jueves, 6 de marzo de 2014

"Sigues sin entenderlo..."



- ¿Un estudio de Arquitectura? – dijo Azucena sorprendida -. La verdad es que nunca me lo hubiese imaginado.
- ¿Y eso?
- Siempre te vi como un trabajador pero no como un emprendedor. Estaba seguro que serías un buen arquitecto técnico pero no te veo como jefe. Eres demasiado bueno.

Luís esbozó una tímida carcajada un tanto culpable. Como si aquel piropo le pusiese en un aprieto. Azucena mantenía su costumbre de observar fijamente. Disfrutar de sus verdes ojos era encantador pero podía llegar a incomodar.

- Pues la verdad – rompió el silencio Luís, parpadeando y mirando su refresco -, es que no se me ha dado mal. Gané dinero y lo reinvertí aceptablemente en el negocio. Ahora, a pesar de la crisis, he gestionado bien los recursos y en la empresa sigue entrando trabajo.
- Siempre fuiste muy aplicado – interrumpió.
- ¿Y  tú?  ¿A qué te dedicas ahora? – cambió de tema Luís rompiendo otro incómodo silencio.
- Yo desde el divorcio todo me va bien. Mi ex me pasa una buena pensión, cuido de mi diablilla y acudir al GYM a diario es mi máxima obligación. Como ves, una vida cómoda.
- Vaya. No sabía que te divorciaste.
- Si – rió y su bella sonrisa dejó entrever unos preciosos dientes blancos perfectos -. La verdad es que me di cuenta de que no lo quería. Que aquello no tenía sentido. Todo iba bien pero era simplemente inercia, rutina – sus dientes se ocultaron al igual que cambió su gesto -.  Lo mejor para los dos era dejarlo.
- ¿Incluso con una hija en común?
- Estás anticuado Luís. Ese pensamiento es de la época de nuestros padres. La familia actual tiene matrimonios fallidos a la espalda, hijos que no son tuyos y una separación de bienes firmada por los respectivos abogados. No hay por que continuar sino te gusta.
- No se. Suena un poco extraño. Frío quizá. Parece que hables de cambiar de coche. O como cuando teníamos quince que cambiábamos de novia como de camisa.
- Luís, Luís. En este aspecto no me sorprendes. Sigues siendo el mismo entrañable tonto. ¿Acaso piensas que tu matrimonio está basado en el amor?
- No se por qué dices eso. Por supuesto – dijo firme -. Llevo diez años casado, dos niñas y no recuerdo la última vez que discutí con mi mujer. Nos entendemos, tenemos nuestro espacio.
- Sigues sin entenderlo carinyet – dijo Azucena con otra sonrisa, esta un tanto educadora -. En ese razonamiento no has pronunciado la palabra amor.
- Bueno – alzó un poco la voz Luís seriamente -. La rutina siempre hace que se pierda un poco la chispa pero no por ello tienes que echar por la borda algo que funciona. Tus hijos, tu vida.
- Eres un iluso Luís – dijo con desden Azucena -. Tú me propusiste quedar a tomar algo cuando nos encontramos casualmente. Estoy segura de que no le has dicho nada a tu mujer.

Luís alzó la cabeza con inquietud. Miró a Azucena intentando no apartar la mirada. Pero sus ojos se sacudían  de derecha a izquierda sin control. Acompañado de múltiples parpadeos. No sabía que decir, que tema sacar, como rebatirlo. Esta vez era un silencio palpablemente incómodo

- Seguramente ella también esté acompañada ahora mismo – remató Azucena en voz baja mientras sorbía su café.
- ¿Pero de qué vas tía? ¿Qué coño te pasa?

Luís no alzó la voz pero sus palabras fueron firmes. Su gesto era severo y vasto torciéndose su habitual media sonrisa hacia una fea mueca. Esta vez si que miraba a los ojos  y éstos reflejaban decepción y algo similar al odio.

- Perdona – dijo Azucena retirando su mirada y depositando sutilmente su café en la mesa – quizá estoy vomitándote mis fantasmas y mis decepciones. No quería ofenderte.
- En eso tú tampoco has cambiado. Se te sigue fundiendo el fusible.
- Te pido perdón otra vez Luís – dijo tras otro silencio y la mirada girada de Luís -. Eres lo mejor que he conocido y estoy seguro que haces muy feliz a tu mujer. Yo lo fui durante el tiempo que estuve contigo y quizá esa envidia es lo que me ha hecho decirte eso.
- No pasa nada.

