba bien, aunque me preocupaba. Empezó a hablar mientras salíamos de la vieja estación, continuó mientras anduvimos la calle iluminada con austeridad, y no paró hasta nuestra llegada al portal de casa. No le interrumpí, naturalmente, y así me contó:

Solo subo a los trenes cuando están medio vacíos porque me permite elegir dónde sentarme; cuando están medio llenos prefiero esperar al siguiente. Ya sé que nunca puedes seleccionar a quién colocar a tu lado, pero escogiendo uno de los asientos agrupados en tres y paralelos a las ventanas, por supuesto nunca el del centro, acotas bastante las posibilidades a las personas incómodas. De todas formas, siempre coloco en mis oídos los auriculares del móvil apagado, mi mirada sobre un libro y las manos sobre ambos. Ni te das cuenta del viaje.

Nunca me hubiese fijado en la mujer sentada a mi lado sino hubiese sido por la posición de su brazo, sostenido en el aire, con el codo flexionado formando ángulo y el antebrazo erguido como un poste, inamovible tras quince minutos de trayecto y tres paradas en tres estaciones. Sujetaba en su mano alzada un trozo de periódico recortado en cuadrado, no muy grande. La posición del brazo cómoda no era, lo puedo asegurar.

No, nunca me hubiese fijado, pero la mujer no se recostaba sobre el respaldo, estaba sentada con una ligera rotación del cuerpo, dándome la espalda, y una larga y espesa cortina de pelo lacio ocultaba su rostro. Solo veía de ella la mano alzada y el papel frente a mí. No pude más que fijarme. Era un recorte de una página de contactos de un periódico nacional. Me fue fácil identificarla porque tres de los anuncios estaban marcados, en su lado izquierdo, con una cruz en bolígrafo azul de trazos gruesos y repetidos. La más cercana señalaba a una tal Desiré que se ofrecía para formar tríos.

Intenté concentrarme en mi lectura, pero las palabras que recorrían el camino desde el libro hasta mis ojos se detenían amontonadas frente a ellos no entrando en la consciencia, pues una intranquila curiosidad la ocupaba preguntando testaruda quién sería aquella mujer. Y sin darme cuenta, me estaba levantando  para tirar un pañuelo sin usar desde mi bolsillo hasta la papelera cercana. De vuelta al asiento, en una mirada furtiva, descubrí la cara redonda y los ojos rasgados de una mujer china. Fui muy discreta. La mujer ni se inmutó, y por supuesto, mantuvo el brazo con el papel alzado.

Lo aseguro, intenté volver a mi lectura, pero solo encontré una explicación al papel indiscreto: la mujer deseaba poner un anuncio y, ante la dificultad de un nuevo idioma tan distinto al propio, leía con detenimiento otros en los que inspirarse o aprender o relacionar con su lengua.

Decidí hacer una excepción. Saqué uno de los cuadernos que siempre llevo encima y uno de los bolígrafos que siempre llevo encima. Los quince minutos que distaban a mi parada me parecieron, en esta ocasión, escasos, así que leí de nuevo uno de los anuncios y tomé nota mental del formato. Debía ser breve y contundente. Empecé a escribir. La primera versión fue demasiado extensa; la segunda, ambigua; la tercera, poco sugerente. Concentré todo mi ingenio en buscar las palabras perfectas y, bajo el supuesto de que al publicar un anuncio el deseo es el de recibir el mayor número de llamadas posibles, me quedó así:

Exótica. Joven tierna y cariñosa, de cuerpo exuberante, abierta a grupos, tríos, completos, látigo y masajes. Llámame.

Quedé satisfecha. Era el anuncio redondo. Por masajes llamarían los ejecutivos estresados, por el látigo los sadomasoquistas, por los completos los insatisfechos, por los tríos los matrimonios hastiados, por los grupos los lujuriosos, por cuerpo exuberante los insociables, por cariñosa los padres de familia, por joven tierna los pederastas y por exótica los amantes del kamasutra, que no es chino, pero siempre se asocia con lo exótico.

Sí, era un buen trabajo. Y caí en la cuenta de que éste sería mi primer trabajo publicado. Un ligero temblor se apoderó de la mano que sujetaba mi bolígrafo haciendo que su punta palpitase con exageración. Y además, también caí en la cuenta de que quizá sería un trabajo muy leído, no solo por aquellos que pudiesen buscar tales servicios, seamos sinceros, todos leemos las páginas de contactos de los periódicos por el morbo que dan. Y caí en la cuenta de que éste sería, quizás, el trabajo más leído de toda mi carrera.

Tuve que hacer un gran esfuerzo por mantener la calma, pues aún debía pasar el trabajo a limpio, ser cuidadosa con la ortografía y con la puntuación. Cuando terminé el tren desaceleraba acercándose a mi estación de bajada. Arranqué la hoja de la libreta, me levanté, y frente a la mujer extendí el brazo, ofreciéndosela:

––Toma. Confía en mí. El teléfono no dejará de sonar ––le dije.

La mujer tomó el papel y deslizó los ojos mientras leía. Intuí una leve satisfacción en su rostro, eso creo, porque un semblante más seguro y decidido surgió sin ser esperado.

––¿Por cuánto? –– me preguntó con acento extranjero muy marcado.

––Por nada. Es gratis –– le contesté.

Y su semblante desbordó estupor y extrañeza, y con el tono de una voz chillona y dominante preguntó:

––Y si no cobras a los clientes, ¿de dónde saco mi comisión?

Quise preguntarle si se encontraba bien, pero no pude. Denegó mi ofrecimiento de acompañarla a casa con un gesto rápido de la mano, ya la conoces, y me despedí en el portal con dos besos aunque no creo que ella los notara. Continuó caminando calle abajo entre las luces de las farolas que de tan bajo consumo ni sombra proyectan. La observé mientras sacaba del bolsillo un papel arrugado en forma de pelota y lo introducía, lentamente, en el contenedor de reciclaje.

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