Como cada mañana subo al metro, a la misma hora de siempre,
con esa puntualidad que me caracteriza. Por costumbre, hábito o simplemente
monotonía me siento en el primer asiento a la derecha de la primera puerta del
segundo vagón, siempre libre, siempre esperándome. Abro mi libro y me evado del
mundo, me zambullo en sus páginas y empiezo a navegar entre aquellos renglones
a veces en calma, otras agitados.
Dos paradas después las puertas se abren y, allí está, como
cada mañana. Se sienta frente a mí y enciende su ebook. Yo sigo buceando entre
líneas, letras y espacios en blanco mientras su mirada escudriña mi libro una
vez más, intentando descubrir qué leo esta vez. Yo lo tengo más difícil, no puedo
ver la pantalla de su libro electrónico desde aquí, quizás algún día podría
sentarme a su lado y, por fin, saciar mi curiosidad. ¿Acaso no es un acto común
a todo lector ese de buscar el título en el lomo o la portada del libro ajeno?
¿O es tan solo un autoengaño que me repito y ese ansía de saber qué leen los
demás es tan solo una mala costumbre que compartimos?
Nuestros ojos se pierden en la profundidad de nuestras lecturas
pero nuestra imaginación nos hace participes de aventuras comunes. Busco a su
lado tesoros ocultos en lejanas islas, investigamos extrañas desapariciones o
asesinatos, nos perdemos en oníricas aventuras protagonizadas por grotescos
personajes, entre paisajes imposibles. A mi lado viaja al medievo, a lejanas
galaxias, nos deslizamos por el tiempo y el espacio real e irreal, tangible e
intangible. Quizás de su mano me lleve a tenebrosos castillos, donde habitan
vampiros ancestrales, de los que seremos víctimas y que nos dejarán sin una sola
gota de sangre. Puede que pertenezcamos a familias enfrentadas y nos veamos atrapados
en medio de un drama amoroso con trágico final. O tal vez cabalguemos cual hidalgo
y escudero derrotando a gigantes que cualquier otro confundiría con molinos. Aunque,
sin ninguna duda, preferiría que vendiéramos nuestra alma a cambio de la eterna
juventud y, mientras nuestros retratos siguen envejeciendo en casa, seguir coincidiendo
en este o en cualquier otro lugar para continuar compartiendo a lo largo de los
siglos un sinfín de lecturas.
Una vez más, suena el aviso de próxima parada, coloco el
marcador de páginas en su lugar y cierro mi libro. Nos miramos y sonreímos,
continuará…
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