martes, 19 de marzo de 2013

Casualidades


Cuando abrió los ojos una sensación nueva lo invadía. No conseguía encontrar la palabra justa para explicar su estado. Ni siquiera se atrevía a definirlo para no romper el encanto. No podía emplear ninguna de aquellas palabras tan manidas con que cualquiera suele referirse a estas situaciones. No quería utilizar, ni siquiera en el pensamiento, ninguno de los términos que denotarían que estaba seguro haber entrado en la pretendida sintonía con la mujer que desde hacía tiempo se había hecho dueña de su ser. Pero estaba claro que lo soñado durante tanto tiempo había surgido y se había producido del modo más inesperado. Y justo en una ocasión en la que él no se lo había propuesto. 

Lo había oído muchas veces pero nunca daba especial crédito a los refranes. Sin embargo uno de ellos se había cumplido en esta ocasión y tenía que admitirlo. «Donde menos se espera... Consideró vulgar pensar en las liebres cuando se sentía hechizado por el momento. Trató tan sólo de revivir su versión particular.

Hacía meses que trabajaban juntos y desde el principio sintió una inclinación tan intensa hacia aquella compañera como suponía era la indiferencia con que ella le correspondía. Como persona notaba que le caía bien. Pero como hombre estaba seguro que no existía para ella. Eduardo había intentado aprovechar las ocasiones en las que algo se festejaba fuera del despacho para ver si conseguía un acercamiento. Asistía a estos eventos, que no le gustaban especialmente, sólo para intentar captar su atención. Quizá una conversación interesante de esas que no surgen fácilmente durante el horario laboral.. Un chiste ingenioso, un coqueteo disimulado...

Todo había sucedido de modo tan casual que al recordarlo, en algunos momentos le causaba asombro y en otros casi risa. Su brazo aún rodeaba la cintura de Andrea tendida junto a él y trataba de no romper aquella magia.

En el centro comercial había mucha gente. De repente la vió al pié desde la escalera mecánica por la que estaba bajando. Estaba agachada recogiendo algo. Cuando llegó hasta ella la notó muy apurada. Rodeada de vidrios y de un charco con intenso olor a alcohol. Al verle se le iluminó la cara. La ayudó a recogerlo todo. Gastó su paquete de pañuelos de papel empapando las bebidas derramadas. Se hizo cargo de las otras bolsas... Luego al verla ya relajada y tan a gusto caminando a su lado, le echó el brazo por encima del hombro con naturalidad. Ahí supo que por fin su anhelo tomaba buen rumbo. Todo lo demás vino rodado.

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