Contextualizar todo en los primeros compases de la historia
y dar a conocer a los personajes rápidamente. Tal vez, este sea el motivo del
fracaso de muchos de los textos que han pasado por mis manos y que jamás acabé
de leer. Un título y una trama atractiva pueden dar al traste por no enganchar desde
la primera frase. Perderse en descripciones precipitadas solo produce el
cansancio y el hastío del lector.
La historia perfecta comenzaría por un hecho sustancial.
Algo de acción que te azote y te provoque para seguir leyendo. Ya habrá tiempo
para ir dibujando las circunstancias. También lo habrá para construir a los
personajes. Lo importante al principio es el “qué”.
Cuando elijo una lectura —y esto es algo muy personal—, me
gusta no solo entretenerme, sino aprender algo por el camino. Por eso suelo
escoger escritos con base histórica, filosófica o periodística. Harry Potter no
va conmigo. Esto formaría parte también de mi historia perfecta. Es una
historia que suma y te hace crecer.
Respecto a la forma de narrar valoro mucho el ritmo, tanto
en el lenguaje como en las secuencias. La linealidad aburre. También lo hacen
las frases largas. También el lenguaje injustificadamente rebuscado. En este
sentido, últimamente pienso que el buen escritor no es el que utiliza las
palabras más grandilocuentes, sino el que dice más con menos. Lo contrario
—pienso— solo busca el reconocimiento rápido… el lucimiento personal. Esto no
quiere decir que no se puedan utilizar palabras poco comunes cuando esté justificado.
El castellano es muy rico y hay que sacarle partido, pero la finalidad de su
uso debería ser la historia que se está construyendo. Es un medio. Es la paleta
del pintor.
Otro de los factores que hacen atractiva una obra es la
variedad de planos, hablando en un sentido cinematográfico. Ser capaz de poner
el foco en los detalles más pequeños, pero también describir correctamente los
ambientes más generales, dota a la obra de un gran dinamismo visual que activa
la imaginación del lector. En este sentido, el buen narrador debe ser también
un poco “director de cine”.
La estupidez del
lector
El paralelismo con el cine viene ahora como anillo al dedo.
Piensa en el arquetipo de cine hollywoodiense. Ese en el que los personajes
siempre se comportan como “cabe esperar”, según su perfil. Ese en el que, al
final de la historia, ganan los buenos. Ese en el que el bien triunfa sobre el
mal y el amor vence cualquier barrera. Desde mi punto de vista esa forma de
hacer —en un creador— presupone la estupidez de quien va a consumir esa
historia. No hay nada que dé más rabia que llegar al final de una narración y
que ocurra lo que ya imaginaste en los primeros compases. ¡Qué pérdida de
tiempo! ¡Qué falta de respeto hacia el lector, su tiempo libre y su
inteligencia! Aquí sería aplicable el famoso proverbio árabe que insta a hablar
solo cuando tus palabras sean mejor que el silencio.
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