Cada día que me levanto me hago la misma
pregunta ¿por qué decidí presentarme a aquellas oposiciones de inspector de
hacienda? Mi padre ya me decía de pequeño que con lo bien que se me daban las
matemáticas de mayor seria economista, banquero o inspector de hacienda, desde
luego que poco se equivocó.
Son las 6:00 a.m, me he quedado sentado en
la cama un rato, me he vuelto a levantar un poco mareado, últimamente tengo la
cabeza un tanto embotada. Creo que la presión en el trabajo me puede, no tengo
ni ilusión ni ganas como tenia al principio. Desde que mi jefe me dió aquella
declaración diciéndome “mira a ver que se puede hacer, es mi cuñado” no duermo
bien.
El café es lo único que me levanta el ánimo,
tengo que dejarlo, tomo mucho café, no debe ser bueno (piensa mientras menea la
cucharita frenéticamente en la taza). Aún recuerdo a D. Arturo Escuder, fue uno
de los profesores que tuve en la Facultad de Económicas. Creo que fue él quien
me despertó la curiosidad por esto de los impuestos. Ese profesor me impacto
sin lugar a dudas, el IVA él lo hacía más fácil e incluso interesante. De él
heredé el amor que tengo por los trajes grises, es tan elegante el color gris.
Como no me dé prisa creo que no llego a la
hora a la delegación ¡este maldito dolor de cabeza!. Cada día, delante del
espejo del baño, me voy dando cuenta del paso del tiempo en mi rostro. Tantos
problemas en el trabajo me están envejeciendo a la carrera. Yo antes no tenía
ojeras ni tampoco estas horribles patas de gallo. Mi tía Lola desde hace unos
años por navidad me regala lo mismo. “Toma cariño, una cremita facial
reparadora que te irá fenomenal”. No, si al final la voy a tener que usar, las
suelo tirar con caja y todo. Esto me pasa por tener una tía esteticién, está
como loca por que vaya a su casa a que me haga las cejas y las uñas. Dice que
tengo unas manos muy bonitas, pero las cejas, “esa cejas hay que arreglarlas”,
me dice.
De camino al trabajo me he tropezado con
Mariano Salado, un ex compañero de Económicas. La verdad es que hacia tiempo
que no le veía, me he alegrado mucho de verle, hasta que me ha empezado a
contar todos sus problemas. ¡Increíble! ¡A ver si se piensa que yo tengo el
pelo lleno de canas por que si! Todos tenemos problemas ¿o no?.
Cuando he llegado a la oficina no sé por
qué, se han quedado todos mirándome un tanto extraño. Se me debe notar la cara
de cansado que tengo. Felipe, mi ayudante, me estaba esperando en el despacho, ¡qué
chico más amable!, nunca había tenido un ayudante tan eficaz. El único día que
me dejó un tanto sorprendido fue cuando me dijo: “D. Juan, se tiene que cuidar
un poquito, está echando barriga” me dejó sin palabras. La verdad es que tiene
razón, en estos últimos cuatro años creo que he engordado unos 15 kilos.
Como todas las mañanas, nos sentamos a ver
las declaraciones que teníamos programadas. Estando revisando las que tenía
encima de la mesa, Felipe me dijo: “D. Juan, ¡hay qué ver cómo cada vez son
menos los ciudadanos que justifican el fraude! Hay una mayor conciencia fiscal
¿no cree usted?” En ese mismo momento estaba yo sacando de debajo del teclado la
declaración del cuñado del jefe. A que mala hora no tuve lo que tenia que haber
tenido para no cogerla.
Paco Boigues
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