- ¿Un estudio de Arquitectura? –
dijo Azucena sorprendida -. La verdad es que nunca me lo hubiese imaginado.
- ¿Y eso?
- Siempre te vi como un
trabajador pero no como un emprendedor. Estaba seguro que serías un buen
arquitecto técnico pero no te veo como jefe. Eres demasiado bueno.
Luís esbozó una tímida carcajada
un tanto culpable. Como si aquel piropo le pusiese en un aprieto. Azucena
mantenía su costumbre de observar fijamente. Disfrutar de sus verdes ojos era
encantador pero podía llegar a incomodar.
- Pues la verdad – rompió el
silencio Luís, parpadeando y mirando su refresco -, es que no se me ha dado
mal. Gané dinero y lo reinvertí aceptablemente en el negocio. Ahora, a pesar de
la crisis, he gestionado bien los recursos y en la empresa sigue entrando
trabajo.
- Siempre fuiste muy aplicado –
interrumpió.
- ¿Y tú? ¿A
qué te dedicas ahora? – cambió de tema Luís rompiendo otro incómodo silencio.
- Yo desde el divorcio todo me va
bien. Mi ex me pasa una buena pensión, cuido de mi diablilla y acudir al GYM a
diario es mi máxima obligación. Como ves, una vida cómoda.
- Vaya. No sabía que te
divorciaste.
- Si – rió y su bella sonrisa
dejó entrever unos preciosos dientes blancos perfectos -. La verdad es que me
di cuenta de que no lo quería. Que aquello no tenía sentido. Todo iba bien pero
era simplemente inercia, rutina – sus dientes se ocultaron al igual que cambió
su gesto -. Lo mejor para los dos era
dejarlo.
- ¿Incluso con una hija en común?
- Estás anticuado Luís. Ese
pensamiento es de la época de nuestros padres. La familia actual tiene
matrimonios fallidos a la espalda, hijos que no son tuyos y una separación de
bienes firmada por los respectivos abogados. No hay por que continuar sino te
gusta.
- No se. Suena un poco extraño. Frío
quizá. Parece que hables de cambiar de coche. O como cuando teníamos quince que
cambiábamos de novia como de camisa.
- Luís, Luís. En este aspecto no
me sorprendes. Sigues siendo el mismo entrañable tonto. ¿Acaso piensas que tu
matrimonio está basado en el amor?
- No se por qué dices eso. Por
supuesto – dijo firme -. Llevo diez años casado, dos niñas y no recuerdo la
última vez que discutí con mi mujer. Nos entendemos, tenemos nuestro espacio.
- Sigues sin entenderlo carinyet
– dijo Azucena con otra sonrisa, esta un tanto educadora -. En ese razonamiento
no has pronunciado la palabra amor.
- Bueno – alzó un poco la voz
Luís seriamente -. La rutina siempre hace que se pierda un poco la chispa pero
no por ello tienes que echar por la borda algo que funciona. Tus hijos, tu
vida.
- Eres un iluso Luís – dijo con
desden Azucena -. Tú me propusiste quedar a tomar algo cuando nos encontramos
casualmente. Estoy segura de que no le has dicho nada a tu mujer.
Luís alzó la cabeza con
inquietud. Miró a Azucena intentando no apartar la mirada. Pero sus ojos se
sacudían de derecha a izquierda sin
control. Acompañado de múltiples parpadeos. No sabía que decir, que tema sacar,
como rebatirlo. Esta vez era un silencio palpablemente incómodo
- Seguramente ella también esté
acompañada ahora mismo – remató Azucena en voz baja mientras sorbía su café.
- ¿Pero de qué vas tía? ¿Qué coño
te pasa?
Luís no alzó la voz pero sus
palabras fueron firmes. Su gesto era severo y vasto torciéndose su habitual
media sonrisa hacia una fea mueca. Esta vez si que miraba a los ojos y éstos reflejaban decepción y algo similar
al odio.
- Perdona – dijo Azucena
retirando su mirada y depositando sutilmente su café en la mesa – quizá estoy
vomitándote mis fantasmas y mis decepciones. No quería ofenderte.
- En eso tú tampoco has cambiado.
Se te sigue fundiendo el fusible.
