martes, 9 de diciembre de 2014

Texto de Miriam



_ ¿Pero qué estáis diciendo? ¿Qué debería hablar con mi jefa y delatar a mi compañero? Yo nunca haría algo así. Aunque mi cargo como jefe de departamento de la mayor cadena alimenticia del país, lo requiera- hizo una breve pausa para remarcar estas últimas importantes palabras para él pero  innecesarias para el resto -. He sido un trabajador más y se lo duro que es ganarse el pan.
_¡No sigas! ¡Alto! Antes de que arruines nuestra feliz hora del viernes por tanta incredulidad acumulada en nuestras jóvenes cabecitas -dijo mientras entraba en escena de forma teatral y con una sonrisa que le tapaba toda la cara-. ¡Trabajas en una fábrica de salchichas Peter! Y tu trabajo -él también bajó el tono de voz ante tanta expectación felizmente lograda-, es mantener a raya a tu grupo, pero tienes tanto miedo de  tus musculosos y descerebrados trabajadores, que callas como una…
_ ¡Charles!
_ Espera, espera Alice -le indicó con la mano mientras se sentaba-. Iba a decirle que si quiere le ayudo, ya sabéis que se me dan bien las peleas de barrio.- Y guiñó un ojo a los presentes mientras le daba palmaditas en la espalda al susodicho.
Peter, aunque acostumbrado, estaba rojo de ira ante Charlie. Que había captado la atención de todo el bar, como era de esperar.
Allí estábamos, como cada viernes, a las 17:00 de la tarde, Peter, Charlie, Alice y yo. En este nuestro lugar de encuentro desde que nuestros padres empezaron a dejarnos salir después de las 18.00 de la tarde. Aunque juraría que Charlie lo regentaba desde los trece años. A esa edad ya conducía el tractor de su abuelo, y recuerdo que me impactaba su aliento a cerveza por las tardes en el parque central. Él siempre había hecho absolutamente todo antes que los demás. Fue el primero en ponerse a trabajar, el primero en beber, el primero en fumar, conducir... en fin todo. Antes de entrar lo había visto en le ventana con su decimocuarta novia. Y, por cómo se habían despedido pronto llegaría una decimoquinta. Su virtud era que Charlie se preocupaba de todo el mundo. Nos cuidaba a todos. Siempre me había parecido un mafioso atrapado en un cuento de agricultor inglés, al que mucho le tenía yo que envidiar. Al igual que nosotros, rondaba los 28 años, con la diferencia de que a él parecía que todo le iba bien. Ayudaba en el negocio familiar, cultivaban cebada. Una variedad de trigo que él pretendía virar hacia la industria cervecera, aunque ahora la vendían para producir pan tradicional. Se permitía todos los caprichos con la satisfacción de alguien que se lo puede permitir. Disfrutaba de la vida. Le daba igual ir a la moda, llevaba ropa anticuada pero de muy buena calidad heredada de su abuelo. Su semblante más serio únicamente lo sacaba a pasear en peleas inocentes de tardías borracheras siempre por, lo que él llamaba, asuntos de honor entre hermanos. De ahí que Alice y yo lo viéramos como el Corleone del grupo. Y si a este detalle, añadimos sus usuales intentos, fácilmente conseguidos, de ser el centro de atención, obteníamos la receta del creciente odio de Ali. Ella, que llegó hace varios años, a este pequeño barrio del extrarradio londinense, le incomodaba incluso su tono de voz, la manera en que se reía de la gente.
_¡Pero James! ¡No piensas decirle nada! ¡Tu amigo es un machista y encima lo grita a voces! Escribes en el periódico semanal por el amor de Dios, es que no te da vergüenza que te oigan, que te comparen.
Me pilló por sorpresa, Alice me tenía como el perfecto caballero inglés. Me otorgaba cierta autoridad, que por supuesto yo no pretendía obtener. Aunque a mí no me odiaba. No sé qué haría sin ella, sin nuestros paseos, sin nuestras charlas…
_James.
Si no respondía la cosa iría a peor.
_Vamos a ver Alice, ya son mayorcitos para apañarse -dije en tono calmado en un intento absurdo de enfriar el ambiente-. Además mientras esté sentado contigo mi popularidad seguirá intacta.-Alice se ruborizó. Por suerte para mí sabía cómo alagarla. Aunque estaba seguro de que no se quedaría satisfecha. No saldría del bar sin responderle a su amigo del alma.
_Claro que sí -dijo Charlie con una sonrisa que enfatizaba la audiencia conseguida-. Además él sabe que yo no dejaría que le hicieran daño. ¿Ah que sí Pete? - Peter quiso hacer una mueca pero su subconsciente le engañó, y exhaló aliviado.
Había algo raro en Alice aquel día, tenía la sensación de que se me olvidaba algo, pero no tenía ni idea de qué podía ser. Había sido mi mejor amiga desde que llegó y conocía todas sus muecas, sus diferentes tipos de suspiros, su famoso cruzar de brazos ante sus continuas decepciones, su risa nerviosa... Pero aquella mirada perdida, se me escapaba.
