domingo, 10 de febrero de 2013

Il cavaliere, la opereta


Il cavaliere, la opereta
Il Cavaliere, en acto de constricción, postrado de rodillas ante el altar mayor, rezaba respetuoso con su pequeña boca invisible, los delgados labios apretados el uno contra el otro, en la Basílica Sancti Petri, la Basílica Papal, de San Pietro del Vaticano. Las cámaras, lógicamente situadas en puntos estratégicos de la Iglesia, mostraban su imagen, de una profunda concentración y devoción esmerada. El rostro del magnate televisivo era la evidencia fidedigna del más hondo convencimiento del pecado cometido. Los medios de comunicación, internacionales y nacionales, enfocaban en plano corto su gesto solícito sobre la tumba del Apóstol. El expresidente procuraba exhibir ante el mundo un profundo arrepentimiento, que no abrigaba especialmente.
Con el propósito de ganar las próximas elecciones, debía redimirse ante los italianos pasando por el trance de una jornada de fervor católico, y para ello, fingir un misticismo impropio de su actividad nomotética.
Lo que desconocían todos y cada uno de los periodistas que se encontraban en el evento era algo trascendente, que se les escapaba pese a los primeros planos que estaban captando. Aquel Il Cavaliere, al que todos llamaban así desde que le fue concedida en 1.977 la “Ordine al merito del lavoro”, la Orden del Mérito al Trabajo italiana, no era el verdadero Il Cavaliere.

-Sin más, pasamos a presentarles a todos ustedes, a nuestra próxima TRONISTA –la presentadora Emma García se desgañitaba en el anuncio de la bellísima concursante, elegida cuidadosamente por el equipo de casting de Telecinco entre un gran número de aspirantes de escasa formación y larguísimas piernas. La ganadora había resultado ser la más competitiva y más ignorante que habían logrado encontrar. En esta ocasión, buscaron a alguien de quién reírse a gusto sin que se lo tomara muy a pecho, ahora sí, con grandes pechos, requisito indispensable en cualquier caso. Telecinco perpetuaba la norma y leitmotiv de la casa, utilizado como título de una serie de gran éxito en el mercado español, “Sin tetas no hay paraíso”. Desde las “Mamachichos”, no se había vuelto a ver en sus programas de “reality” ni a una sola mujer carente de personalidad.

Il Cavaliere, Silvio Berlusconi, en bañador, albornoz y chanclas, recostado sobre su carísimo sofá de ante, observaba con franca arrogancia su propia imagen constreñida en fervientes rezos, a través de una cadena internacional de News captada por su antena parabólica, en una ignota villa de su propiedad en Ibiza, España. Silvio conocía la perversión, aquél hombre que hacía el directo en su lugar se arrepentía de los pecados cometidos por otro. Otro, que no era otro sino él. “Sus” pecados, sí, de los cuales no se arrepentía ni él. Pecados veniales; jovencitas, estafas, corrupciones y demás. Nada que no estuvieran dispuestos a perdonarle, Dios y la gente, sobretodo la gente. Por si quedaba algún recuerdo de sus fechorías, ésta era una gran campaña en su favor, propaganda electoral de la buena. Y ni siquiera tenía que hacerla él, personalmente. Silvio podía seguir disfrutando de sus pequeños placeres, oculto en un país amigable para los italianos desde siempre. Y en el que disfrutaba de los réditos de sus empresas, que le daban grandes beneficios y otras alegrías… Pulsó el botón del mando de la televisión, “Telecinque español”, ah, como en casa.

-¡Silvana! –gritó Emma García, la presentadora conocida por todos a causa de sus enormes dientes. El confeti y las luces de disco-light dieron paso a una mujer esbelta, de porte garboso, que procuraba aparentar una ridícula timidez que no le correspondía, esforzada en hacer creer al público que ella no era más que una chavala normal, excesivamente maquillada, una poligonera completamente natural entre todos sus postizos, incluidos los implantes que se adelantaban a su cuerpito flaco. Con gesto afectado y rostro tirante de edad indefinida, Silvana esbozó una monumental sonrisa mientras se sentaba en su trono. Echó hacia atrás sus extensiones de cabello y se acomodó, doblando las piernas, un muslo sobre el otro, al tiempo que encogía la tripa realizando un esfuerzo abdominal añadido, sin dejar de sonreír: -Hola, buenos días Emma.
-No tan rápido Silvana. Antes, date una vuelta que te veamos un poco.
-Y te admiremos –intervino con doble intención, la lasciva en primer término, uno de los asesores del amor, mientras sus ojos desprendían un calor que parecía provenir de partes del cuerpo que no estaban a la vista. Entre bastidores, por los camerinos, lo llamaban el viejo verde. Algunos de los concursantes también.
Silvana, obediente, se levantó y complació a Emma García y al asesor dando  una vuelta sobre sí misma, se balanceaba orgullosa mientras giraba, colocando las manos como si fuera una muñeca Barbie, en ángulo de noventa grados con sus brazos y, mostrando una actitud vanidosa pero excitada, preguntó: -¿Está bien así?
-Muy bien Silvana, ya puedes sentarte –concedió la presentadora.
Se escucharon aplausos entusiastas pese a haber sido instigados por el animador de Telecinco, el señor Pepe. También algún miembro del público, conchabado con el programa, realizaba silbidos portentosos, de un volumen  increíblemente elevado, tras haber sido preguntado previamente en el casting de público si sabía silbar con eficacia.
-Y ahora, Silvana, veamos tu vídeo de presentación. Aquí todos están deseando verte mejor –proclamó Emma García mientras miraba de reojo al asesor-. Dentro vídeo.
A continuación se proyectaron unas imágenes que avergonzarían a la mujer más bufa, Silvana, en ropa interior, simulaba ser la protagonista de un famoso anuncio de marca de moda, en la que bailaba frente a un espejo, poniéndose y quitándose ropa sexy, mientras se cuestionaba mediante voz en off sobre la mejor forma de ligarse a su jefe en la oficina. El anuncio no concretaba si el jefe estaba o no casado, sólo insistía en que estaba buenísimo, aportando expresiones del tipo “para parar un tren”, a lo que Silvana se preguntaba qué guionista cuarentón y cretino había reproducido semejante estupidez. Mientras el absurdo vídeo se proyectaba, Silvana no dejaba de sonreír como una idiota. Ella sabía muy bien cómo debía comportarse, lo más necia y frívola que fuese capaz de ser, debía llegar a la final. Necesitaba conseguir una gran final. Así llamaría su atención, el mayor número posible de programas le proporcionaría el acceso al paraíso, al rollo de los teléfonos de los futbolistas que facilitaba sin duda alguna el viejo verde, y después… su objetivo estaría a tiro. La fiesta en su villa de Ibiza, las lisonjas exageradas, el desnudo que lo embaucaría, y pronto, muy pronto… sería suyo. Tenían suficiente información. “-Silvio, Silvio”, pensó, “no escaparás. Esta vez no”.
Cristina Grande. 

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