martes, 30 de diciembre de 2014

Ejercicio 1 del tarot. Historia

EL TALISMAN. 
“Es todo lo que me queda”.
“Es bonito. Parece auténtico”.
“Es auténtico y antiguo, muy antiguo”.
Sostenía, con la mano izquierda en alto, a la altura de sus ojos un hermoso colgante de oro viejo con una piedra verde oscura engarzada en unos curiosos dibujos geométricos. Yo diría que Azteca, Maya o de alguna otra civilización por el estilo.
“Es un amuleto Azteca. Ha ido sobreviviendo a mi familia generación tras generación”. Lo dijo con un aire extra de tristeza. En aquella época, cuando nos volvimos a ver resultaba difícil estar más triste.
Estábamos sentados en el parque cerca de la Casa de la Caridad, en el mismo banco en que todos los días reposábamos la comida. Nos conocíamos de mucho antes. Ella era amiga de una compañera mía de carrera y durante un tiempo salimos todos juntos. Luego ya perdimos el contacto, hasta que nos volvimos a encontrar un día en un banco de alimentos. De eso hacía ya más de un año. Entonces nos volvimos compañeros inseparables. Nos movíamos por la ciudad buscando la caridad como flores que buscan el sol.
“Mi abuela contaba que su bisabuelo lo trajo de México. Que decía que lo había ganado en una timba y que desde entonces había tomado parte en mil batallas y correrías. La muerte siempre le esquivaba. Murió con 120 años de puro aburrimiento, cansado de esperarla”. Lo dijo como queriendo evitar mis preguntas. Nunca me lo había enseñado hasta ahora, pero tampoco era asunto mío. Lo miraba embobado.
Aquella mañana de invierno se agradecían los tibios rayos de sol que en la gema del talismán arrancaban unos preciosos brillos. Elena seguía sosteniéndolo a la altura de sus ojos. El colgante oscilaba suavemente. Si seguía así iba a acabar creyéndome una gallina, lo que a las puertas de un lugar al que venían a comer casi todos los necesitados de la ciudad, no dejaba de tener su peligro. De repente lo dejó caer sobre la mano derecha que cerró en un puño.
“Quiero venderlo ¿conoces a alguien?”. Me dijo clavando sus ojos verdes en los míos. “algún anticuario sería lo mejor. Creo que le puedo sacar bastante pasta si es un experto, alguien que entienda”.
“Conozco a un tipo. Antonio, el maño, se encontró unas monedas en un contenedor y se las llevó. Me dijo que se portó bien con Él, que tiene fama de ser generoso. Lleva una tienda de trastos viejos en la callejuela que va a dar al claustro del Patriarca. ¿sabes dónde?”. Afirmó con la cabeza.
“Iré esta tarde mismo, no sea que me arrepienta”.
“Bueno Dios proveerá” le dije de forma automática.
“Dios ha muerto” me contestó mirando hacia ninguna parte. Se guardó el colgante en el bolsillo. Se caló el gorro de lana y con los brazos cruzados sobre el pecho se puso a dormir. A mi me tocaba vigilar.
Nos volvimos a ver a la mañana siguiente. Desayunamos en el Convento de Santa Clara. Estaba muy callada. Con los mitones puestos mojaba las galletas en el café con leche lo justo para que no se desintegraran en su interior. Yo la miraba. A mí me gustaba deshacerlas todas y comerme la papilla resultante con la cucharilla. Tenía curiosidad por saber cómo le había ido con el anticuario. No decía nada.
Luego paseamos hasta las escaleras traseras del Cuartel de Artillería. Por allí no pasaba un alma y daba el sol hasta la hora de ir a buscar la comida. Allí podías leer un periódico tranquilo, daba igual del día que fuera. Algunos tienen crucigramas y sudokus, pasatiempos. Y es que cuando se está en la calle lo peor es el tiempo. Ocupar las horas entre mendicidad y mendicidad.
Nos sentamos en silencio un rato; hasta que no pude más y le pregunté que qué tal. Sacó un paquetito de jamón y un poco de pan y me los tendió con una sonrisa esplendorosa. Estaba contenta. ¡Se la veía tan guapa!. Sus ojos me recordaron a la piedra del colgante.
De pronto, manejando perfectamente el tamaño de mi sonrisa se incorporó de un salto y con un gesto teatral sacó del otro bolsillo el colgante y lo dejó oscilar delante de mí. Ya me veía haciendo la gallina escaleras abajo.
“Ayer me salvó la vida. No sé cómo pero la muerte me esquivó y ahora sé que pese a todo, quiero seguir viviendo”.
“¿¿eh??”. Ahora sonreía con toda la cara. Se sentó a mi lado y me contó una historia fascinante.
La tarde anterior había ido al anticuario que habíamos comentado. Al entrar le asaltó el típico olor a viejo, a papel comido por las polillas, a muebles restaurados. Aún resonando el eco de las campanillas de la puerta oyó voces al fondo de la tienda. Se encaminó hacia allí.
Un señor mayor le enseñaba algo al anticuario al que no podía ver. Era bajito y apenas llegaba al mostrador. El señor le explicaba que necesitaba dinero urgentemente ¿y quién no?. A Ella bastaba echarle un vistazo rápido para saber que todo lo que necesitaba ya no era con urgencia. Se mantuvo apartada.
