La
luz insultó sus pupilas a través de los cerrados parpados. Y entonces recordó
abriéndolos de golpe. No había sido un sueño, el hombre que cada noche los
poblaba, estaba tumbado bajo ella. Era un suave colchón, el vello de su pecho
le cosquilleaba la nariz, tenía un respirar pausado con un ligero sonido al
final, un débil ronquido que le hacía sonreír. Lo había conseguido, después de
más de un año tras él, lo tenía en su cama. Y la noche había sido como siempre
imaginó. Detallista, atento a las necesidades de ella más que a las de él,
suave y duro en los momentos exactos… Dominante y posesivo le había exigido su
entrega total, y ella se había abandonado a sus caricias, perdida en el placer
que recibía. Y cuando creyó que estaban agotados, que no podrían ir más allá,
él la abrazó acariciándola con devoción, calmando sus temblores poscoitales,
susurrando promesas en su oído hasta que el cansancio fue sustituido, de nuevo,
por el calor.
Ya
no tenía miedo, ahora estaba completa. Había tardado quince meses en seducirlo.
Sabía que era su hombre en el momento que entró en la tienda. Todos sus
sentidos colapsaron. Los ojos acariciaban su metro ochenta. El oído silenció
todos los sonidos que no fueran su ronca voz. La nariz aspiró su aroma a canela
y clavo, olvidándose de seguir respirando, manteniendo su olor muy dentro de
ella. La lengua rogó por probarlo, mientras las manos dolían por acariciarlo.
Los meses transcurridos sólo habían servido para ratificar lo que su intuición
había sabido en ese primer momento, estaba hecho a su medida. Planificó con
cuidado su estrategia, él debía desarrollar los mismos sentimientos por ella.
Se fue acercando poco a poco, permitiéndole que la conociera, aprendiendo más
sobre él. Con astucia, bromas, dulces tira y aflojas, creando expectación hasta
que finalmente él vino a ella. Había sido un buen trabajo, hecho sin prisa, construyendo
los cimientos de un profundo afecto.
Un
suspiro se escapó contestando a un dulce ronroneo, él se movía lánguido a su alrededor,
abrazándola más fuerte junto a él. Llevó una mano a su nuca, subiéndole la
cabeza, acomodándola para un perezoso beso de buenos días. Ella no podía dejar
de sonreír mientras se unían sus labios.
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