_Bueno Jamie. ¿Tú qué? ¿Sabemos algo del trabajo? – Dijo Charlie cambiando de repente el tema.
_Nada de nada. Vi que uno de los aspirantes en la última repesca se apellidaba como el presidente de la fundación. Así que no me voy a hacer ilusiones.
_Cuando vean que sabes más que hablas, vendrán a por ti en carruaje dorado. -Alice se había vuelto solemne. Y dijo aquello mirando al vaso de su cerveza inusualmente vacía.
_Pídele que te firme un autógrafo en tu diario. Dentro de unos años valdrá millones- dijo Charlie mientras le pellizcaba la mejilla a ella.
Como iba diciendo, Ali sentía una veneración especial por mí, todo el mundo lo sabía, y como no Charlie aprovechaba esa oportunidad siempre que no le echaban los perros encima. Pero esta vez  no contestó. Era mi prueba definitiva de que algo le pasaba.
Estábamos sentados en una de las mesas para cuatro al fondo del bar, con sus antiguos bancos de cuero rojo que me encantaban. Yo tenía a Alice enfrente, y podía tocarle los pies. Le tambolireaban especialmente rápido ese día.
_Buenos chicos, hoy no podré quedarme, otros asuntos me esperan. -¡Y “voilà”! ¡La decimoquinta! Chaqueta de cuero, pelirroja, acababa de saludarlo desde la misma ventana donde había despedido a la anterior.

-No… -dijo con un hilo de voz Peter, mientras se tapaba inocentemente la boca con la manos, en un intento ridículo de disimulo para seis metros de distancia a la que se encontraba la ventana.- A mi Annie me gustaba. Con ella no salías tanto y estabas más relajado.
-Querido Peter ahórratelo, rondo la treintena y a diferencia de ti, necesito acción, Annie era como leer el mismo libro todos los días.
-¡Eso que te has llevado! Habrá sido una gran experiencia descubrir la lectura.
- Totalmente de acuerdo mi querida Alice. Pero, a lo que iba. -Hizo una pausa para mirarme significativamente a los ojos-. Mañana es el cumple nuestro James. Estáis todos invitados a mi finca. He preparado algo especial.
-Muchas gracias Charlie, pero ya sabes que no me gustan los cumpleaños. Para mí son un día más. Prefiero venir aquí a tomarme unas birras –me apresuré a decir.
-Sí pero si te aceptan, volarás en breves del nido, y eso se merece un cumpleaños por todo lo alto.
Golpeó la mesa, le dio un beso en la cabeza a Alice, que hizo  una mueca de asco, cómo si acabara de sorber un limón, y se fue.
_ ¿Queréis otra cerveza? Este Charlie, hará lo que le dé la gana ya lo sabéis. Aunque por mí encantando, una fiesta nunca está demás.
Los dos asentimos sin vacilar, medio ebrios ya de la primera. Peter se levantó. Ya se le veía más relajado ahora que huracán Charles se había ido. Cuando volviera de la barra, lo cual sería tarde, ya que solo buscaba una excusa para hablar con Laura, la única chica que le escuchaba en todo el barrio y  la preciosa camarera española del Larry’s, seguramente  remataría su elegante excusa para no llevar a cabo sus obligaciones como capataz.
Alice volvía a  mirarme fijamente. Estaba más seria si cabe. A veces me daba la sensación que actuaba, pero me resultaba tan graciosa..
_James, ahora que puede que te vayas…
_Todavía no lo sé, dejad de adelantar acontecimientos.
_Tenemos que hablar.
Tragué saliva. Siempre me había gustado, de hecho debería puntualizar. Estaba enamorado de ella. Desde la nochevieja anterior en que la vi dándose un morreo con el desaliñado de Henry, policía de la zona. Pero aun así no estaba preparado para aquella charla, no estaba preparado para tener una relación. ¿Y si se alineaban los planetas y conseguía el trabajo? Yo nunca querría hacerle daño ni tampoco perderla, puede que se hubiera convertido en la persona más importante de mi vida.
_¿Por qué estás sudando? En todo caso debería sudar yo y ni siquiera  sabes lo que te voy a decir.-Carraspeé más que nada, por la sequedad repentina que sentía en la garganta y tomé aire. Que hablara. Había peores cosas en la vida.
_Sabes que me encanta aquella historia, aquella historia de cuando cruzaste el umbral.
_Si bueno, fue una tragedia Alice. Tampoco es para que te guste. Éramos muy pequeños cuando Anthony falleció. De hecho yo todavía jugaba con canicas por aquel entonces.
_Sí, no me malinterpretes, perdona. Simplemente creo que te has convertido en el hombre que eres en parte gracias a ella. Bueno, a lo que iba. Esta semana Clair me ha vuelto a hablar de la época en la que erais niños.
_¿Clair la abuela que de los niños a los que cuidas o Claire tu compañera de piso?
