Paz. Esta es la
primera palabra en la que pienso cuando escucho la palabra literatura. Y, ¿por
qué paz? Pues supongo que porque es la sensación que me invade cuando, inmersa
en una historia que nada tiene que ver con mi vida real, pasan las horas sin
que sea consciente de ello, sin que nada de lo que ocurre a mi alrededor me
turbe. Podría decir entonces que en la literatura encuentro la paz. Pero además
de darme grandes momentos de tranquilidad, ha provocado instantes de diversión,
ternura o miedo.
Al observar a
otras personas leer en soledad, puedo percibir sensaciones similares a las
propias, incluso adivinar los sentimientos que les está generando el libro que
tienen entre manos. El siempre tan indiscreto lenguaje no verbal me permite identificar
la intensidad y tipología de estos sentimientos. En ocasiones el lector
presenta una actitud tranquila con sus músculos al completo relajados y dejando
asomar un leve sonrisa entre la comisura de sus labios; esto me hace pensar que
se trata de una novela suave, tierna o incluso amorosa. En otras ocasiones sus músculos
proyectan una gran tensión (incluso el ceño fruncido) y una postura corporal
que indica que su cuerpo está alerta; en este caso me inclinaría por pensar que
está leyendo una novela policíaca, negra o algún texto que le hace viajar a
experiencias propias que preferiría no recordar.
El gran misterio
que esconde para mí la literatura (y más concretamente la creación de la misma)
es cómo logra con simples palabras que el lector llegue a sentir con tanta
intensidad. ¿Cómo son capaces los escritores de lograrlo? ¿son conscientes de
antemano del sentimiento que van a despertar en sus lectores? ¿es su intención
generarlos? ¿o simplemente contar una historia sin tener en cuenta lo que va a
suponer para el lector?
Y a partir de
preguntas directas es cuando mi mente ingenieril comienza a trabajar para
darles respuesta. Si hay algo que caracteriza a los ingenieros o a las personas
de ciencias en general (además de dar respuesta a todas las preguntas que se
plantean) es la ambición por cuantificar y medir todo aquello que les rodea,
incluidos los sentimientos. Por tanto a la pregunta de si los escritores son
conscientes de antemano del sentimiento que van a generar en los lectores, le
seguirían otras cuestiones: ¿cómo de profundo va a ser ese sentimiento? ¿dónde está
la línea que separa la sonrisa de la carcajada? ¿o la pena de la lágrima?. Y
esto llevado al extremo generaría la siguiente pregunta: ¿podríamos obtener un
modelo matemático capaz de predecir los sentimientos que va a generar un libro
y cuantificarlos atendiendo al uso de, por ejemplo, unas palabras o un estilo
determinado? Algo así intenta hacer la ingeniería kansei.
Kansei es una
palabra japonesa que no tiene una traducción precisa al idioma español, pero su
significado es cercano a un “sentimiento psicológico”; se podría interpretar
como ingeniería emocional. La ingeniería Kansei permite MEDIR LAS EMOCIONES y
conocer las características de un elemento que más incidencia tienen sobre los
sentimientos que genera sobre las personas. De esta manera, identificar las
características en cuestión y en qué medida modificarlas nos daría un poder
absoluto para generar las emociones deseadas. ¿Utilizan los escritores este
tipo de herramientas? ¿podría yo utilizarla para escribir? ¿y para mi día a día?
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