Los piropos de Azucena no parecieron hacer mella y  sacar un tema de conversación. El silencio se mantenía mientras Luís apuraba su refresco y dirigía su mirada sin mover la cabeza hacia un punto perdido de aquella terraza. Quizá a segundos de pedir la cuenta y largarse.

- ¿Sigo siendo una víbora? – Sonrió Azucena - ¿Verdad?

Luís retomó la mirada a los ojos de su acompañante. Movió su cabeza levemente y mostró una sonrisa. Azucena le correspondió con una risita mostrando sus blancos y perfectos dientes.

- Sigues siendo la mejor…

Luís salía con su peor cara del juzgado. Se sentía como uno de esos jugadores de poker el cual ha sido desplumado sin darse cuenta. La diferencia es que él ni sabía que aquello era una partida ni la había buscado. Su abogado le aconsejó que no llegase a ese punto. Que firmase el acuerdo de separación. El azar, como él lo llamó, del juez podría llevarle a la peor de las conclusiones. Efectivamente así había sido. En estos momentos su mujer sin haber pisado nunca el estudio de arquitectura poseía la mitad. Seguramente ni sabía la dirección exacta. Eso le dolía. Lo había levantado desde la nada. Allí se habían formado buenos trabajadores, se había ganado dinero y se sobrevivió a la peor de las crisis en el sector. Ahora todo sería una incógnita. Si su exmujer vendía su parte quizá fuese el fin. Extrañamente le dolía aquello más que la custodia de sus dos hijas. Sabía con certeza que estarían bien con su madre. Continuaban en su entorno, en su casa, en el mismo colegio y la única pieza que cambiaba era él. Salía de la ecuación y sólo las vería como padre de fin de semana o como cajero de su ex. Incluso tener que mal vender su LEXUS o pagar la hipoteca donde viviría su mujer era algo menor. Todo se fue a la mierda. Quizá por culpa de aquella conversación con Azucena. A diferencia de lo que podría parecer Azucena  no le encendió la chispa acerca de la posibilidad de que su mujer le pusiese los cuernos. Luís decidió buscar esa palabra. Amor, y matar aquella otra. Rutina. Fue a esperarla a media mañana a su trabajo. A darle una sorpresa. Con un ramo de rosas, una reserva en un buen restaurante y con posibilidad de ir a por el tercer hijo (a ver si era varón).
Dispuesto a encender aquella chispa que diez años casi habían apagado. Entonces la vio subir en aquel todoterreno, con aquel tipo. Lo demás ya es historia. Un divorciado más para las estadísticas.
Por un momento pensó que podía haber vivido con aquel engaño. Con su rutina de Lunes a Viernes, con su polvo mensual, con las reuniones de profesores y su cerveza de los domingos con los amigos viendo el fútbol. Ahora daba igual. Ya no importaba.
Lo que no supo es cuando empezó. Desde qué día su mujer decidió engañarlo. Qué hizo mal. ¿El amor quizá? Esa mierda que se ponía como excusa para hacer lo mas bajo y lo más horrible y que todo lo justificaba.
Bajo el sol de aquel día de primavera se dirigió a la parada de metro. Echaba de menos su viejo Golf plateado. Recordaba lo punzante que fue venderlo cuando su mujer le dijo que estaba embarazada de su primera hija. Con suerte, si buscaba entre muchos papeles encontraría el actual dueño. ¿Sería una locura volver a comprarlo?
Todos sus absurdos pensamientos y dolorosos recuerdos se cortaron de raíz. Oyó su nombre desde enfrente de la calle. Podrían haber mil Luises en aquella calle pero esa entonación y ese tono de voz lo conocía, le resonaba todas las mañanas desde hacía algún tiempo. Azucena, con un vestido negro, preciosa y alzando la mano para que la viese sonreía.
Cruzar o entrar a la boca del Metro. Una buena pregunta. Algo en su interior sabía la respuesta. La conocía desde el momento que Azucena se sentó para compartir un café en aquella terraza.

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