martes, 4 de noviembre de 2014

La literatura (de Enrique Vila-Matas)



Partí por 6 meses hacia Atlanta, dejando sobre la mesa del comedor un libro que casi siempre me acompaña (París no se acaba nunca). Ocupó su lugar una lectura de otro gran escritor con casi idénticas iniciales (MVM); acto inconsciente de intentar abortar el distanciamiento de la literatura vila-matiana, e infructuoso, pues pocos elementos tienen en común los dos escritores, más allá de dichas iniciales, la calidad de su trabajo, ese armonioso baile entre comedia y tragedia, su inestimable integridad y el total compromiso con la escritura.

Aunque creo conveniente ordenar el caos cotidiano, dotarlo de argumento, construir mi vida, siguiendo reglas de universos distintos, durante el año de soledad que pasé en París, tan sólo leí tres libros, cíclicamente: Cien años de soledad, París era una fiesta y París no se acaba nunca. Leí el libro de EV-M, repetidamente. Después de la segunda lectura, pasé a una lectura arbitraria, abriendo por un capítulo cualquiera cada vez, sin seguir ningún orden aparente. Afortunadamente no quedé atrapado entre las repetidas lecturas de aquellos tres libros, pero la literatura de EV-M se convirtió en una constante, y concretamente ese libro, en un perfecto compañero de viaje. Y como contaba, incluso cuando de forma inconsciente dirijo mi mirada hacia otros horizontes, sus lecturas, afortunadamente, vuelven.

Por ejemplo, a mediados del verano de 2007, tras terminar la lectura del Dr. Pasavento, decidí no continuar por una obra suya anterior y empecé las obras completas de Pirandello. Ya intuía yo que el esfuerzo sería en vano. Efectivamente, días después mi padre me recomendaba un artículo del Sr. Vila-Matas en el que argumentaba la imposibilidad de la ofensa por parte de una revista de humor de cara al príncipe, utilizando precisamente, entre otros, argumentos pirandéllicos. Y no cualquier argumento, justo empleaba la frase que da título a la obra cuya lectura yo había situado, arbitrariamente, en primer lugar: así es, si así (n)os parece, così è (se vi pare).

O poco después, cuando me sumergí en la escritura de un conjunto de relatos de título “Vides en l’abisme”, mi padre apareció un día con el nuevo libro de EV-M bajo el brazo. “Mira lo que te traigo” me anunció tendiéndome el libro. Imaginen ustedes mi sorpresa al leer el título: “Exploradores del Abismo”. En esa ocasión conseguí rebelarme, renunciando a la lectura, movido por el miedo de encontrar justamente todos mis escritos allí reproducidos, invalidando toda mi escritura. Solución por otra parte pragmática. Al fin y al cabo, si no leía sus relatos, podía tranquilamente seguir escribiendo los míos, basándome en la inconsciencia de aquella supuesta coincidencia.

No es el objetivo de este escrito realizar una enumeración de estas “coincidencias”, y la lista se alarga demasiado. Tan sólo diré que los resultados de este último intento no fueron distintos. A pesar de no haberme llevado el libro, la primera y más importante persona que conocí en Atlanta fue precisamente un tremendo vila-matero. Amistad que me acompañó durante toda la estancia, a lo largo de extensas conversaciones literarias, en las que nuestro querido escritor estaba muy presente. Por si esto no fuera suficiente, estando en Atlanta, soñé con él, lo encontraba en Valencia. Tal vez era una forma de, inmerso en una sociedad que me resultaba tan ajena, soñar con lo familiar, pues al fin y al cabo, toda mi familia lee al Sr. Vila-Matas. Somos una familia de vila-materos. Y en el sueño nos encontrábamos, de forma casual, precisamente delante de la casa de mis padres, y subíamos juntos a cenar. Y finalmente, como respuesta a nuestra pregunta (en aquella entrevista abierta digital de El País), me topé con su invitación a ir precisamente a Dublín, ciudad tremendamente querida.

Resulta extraño, y digno de análisis, el impacto que recibe el lector, al entrar en contacto con la literatura de Enrique Vila-Matas. Ese extraño fenómeno de atracción en el que, aceptando que LA VERDAD es inalcanzable, aceptando que “la verdad” es una ficción, una construcción, y si “la realidad” es precisamente un conjunto de estas “verdades”; si la vida es una realidad en movimiento, si la vida es una narración (escrita en presente, que tiene en cuenta el pasado y que mira hacia el futuro), inevitablemente, y de forma progresiva tras las ineludibles sucesivas lecturas, el lector la va escribiendo, cada vez más, como un auténtico vila-matero.

Creo que la fuerza de la literatura de Vila-Matas viene dada, entre otras cosas, por cumplir sus obras con la definición de novela moderna que daba Italo Calvino: posee muchas dimensiones. Con respecto a una de dichas dimensiones, me atrevería a decir que, la muy repetida característica metaliteraria, ha sido mal interpretada. Que perdonen los entendidos mi falta de formación literaria, pero creo que en la obra del Sr. Vila-Matas la literatura no aparece meramente como consecuencia de una intención de realizar un análisis de la literatura a través de la literatura. Aparece como consecuencia de un profundo convencimiento de que vida y literatura son un mismo concepto y que por tanto, al igual que el uso de las lecturas resultan fundamentales para escribir la vida, para transcurrir por la obra también. Que un escritor renuncie al uso de sus lecturas, sería como pedir a un lector empedernido que, una vez finalizada la lectura, una vez cerrado el libro, olvidara todo lo que allí ha aprendido, y que anulara toda profundidad que su vida pudiera haber adquirido. ¿Y si realmente hemos adquirido profundidad, al elaborarla en nuestros escritos, no estamos moralmente obligados a citarla?

