miércoles, 15 de octubre de 2014

LITERATURA

UN MUNDO EN MIS MANOS

Una pareja de ancianos sentados en la heladería “Ibense”, acaparaban mi atención de vez en cuando. Tenían en la mesa sendos refrescos de café con una pajita rosa y otra verde que contrastaban con el color oscuro de los granizados. Yo sentada en la mesa de enfrente y un granizado de horchata con una pajita de color violeta intentaba escribir un cuento que mi editor deseaba que terminara. Dejaba que mi imaginación volara. Pensaba en Él, también me presionaba después de varios años de relación. Observaba a los ancianos de forma furtiva o despistada, mirando sin mirar, mientras regalaba una sonrisa a quien me saludaba. Ellos, en cambio con un libro cada uno entre las manos a la altura de los ojos devoraban la lectura. ¿Eran ancianos realmente? Con el paso de los minutos y mi observación minuciosa me daba la sensación de que me parecían más jóvenes que con el primer golpe de vista. ¿Qué estarían leyendo tan afanosamente? Vi en la mesa una bolsa de la que sobresalía un libro de cuentos antiguos encuadernado con tapa dura. ¿Cuentos? cuentos de niñez… recuerdo cuando iba a casa de mis tías y llevaba tras de mi a la curiosidad. Curiosidad que me trasladaba a buscar en los armarios. Algo que mis ojos devoraran como la pareja hacía ahora. En mi casa me conocía todos los rincones ¡No había nada por descubrir! en cambio, la casa de mis tías era todo un mundo por revelar; una novela antigua, ¡que importaba! Las yemas de mis dedos palpaban hojas rugosas, amarillas y polvorientas. Unos ojos verde esmeralda desorbitados miraban una gran portada en la que había una mujer bellísima, cuyas impresiones estaban realizadas a mano. Eran perfectas, y el inicio de una historia, se dejaba ver entre unas pocas líneas. La puerta de mi imaginación estaba ya abierta. Pasaba la primera hoja de derecha a izquierda y partículas polvorientas se introducían en mi nariz haciéndome cosquillas. No importaba, los dibujos que inundaban el folio me tenían embelesada. Apenas cuatro palabras de un diálogo que surgía en el dibujo de los personajes traspasaban esa pequeña distancia que había entre mis ojos y mi mente. Se formaban dibujos e ideas en el espacio. Así pasaba una tarde conmigo y mi imaginación. Imaginación que me transportaba a otros mundos en los que yo era la que los construía.

Al ver reír a aquella pareja de abuelitos que actuaban como un par de adolescentes me devolvió a la realidad. De nuevo acaparaban mi atención. Un diálogo de luz fluía entre sus miradas de calidez, de ternura o entendimiento. Mi curiosidad iba en aumento. Me llevaba a querer saber que era aquello que les absorbía tanto, aquello que los aislaba de lo que les rodeaba, sin importarles nada o nadie. Como dos gotas de agua uno anotaba y hacia un garabato en una libreta y el otro también. Uno deslizaba las hojas hacia la siguiente página y el otro también. Uno reía y el otro también. Los libros estaban forrados con papel brillante y colores vivos; uno verde y el otro rosa. Ya no podía más, me levanté, me acerqué a ellos, y sin más rodeos pregunté:

- Perdón, me llamo Ideas, desde mi posición he visto como se divierten leyendo. A mi me apasiona también la lectura ¿serían tan amables de facilitarme cuál es el título de esos libros?

El señor apartó los ojos del libro. Lo depositó en la mesa junto al granizado. Colocó una mano entre el libro y frunciendo el ceño al propio tiempo que la miraba fijamente le contestó:

- Estamos leyendo nuestros diarios joven –respondió secamente.
- Querido, -dijo la señora dejando también el libro sobre la mesa, y depositando una mano suavemente encima de la pierna del abuelito por debajo de la misma- no hace falta que te enfades.

Ahora mirando a Ideas la abuelita le contestó:

- De jovencitos escribíamos nuestros diarios. Ninguno de los dos sabía la existencia del otro. Lo mantuvimos en secreto, y hace muy poco que lo hemos descubierto. Nos ausentábamos de vez en cuando, o simplemente desaparecíamos de la vista del otro sin dejar rastro. Llegué a pensar que me estaba engañando con otra –dijo la abuelita mirando ahora a los ojos de su pareja.
- ¿A sí?
- Pues si querido.
- Pues mira, yo pensaba que estabas ¡harto de mí!

La abuelita le dio un beso en los labios de ternura al abuelito. Le mostró un dibujo hecho con dos garabatos y unas pequeñas palabras. El abuelito le cogió la mano por encima de la mesa y la envolvió con la mirada.

Estaba claro que yo sobraba. Me retiré en silencio con una sonrisa entre mis labios. En mi paseo, los sentimientos y sensaciones se agolpaban en mi interior, una mirada furtiva hacia los árboles de la alameda, hacia los perros que paseaban junto a sus dueños, una mirada a mi móvil en espera de una llamada que no parecía surgir, hacía que todo se revolviera en mis adentros. Pensamientos que martilleaban en mi cabeza. Literatura…, cuento…, tebeo…, pueden saciar esa sed de conocimiento, o simplemente entretenernos. Pueden ser escuchados e interpretados, a través de sonidos que emiten las sílabas y fonemas, o vibrar con el ritmo cuando se unen dos palabras, o percibir la música en una oración… pero en la aventura de la vida había que vivirla y mojarse sin miedo. En la aventura de la vida uno tiene que arriesgarse a perder o a ganar. Entonces mi teléfono empezó a sonar. Era él. No sólo tenía que terminar un cuento…

Ana María Llorens Lledó --!--

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