Camino del comedor le
di el primer bocado al chocolate; sólo eran dos cuadraditos, aunque hablando
con propiedad creo que se llaman onzas, pero utilizando el diminutivo parece
que el trozo sea menor (también la culpabilidad). Quería hacerlo despacio... para
saborearlo, no como otras veces que te lo comes mientras recoges la cocina y te
lo acabas, sin haberlo disfrutado. En esta ocasión hasta apagué la tele para
que nada me distrajera. Miré por la ventana con el segundo bocado derritiéndose
en la boca… ¡qué delicia! Es un chocolate traído de Alemania, por unos alemanes
que querían agradecer nuestra acogida; parece que sabían de antemano lo bien
que se iban a sentir en nuestra casa porque nos trajeron ¡¡1 kg.!! Ellos,
aunque vinieron con sólo la maleta de mano, no tuvieron problemas de exceso de
peso al traerlo; nosotros, ahora, seguramente sí.
Al volver a la cocina
para lavarme, vi en el suelo algo negro; pensé que se me había caído una pizca
del chocolate. Me agaché para recogerlo y me manché los dedos con algo rojo. ¡No puede ser! - me dije - ¡no llevaba relleno
el que me he comido! Fui a ponerme las gafas y, estupefacta, comprobé cómo
puede amargarte un dulce haber dado muerte con tus propias manos a un bicho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario