lunes, 27 de octubre de 2014

El Mirador (Texto primero aula narrativa)

EL MIRADOR

Otra vez estaba él delante de la cama encorvado como cada tarde después del trabajo con un libro en la mano.
Valentina se disponía a merendar en su cocina igual que todos los días al volver del ambulatorio y se sentaba junto a su espectacular mirador. Tenía una cocina amplia y luminosa. Era su lugar preferido de la casa y aunque tenía una gran casa con un estudio estupendo donde leer, escribir o hacer cualquier tipo de actividad o de ocio, siempre acababa ubicándose en la cocina. Allí tenía todo lo necesario, una bonita mesa de madera de arce, espacio, luz, comida y bebida y sobre todo un gran ventanal en forma de mirador sin cortinas.
Debía ser su marcado carácter observador con un punto voager que le predisponía a estarse horas y horas observando todo lo que a través de ella pasaba. Desde hacía tiempo su ansiedad por llegar a las seis de la tarde y sentarse en ella a mirar se hacía cada vez más obsesiva ya que había una escena que la tenía totalmente enganchada.

Un tipo moreno  y alto entrado en canas, con un toque atractivo pero dejado, entraba en la habitación de enfrente todas las tardes a las seis, se inclinaba para besar a alguien postrado en una cama que no alcanzaba a ver con claridad, luego parecía contarle algo con mucha expresividad y finalmente cogía un libro de su mochila se sentaba junto a ella y se disponía a leerle. Y así estaba entre una y dos horas sin parar todas las tardes de lunes a viernes.
Los fines de semana no le veía leerle y además solía venir acompañado de otras personas que habitualmente se disponían alrededor de la cama y hablaban entre ellas y en ocasiones incluso comían y bebían como si estuvieran celebrando algo. Entonces Valentina desconectaba de la cocina y se disponía a continuar con su vida, deseando que llegara el lunes para volver a ver a su vecino misterioso a través del cristal.

En ocasiones se preguntaba qué poder tenía esa imagen para que ella no pudiera parar de observar y estuviera tan desesperada por volver a casa y seguir observando la escena. Sería el tipo atractivo, sería la escena, sería la curiosidad por saber quién estaba en la cama. Ninguno de esos motivos y todos a la vez. Se daba cuenta que la imagen hipnótica de alguien leyendo siempre le había transportado a otra dimensión. ¿Qué libro leería, a quién, por qué, qué relación tendría aquel tipo con esa otra persona?

¡Mierda!, alguien llamaba a la puerta, no podía seguir la escena.
-Hola buenas tardes venimos a revisar la instalación del gas, estaba puesto en el ascensor que vendríamos hoy a partir de las seis de la tarde.
-Sí si disculpe me ha pillado usted distraída y no lo recordaba. Pase, pase.
El técnico se dispuso a tocar la caldera y medir un montón de cosas con un aparatito similar a un data fono, se movía por la cocina a su antojo mientras ella intentaba no perderse nada de la escena de enfrente.
-¿Me puede indicar donde están los radiadores?
Valentina le acompañó por el resto de la casa indicándole la ubicación de cada radiador.
Después de una ligera charla y firmar un par de hojas que el técnico le había indicado, Valentina volvió con desespero a la cocina. Cual fue su sorpresa al ver que el tipo ya no estaba en la habitación. Se puso algo nerviosa maldiciendo al revisor del gas y la incertidumbre que ahora se ceñía sobre ella. No era normal, solo había pasado una media hora leyéndole y nunca se marchaba tan pronto.

Ahora tendría que esperar hasta mañana para ver que ocurría, ¡nooo!, mañana era sábado. Hasta el lunes no volvería a poder seguir con su espectáculo particular, se maldecía por ello y se preguntaba qué clase de obsesión la tenía tan enganchada que no era capaz de relajarse y desconectar de aquel momento.

¿Qué habría pasado, cual sería el motivo de su breve estancia esa tarde? Ella continuó con su rutina y se dispuso a preparar la cena. Mientras, no paraba de pensar el tipo de relación que aquel sujeto tendría con la enferma, sería su marido, su amante, tal vez una hija, no, esa mirada no era fraternal? De cualquier manera le leía a una mujer, de eso estaba segura. Su imaginación empezó a divagar, sospechando que la enferma no podía leer porque probablemente había tenido algún trágico accidente que la mantenía postrada en la cama, quizá en coma.
Esa noche Valentina por suerte tenía cosas que la  ocuparían bastante, porque el fin de semana iba a ir a un taller de narrativa intensivo en Ademuz al que se había apuntado recientemente organizado por la UPV.
Se despertó dándole vueltas a la historia de su vecino y construyendo su película particular. Valentina siempre tuvo mucha facilidad para la fantasía y le era fácil construir historias e imaginar realidades posibles.

Se levantó muy temprano para llegar con tiempo suficiente al albergue, los asistentes iban apareciendo y Valentina se iba haciendo su composición de lugar sobre los alumnos que como ella iban a participar en el taller de narrativa. En general le sorprendió que hubiera mayoría de hombres, porque a este tipo de actividades suelen apuntarse normalmente más mujeres, no era una estadística contrastada pero a lo largo de su vida había hecho innumerables de actividades, cursos y talleres de todo tipo y rara vez han sumado mayoría de hombres, en cambio en esta ocasión así era, incluso las edades de los participantes le sorprendió porque eran casi todos de edades parecidas a las suyas o incluso más jóvenes. También pensaba que el taller sería más reducido, eran más de treinta y sospechó que no podrían trabajar como ella quería, ya que un taller de estas características es mucho más provechoso si no supera las veinte personas.
Valentina se iba creando como siempre su mundo paralelo esperando que de un momento a otro todos acabaran de llegar y comenzaran las clases.

¡Hola buenos días, me llamo Juan Madrid y voy a ser durante este fin de semana vuestro profesor de narrativa! ¡Espero que estemos todos cómodos y que este taller nos resulte lo más provechoso y creativo posible. Ha sido todo un éxito de convocatoria y no os preocupéis porque creáis que sois muchos, porque vamos a trabajar en forma de dinámica de grupos y todos vamos a poder expresarnos y participar de forma activa!

Valentina se quedó totalmente petrificada al ver a su profesor de narrativa, ¡era él!, ¡era su vecino lector! Juan Madrid era el hombre que todas las tardes leía de forma cariñosa frente a una mujer postrada en una cama. ¿Cómo podía estar allí? ¡Claro pensó, es fin de semana y su amada tiene otras visitas que la pueden atender mientras él trabaja!

Juan inició el taller de forma afable y distendida intentando romper el fuego y preguntando a varios alumnos ¿qué era para ellos la literatura? Los más atrevidos se lanzaron a hablar de la literatura como si fuera un ser personificado con rostro, cuerpo y sentimientos, otros daban definiciones de lo más académicas sobre lo que significa la literatura como acto de creación. Después de una decena de intervenciones, Valentina levantó la mano tímidamente y dio su visión de la literatura que seguramente al profesor le parecería poco convencional y le provocaría muchas preguntas y gran sorpresa.
-“Para mí la literatura es dejar volar la imaginación y recrearme en otros mundos que nada tienen que ver conmigo, introducirme en situaciones que no sé si son reales o pura fantasía, imaginar que frente a la ventana de mi cocina hay un tipo atractivo que cada tarde de lunes a viernes le lee a una mujer enferma postrada en una cama sospechando que seguramente ella será el amor de su vida, que tras un brutal accidente ha quedado en coma y él cada tarde le lee y le cuenta su día a día y le dice cuanto la quiere y le ruega que no se marche porque no puede vivir sin ella, y se despide cada día esperando que al siguiente se la encontrará despierta y recuperada de su gran sueño y nunca más tendrá que volver a leerle porque podrán hacerlo juntos, como tantas veces hacían cuando ella estaba bien”.
Juan Madrid se sentó después de oír dicha definición y por un momento no supo que decir, empezó a tartamudear, le brillaban los ojos, se volvió a levantar de la silla y con un leve acercamiento hacia ella le preguntó ¿perdone, cómo se llamaba?

- ¡Valentina, me llamo Valentina!


                                                                                                          Luisa Berbel Torrente

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