sábado, 8 de noviembre de 2014

Las puertas de la catedral se abrieron dejando pasar la luz, al principio de forma leve, hasta que lleno por completo el vestíbulo, cerrando con dolor mis ojos. No estamos muy acostumbrados a la luz de sol, de hecho la odiamos, nos daña y nos obliga a ocultarnos.
Los exploradores de la colonia entraron con telas negras cubriéndoles las manos, el cuerpo y la cara. No deberían haber llegado tan pronto. Comencé a cerrar el portón casi a ciegas, por detrás de ellos oí a los caballos tirar del carro de la expedición. Cuando la tabla de madera cayó en su sitio, y la luz desapareció, abrí los ojos todavía un poco irritados. Mire a mi compañero de guardia, y asintió, me tocaba a mi organizar el reparto.
Caminehacia los exploradores, el carro parecía estar más lleno que nunca, me ilusione al pensar que quizás habría comida para todos, mi boca se llenó de saliva ante la idea de no tener que compartir una lata de judías. Pero la sospecha de que algo iba mal se convirtió en una certeza cuando me di cuenta de que faltaba alguien.
— ¿Isaac, por qué habéis llegado de día? ¿Y Abraham?
—Cazadores. Nos encontraron en las ruinas cerca del puente.
—Eso está muy cerca de la colonia. ¿Os siguieron?
—Abraham se encargó de ello. Pero no seguiremos seguros aquí por mucho tiempo
—Lo sé. Tendremos que pensar algo
Mientras hablábamos, la gente empezó a salir de sus escondites, acercándose hasta formar un círculo que nos rodeaba, llamábamos al orden pero tenían hambre, enseñaban los colmillos de forma amenazante en ese momento entendía por qué nos tenían tanto miedo. El reparto no siempre era equitativo, intentábamos ser lo más justos posibles, por eso teníamos leyes muy estrictas para que nadie hiciera una locura
 En mitad del alboroto uno de los huérfanos aprovecho para coger algo y salir corriendo escabulléndose entre el gentío, pensé que había robado algo de comida, Isaac también se dio cuenta, apoye la mano su hombro
—Voy a por el
Fui detrás, sabiendo a donde iba. Lo encontré con algo entre las manos. Era un libro infantil.
El muchacho pasaba las hojas muy despacio, con mucho cuidado para que no se rompieran, miraba cada dibujo, con la mirada atrapada y mordiéndose los labios con los colmillos. A pesar de que los dibujos estaban descoloridos y difusos. Me fije que su dedo señala las letras que había debajo siguiendo el orden de las palabras
— ¿Sabes leer?
—Mi mamá me enseño
Creía que los libros eran un recuerdo del viejo mundo, que ya no valían para nada, pero no tenía razón. Allí sentado parecía libre, muy libre de ser un niño feliz, rodeado de paz, como si nada de esta pesadilla existiera, ni los cazadores que nos seguían, ni el hambre, ni el frío, ni el sol.

Sentí envidia por no poder sentir la misma paz. ¿O quizá sí? Me senté a su lado, y empecé a leer las historias de cierto conejo que se creía muy listo. Me sentía en paz 

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