Por no hablar de las supuestas temáticas. Ni por un instante hubiera imaginado describir “París no se acaba nunca” como las aventuras de un escritor novel, o Dr. Pasavento como las de uno demasiado experimentado. En el segundo caso, uno de los temas latentes, la necesidad de desaparecer (que por cierto el protagonista descubre casualmente), no es ni mucho menos patrimonio de escritores. Mi madre por ejemplo, hacia el final, quiso también desaparecer y convertirse en barman, aunque confesó que seguiría utilizando sus conocimientos psicoanalíticos con los clientes, al igual que el Dr. Pasavento al final de la novela tampoco deja de escribir, aunque lo haga ya, como reflejo de su nueva vida, de otra forma. Me atrevería a decir que EV-M describe personajes íntimamente ligados a la literatura porque es incapaz de imaginarse una vida sin ella, porque al fin y al cabo: ¿hay otra forma interesante de estar en el mundo?

Otra de las dimensiones interesantes son las supuestas citas. Esas citas que dejan de serlo, metamorfoseadas por la mirada del escritor, que altera además su composición y definitivamente su significado cuando conviven con el resto del texto pasando a formar parte del universo vila-matiano. Son ventanas ficticias a otros mundos que parecen dotar a la estancia de una dimensión mayor para regocijo del lector que cree estar viviendo en varios universos a la vez cuando en realidad está mirando espejos que reflejan siempre la misma esencia.

Antes de acercarnos al final, no olvidemos pararnos a pensar, de un modo menos racional, qué se siente. Estoy sentado en casa intentando avanzar, mirando atentamente la pantalla del ordenador, intentando trabajar, y en segundos mi existencia deriva hacia el colapso. Recupero lecturas o indago entre las actuales: empiezo a leer, buscando lenta pero ávidamente entre sus páginas. Paulatinamente con la lectura, y aunque tan solo sea durante un tiempo limitado, me transformo, cobrando sentido. Cierro el libro, me levanto y observo por la ventana la inmutable realidad: nada ha cambiado, afuera sigue sin pasar nada, pero bajo mi mirada, que todavía parece bailar suavemente con fragmentos de exquisita literatura, “la realidad” al otro lado revela su estructura de ficción, veo “lo que pasa cuando no pasa nada”, oigo los gritos provenientes del silencio, los matices ocultos se revelan y esa nada aparente se transforma en puro arte (hasta la cadencia de paso de los transeúntes me provoca un singular sentimiento de felicidad). Tan sólo puede que eche de menos, un poco más tarde, el roce suave de la piel.

En definitiva, la literatura de Vila-Matas resulta tan atrayente porqué, construyendo sutilmente sobre la nada, cubriéndola con un tapiz sedoso y ligero pero complejo, punzante y rico en matices, consigue elevar el conjunto a la categoría de arte, pero sin ocultar que detrás sigue habiendo precisamente eso: la nada. Sin ocultar que todo aquello que nace en medio de la nada, en ese espacio vacío entre nosotros y LA REALIDAD inalcanzable, en esa hoja en blanco, no es más que una construcción, “es más bien poca cosa, es una cuestión de escritura, pues el universo tan sólo existe sobre el papel”.

Lección vital sumamente útil, reflejada en cada renglón, extrapolable a esa novela paralela, a esa vida del lector, a esa otra obra de arte. Pues es esencialmente así como creo que se tiene que vivir la vida, como se tiene que escribir la obra, sin hacer construcciones extremadamente grandiosas y pesadas en el interior de LA REALIDAD que nos envuelve, que es límite, intangible pero extremadamente presente, continente inalcanzable sin significado aparente, pero que condiciona un contenido que nosotros habremos de elaborar. El lector vila-matero conseguirá vivir la vida consciente de la nada en la que está sumergido (y del vacío de significado de esa REALIDAD límite), pero logrando a la vez construir sutilmente sobre esa nada, sin ocultarla, incorporándola al conjunto, dotándola de un sentido, conseguirá construir un entramado cambiante de imágenes, pensamientos y sentimientos que nace precisamente del contacto con ese vacío por el que se propaga, nace precisamente de la espera en ese vacío. El Dr. Pasavento y Dublinesca son tal vez paradigmas de esa, ya no tan extraña, forma de vida.

Y esta mirada no produce ni mucho menos amargura. Todo lo contrario. Tan sólo una profunda conciencia de que si caen los decorados y se marchan los actores tan sólo quedarán las tablas. Una profunda conciencia de que una pequeña creación en ese inmenso vacío es mucho. Lo cual permite amar la pieza en su totalidad, como la pequeña obra de arte que es. Una obra sutilmente trazada como un conjunto de imágenes, pensamientos, sentimientos. La visión de la nada al fondo (y he aquí su sentido) produce el efecto paradójico de, resaltando su belleza, amar intensamente esa obra, amarla incluso en sus pasajes más amargos. Amaremos la vida, amaremos incluso esa amargura, amaremos la vida incluso cuando lo único que podamos hacer sea describir los surcos de un baile solitario o sentarnos y observar el vacío alrededor. Incluso cuando corramos sobre el escenario sin encontrarnos. Incluso cuando lo único que nos quede por hacer sea desaparecer. Para volver a aparecer, o para desaparecer, ya al final, definitivamente.

                                                                                   Joan Pons Llinares

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