“Enseguida le atiendo”. Dijo el anticuario.
“Me sorprendió que me hablara de usted. Estaban hablando del precio y me mantuve a cierta distancia. Estuve echando un vistazo a trastos y cachibaches. Me empané de tal manera con con una pila de discos antiguos que el anticuario tuvo casi que gritarme”.
Me describió la escena, su sorpresa. Al acercarse comprobó para su vergüenza que no era bajito, iba en silla de ruedas. Una de última generación, de las electrónicas que suben y bajan.
“Era un enano con la cabeza deforme, calvo. Cuando me acerqué se me quedó mirando con la boca abierta, se le caía la baba y todo”
“Puaggg”, se me escapó.
“Sí un asco. Se limpió con un pañuelo. En la mano tenía tres dedos. No, no. Tenía cinco pero el menique y el anular estaba pegados igual que el corazón y el índice”.
El anticuario era un ser grotesco que la miraba embobado. Ella sacó nerviosa el colgante, le contó su historia y le preguntó que cuánto le daba. Él emitió unos gruñidos y le hizo gestos de que lo dejara en el mostrador. Ella sabía mantener la calma, lo justo para no salir corriendo.
Cuando se acercó a dejar el colgante le cogió la mano, fuerte pero sin hacerle daño. La miró de cerca durante unos segundos y la soltó. Examinó sin interés el talismán mirándola de hito en hito. Emitía unos sonidos animales.
“Había algo en Él, no sé, en la forma de mirarme, en los gruñidos, algo más allá de sus malformaciones que me hacía sospechar”.
“Es auténtico y muy antiguo. Está usted en lo cierto. Pero no me interesa”. Lo dijo con una voz limpia, bonita. No encajaba en el personaje.
Ella se quedó quieta unos instantes y alargó la mano para cojerlo. El anticuario la volvió a cojer de la mano. “Pero usted sí”.
“Me quedé muerta y si no llega a decirme lo que me dijo salgo corriendo”.
Le soltó la mano y le pidió cinco minutos de su tiempo. Por cada minuto le daría diez euros.
“Seguro que puse cara de asco porque enseguida me aclaró que no era nada de lo que pudiera estar pensando”.
“No soy un pervertido, lo único que tengo deforme es el cuerpo”. Se le escapó una carcajada. “Le aseguro que no bebo la sangre de mis víctimas en una copa de plata ni asesino indigentes para usar sus órganos en rituales de brujería. Sígame por favor”.
Con ruiditos eléctricos guió la silla por una puerta que se escondía detrás de una pesada cortina roja decorada con motivos de Cachemira detrás del mostrador. Elena dudó en seguirle.
“Venga, no tenga miedo. No la voy a sacar a bailar”. Se volvió a reir desde el otro lado de la cortina.
Al dejar caer la cortina Elena se encontró en lo que parecía una habitación a caballo entre un estudio, una biblioteca y un atelier de pintura.
“Siéntese por favor. ¿le puedo ofrecer algo de beber?”.
“Negé con la cabeza, se me acercó y me tendió un colgante. Tenía una foto envejecida de una mujer jóven”.
“Es mi madre. Es el único recuerdo que me queda de Ella”.”Verá mi madre me tuvo ya mayor. A su edad el embarazo era de riesgo y así nos fué. Ella muerta y Yo mejor muerto”.
“Yo no sabía qué decir. Allí sentada en una butaca del siglo pasado con aquél señor”. El siguió.
“Mi padre se lanzó, primero a la bedida y luego al tren. Pobre diablo. Quedó peor que Yo”. Se volvió a reir. “Yo durante mucho tiempo odié a mi madre, hasta hoy. Pero por favor, mire bien la foto”.
“¡Coño!”, me dijo Elena dándose una palmada en la pierna”Era Yo!. Era clavada a mí. El tipo me vió la cara y siguió contándome su historia”.
“Como le iba diciendo, llevo odiando a mi madre 45 años. Todos y cada uno de los días en que me miro las manos, o cada vez que me limpio la baba. Pero hoy, al verla, no sé, algo en mi interior ha hecho crack. Hoy al mirarla a lo ojos me he sentido en paz por primera vez en mi vida.”
“Quiero pedirle un favor. Quiero que me deje ofrecerle un trabajo. Le pagaré bien”.
“Me lo ofreció y lo he aceptado. Le he dicho que si me podías acompañar y me ha dicho que sin problemas”
Se quitó con cuidado el gorro de lana. No quería estropear el peinado. Un recogido de hacía cincuenta años que tenía que llevar mientras el anticuario le haría un retrato. La miré encandilado.
Miraba el colgante “¿Sabes? esto no es lo único que me queda, aún tengo orgullo y dignidad Algún día todo esta cambiará”

Las frases del tarot fueron:
Lucía un hermoso colgante Azteca
Dios ha muerto
Sabía mantener la calma
Era un homber alegre y generoso
Sostenía una cop a repleta con la sangre de sus víctimas
Necesitaba dinero urgéntemente
La brujería se escondía detrás de sus trucos de magia

Historia oculta
Era necesario recurrir a la sabiduría del ermitaño
A su edad un embarazo era de riesgo
Todo se abría ante sus ojos

Había algo en él que le hacía sospechar

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