jueves, 29 de octubre de 2015

La historia perfecta


Contextualizar todo en los primeros compases de la historia y dar a conocer a los personajes rápidamente. Tal vez, este sea el motivo del fracaso de muchos de los textos que han pasado por mis manos y que jamás acabé de leer. Un título y una trama atractiva pueden dar al traste por no enganchar desde la primera frase. Perderse en descripciones precipitadas solo produce el cansancio y el hastío del lector.

La historia perfecta comenzaría por un hecho sustancial. Algo de acción que te azote y te provoque para seguir leyendo. Ya habrá tiempo para ir dibujando las circunstancias. También lo habrá para construir a los personajes. Lo importante al principio es el “qué”.
Cuando elijo una lectura —y esto es algo muy personal—, me gusta no solo entretenerme, sino aprender algo por el camino. Por eso suelo escoger escritos con base histórica, filosófica o periodística. Harry Potter no va conmigo. Esto formaría parte también de mi historia perfecta. Es una historia que suma y te hace crecer.

Respecto a la forma de narrar valoro mucho el ritmo, tanto en el lenguaje como en las secuencias. La linealidad aburre. También lo hacen las frases largas. También el lenguaje injustificadamente rebuscado. En este sentido, últimamente pienso que el buen escritor no es el que utiliza las palabras más grandilocuentes, sino el que dice más con menos. Lo contrario —pienso— solo busca el reconocimiento rápido… el lucimiento personal. Esto no quiere decir que no se puedan utilizar palabras poco comunes cuando esté justificado. El castellano es muy rico y hay que sacarle partido, pero la finalidad de su uso debería ser la historia que se está construyendo. Es un medio. Es la paleta del pintor.

Otro de los factores que hacen atractiva una obra es la variedad de planos, hablando en un sentido cinematográfico. Ser capaz de poner el foco en los detalles más pequeños, pero también describir correctamente los ambientes más generales, dota a la obra de un gran dinamismo visual que activa la imaginación del lector. En este sentido, el buen narrador debe ser también un poco “director de cine”.

La estupidez del lector
El paralelismo con el cine viene ahora como anillo al dedo. Piensa en el arquetipo de cine hollywoodiense. Ese en el que los personajes siempre se comportan como “cabe esperar”, según su perfil. Ese en el que, al final de la historia, ganan los buenos. Ese en el que el bien triunfa sobre el mal y el amor vence cualquier barrera. Desde mi punto de vista esa forma de hacer —en un creador— presupone la estupidez de quien va a consumir esa historia. No hay nada que dé más rabia que llegar al final de una narración y que ocurra lo que ya imaginaste en los primeros compases. ¡Qué pérdida de tiempo! ¡Qué falta de respeto hacia el lector, su tiempo libre y su inteligencia! Aquí sería aplicable el famoso proverbio árabe que insta a hablar solo cuando tus palabras sean mejor que el silencio.

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