_¡Quién va a ser! La abuelita. Sabes que descubrí, para mi felicidad, que cuando me revela secretos sobre su hija y su yerno, Marie le da golpecitos le acaricia el pelo y le dice “Claire, no molestes a la niñera con tus historias, que tiene mucho que hacer” Y acto seguido se la lleva a pasear, y cuando vuelven la pobre señora siempre trae una cara larga, de niña malhumorada, que da lástima.
_Como cuando te dijo, que  qué simpático era el cartero, que siempre le invitaba a pasar pero él se subía a tomar el té con su hija y a ella no le hacía ni puñetero caso.- Se rió a carcajadas. Sin duda el adulterio de su jefa es algo que la tenía muy entretenida desde hacía unos meses. Le encantaba cuando James se acordaba de todos los detalles de sus cotidianidades.
_Bueno pues el otro día la reprimenda fue tremenda James -y se acercó más a él apoyándose sobre la mesa-.  La dejó encerrada tres días en su habitación, y solo le daba unas míseras tazas de leche con galletas y la medicina para la diabetes. Aunque de esto último la verdad que me aseguré que se lo suministrara.
Me reí a carcajadas. Aunque no era cómico en realidad. La pobre mujer estaba en la primera fase de su reciente diagnosticada enfermedad, el Alzheimer. Por lo tanto todavía tenía muchas etapas de lucidez que Alice se tomaba muy enserio. Le había tomado mucho cariño y le encantaba hablar inglés con ella, aprendía los refranes y dichos populares que no te enseñan en clase.
_ ¿Ah sí? ¡Qué mucha rabia esa mujer! Que se gaste el dinero en una buena residencia, en vez de andar maltratándola de esa manera. ¡Encima el dinero es de la pobre abuela! Pero ni en eso la satisface.
_Es una arpía. Pero James verás, la mujer estaba hablando de vosotros, de cuando murió tu amigo, de cómo de consternado se quedó el pueblo.
_Alice, lo hemos hablado mil veces, es normal que la señora se acuerde.
_Si James pero no dejaba de decir, unas cosas muy raras sobre Charlie. -Volvió a retroceder hacia su asiento. Decía algo que no llegué entender,  que le pareció muy bien que lo encerraran un tiempo. ¿Tú supiste algo sobre eso?
_Podría ser. Charlie pasó mucho tiempo sin salir de casa. Y yo dejé de celebrar mi cumpleaños por siempre jamás. Te sabes la historia de memoria.
_Ese detalle no lo sabía.
_¿Y qué ves de raro en eso? Las cosas cambiaron por un tiempo. De hecho mi madre desde entonces siempre me da las buenas noticias y mi padre las malas, con esa ya cumplió su cupo de poli malo para toda la vida.
_Las mujeres siempre tomamos la responsabilidad -dijo levantando cómicamente la cabeza-. El tema es que ha sido muy verídico y raro a la vez. Y si teniendo en cuenta que la hija de Claire es la tía de Charles… No sé, inconscientemente se me ha pasado por la cabeza, que tal vez… Erais muy pequeños James, los niños pequeños pueden hacerse daño incluso jugando.
_ALICE NO DIGAS TONTERÍAS. Sabes que no suelo dudar de tu intuición, y te prometí que nunca me asustaría de lo que me dijeras, pero mujer, hay mil razones por las que pudo no haber salido de casa durante algún tiempo.
_Encerrado. Claire ha dicho que estuvo encerrado.


Al día siguiente recibí una llamada. Me habían dado el puesto. Iría a Estados Unidos a trabajar en un periódico estatal. No me lo podía creer. Tenía cinco días para preparar todo. Pero ya no estaba tranquilo. Se había sembrado en mí una ridícula duda. Y digo ridícula porque pensándolo en frío, no tenía sentido la nueva preocupación de mi amiga. A Alice le fascinaba Agatha Christie, leía mucho sobre novelas policíacas y sobretodo se aburría y mucho. Había estudiado  Traducción e Interpretación, en Amberes, su ciudad natal, pero no encontraría trabajo si no perfeccionaba al máximo su inglés. Decía estar en una especie de purgatorio lingüístico del que pretendía salir pronto. Sí, seguramente sería eso. Lo que en realidad me preocupaba era separarme de ella y estaba claro que no le iba a pasar nada. Ni a ella ni a nadie. Aquí no nunca pasaba nada. Era un sitio tranquilo, al norte de Londres, y en realidad era como un pueblo.  Por lo pronto encontraría a alguien con quien compartir sus  reflexiones, alguien con quién tomar café irlandés disfrazado de capuccino dulce, alguien con quien dar alegres paseos por las grises calles de nuestras esculturas industriales favoritas, alguien con quien… Debía dejar de pensar. Pasaría lo que tuviera que pasar. Por lo pronto iba a llamarla. Le daría la noticia, la tranquilizaría haciendo bromas sobre cómo Charlie empezó a volverse majara tras su temprana etapa adolescente, no antes, y le haría ver que la necesitaba. Sí eso la calmaría. Adoraba ser  útil. Y yo tenía que asegurarme de no perderla en esta nueva etapa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario