miércoles, 15 de octubre de 2014

Leer, viajar, soñar...

Como cada mañana subo al metro, a la misma hora de siempre, con esa puntualidad que me caracteriza. Por costumbre, hábito o simplemente monotonía me siento en el primer asiento a la derecha de la primera puerta del segundo vagón, siempre libre, siempre esperándome. Abro mi libro y me evado del mundo, me zambullo en sus páginas y empiezo a navegar entre aquellos renglones a veces en calma, otras agitados.

Dos paradas después las puertas se abren y, allí está, como cada mañana. Se sienta frente a mí y enciende su ebook. Yo sigo buceando entre líneas, letras y espacios en blanco mientras su mirada escudriña mi libro una vez más, intentando descubrir qué leo esta vez. Yo lo tengo más difícil, no puedo ver la pantalla de su libro electrónico desde aquí, quizás algún día podría sentarme a su lado y, por fin, saciar mi curiosidad. ¿Acaso no es un acto común a todo lector ese de buscar el título en el lomo o la portada del libro ajeno? ¿O es tan solo un autoengaño que me repito y ese ansía de saber qué leen los demás es tan solo una mala costumbre que compartimos?

Nuestros ojos se pierden en la profundidad de nuestras lecturas pero nuestra imaginación nos hace participes de aventuras comunes. Busco a su lado tesoros ocultos en lejanas islas, investigamos extrañas desapariciones o asesinatos, nos perdemos en oníricas aventuras protagonizadas por grotescos personajes, entre paisajes imposibles. A mi lado viaja al medievo, a lejanas galaxias, nos deslizamos por el tiempo y el espacio real e irreal, tangible e intangible. Quizás de su mano me lleve a tenebrosos castillos, donde habitan vampiros ancestrales, de los que seremos víctimas y que nos dejarán sin una sola gota de sangre. Puede que pertenezcamos a familias enfrentadas y nos veamos atrapados en medio de un drama amoroso con trágico final. O tal vez cabalguemos cual hidalgo y escudero derrotando a gigantes que cualquier otro confundiría con molinos. Aunque, sin ninguna duda, preferiría que vendiéramos nuestra alma a cambio de la eterna juventud y, mientras nuestros retratos siguen envejeciendo en casa, seguir coincidiendo en este o en cualquier otro lugar para continuar compartiendo a lo largo de los siglos un sinfín de lecturas.


Una vez más, suena el aviso de próxima parada, coloco el marcador de páginas en su lugar y cierro mi libro. Nos miramos y sonreímos, continuará…

No hay comentarios:

Publicar un comentario