- Te pido perdón otra vez Luís –
dijo tras otro silencio y la mirada girada de Luís -. Eres lo mejor que he
conocido y estoy seguro que haces muy feliz a tu mujer. Yo lo fui durante el
tiempo que estuve contigo y quizá esa envidia es lo que me ha hecho decirte
eso.
- No pasa nada.
Los piropos de Azucena no
parecieron hacer mella y sacar un tema
de conversación. El silencio se mantenía mientras Luís apuraba su refresco y
dirigía su mirada sin mover la cabeza hacia un punto perdido de aquella
terraza. Quizá a segundos de pedir la cuenta y largarse.
- ¿Sigo siendo una víbora? –
Sonrió Azucena - ¿Verdad?
Luís retomó la mirada a los ojos
de su acompañante. Movió su cabeza levemente y mostró una sonrisa. Azucena le
correspondió con una risita mostrando sus blancos y perfectos dientes.
- Sigues siendo la mejor…
Luís salía con su peor cara del
juzgado. Se sentía como uno de esos jugadores de poker el cual ha sido
desplumado sin darse cuenta. La diferencia es que él ni sabía que aquello era
una partida ni la había buscado. Su abogado le aconsejó que no llegase a ese
punto. Que firmase el acuerdo de separación. El azar, como él lo llamó, del
juez podría llevarle a la peor de las conclusiones. Efectivamente así había
sido. En estos momentos su mujer sin haber pisado nunca el estudio de
arquitectura poseía la mitad. Seguramente ni sabía la dirección exacta. Eso le
dolía. Lo había levantado desde la nada. Allí se habían formado buenos
trabajadores, se había ganado dinero y se sobrevivió a la peor de las crisis en
el sector. Ahora todo sería una incógnita. Si su exmujer vendía su parte quizá
fuese el fin. Extrañamente le dolía aquello más que la custodia de sus dos
hijas. Sabía con certeza que estarían bien con su madre. Continuaban en su
entorno, en su casa, en el mismo colegio y la única pieza que cambiaba era él.
Salía de la ecuación y sólo las vería como padre de fin de semana o como cajero
de su ex. Incluso tener que mal vender su LEXUS o pagar la hipoteca donde
viviría su mujer era algo menor. Todo se fue a la mierda. Quizá por culpa de
aquella conversación con Azucena. A diferencia de lo que podría parecer
Azucena no le encendió la chispa acerca de
la posibilidad de que su mujer le pusiese los cuernos. Luís decidió buscar esa
palabra. Amor, y matar aquella otra. Rutina. Fue a esperarla a media mañana a
su trabajo. A darle una sorpresa. Con un ramo de rosas, una reserva en un buen
restaurante y con posibilidad de ir a por el tercer hijo (a ver si era varón).
Dispuesto a encender aquella chispa que diez años casi habían apagado. Entonces
la vio subir en aquel todoterreno, con aquel tipo. Lo demás ya es historia. Un
divorciado más para las estadísticas.
Por un momento pensó que podía
haber vivido con aquel engaño. Con su rutina de Lunes a Viernes, con su polvo
mensual, con las reuniones de profesores y su cerveza de los domingos con los
amigos viendo el fútbol. Ahora daba igual. Ya no importaba.
Lo que no supo es cuando empezó.
Desde qué día su mujer decidió engañarlo. Qué hizo mal. ¿El amor quizá? Esa
mierda que se ponía como excusa para hacer lo mas bajo y lo más horrible y que
todo lo justificaba.
Bajo el sol de aquel día de
primavera se dirigió a la parada de metro. Echaba de menos su viejo Golf
plateado. Recordaba lo punzante que fue venderlo cuando su mujer le dijo que
estaba embarazada de su primera hija. Con suerte, si buscaba entre muchos
papeles encontraría el actual dueño. ¿Sería una locura volver a comprarlo?
Todos sus absurdos pensamientos y
dolorosos recuerdos se cortaron de raíz. Oyó su nombre desde enfrente de la
calle. Podrían haber mil Luises en aquella calle pero esa entonación y ese tono
de voz lo conocía, le resonaba todas las mañanas desde hacía algún tiempo.
Azucena, con un vestido negro, preciosa y alzando la mano para que la viese
sonreía.
Cruzar o entrar a la boca del
Metro. Una buena pregunta. Algo en su interior sabía la respuesta. La conocía
desde el momento que Azucena se sentó para compartir un café en aquella
terraza.

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