La barra permanecía con vasos sin limpiar desde ayer por la
noche, a la mitad de las mesas les faltaba pasarles la bayeta, las bolsas de
basura aún estaban por sacar al contenedor exterior, los posos acumulados (y no
sólo) de los cafés ya rebosaban. En la zona reservada a los camareros dos vasos
largos con sus líquidos intactos, uno frente al otro, con un cenicero en el
centro y en este todos los cigarros apagados a mitad de consumir, como si
hubieran servido para aplacar el nerviosismo de sus dueños. Los taburetes de
skay pringoso estaban viciados, como el ambiente, exhibiendo las huellas de
horas de razonamientos. El mando de la televisión yacía en un rincón partido en
dos, víctima del ataque de ira del camarero. Los dispensadores de servilletas
vacíos emulaban al jefe que también había dejado de dispensar. En el lavaplatos
el ciclo había terminado hacía mucho. Incluso el más necio encontraría
paralelismos.
El bote no tendría que compartirse más.
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