Aquí dejo mi ejercicio de percepción. A tiempo esta vez (el de la carta ni siquiera lo entregué y se me ha quedado ahí la espinita...). Lo he transcrito tal cual, por no mentir diré que he sustituido una coma por puntos suspensivos y he recolocado un par de comas. También comentar que he tenido un pequeño lapsus mental y en el texto hablo todo el rato de evocar cuando la cosa iba de percepción. Y poco más, esto es lo que ha salido...
Menudas horas para venir. No había otro momento en el día,
otro día en la semana. El sol ya se ha ido y escribo medio en penumbra.
Esperaba encontrarlo todo más vacío, la verdad, sin embargo, el cauce está a
rebosar de gente. Familias con niños, parejas de enamorados… se nota que ya ha
llegado la primavera, que los días alargan y apetece salir a la calle hasta
bien tarde y más un sábado.
¿Que qué me evoca el entorno? Pues la verdad, no sé muy
bien, he llegado deprisa y corriendo y aun no he conseguido poner el modo
evocación ON, vamos a darle unos minutos.
De camino hacia aquí, al bajar por las escaleras, me he
cruzado con una niña que le hablaba a su padre de unos colmillos situados justo
al lado del Palau. Sí, colmillos. Los he mirado y realmente lo parecían, esa
tira de farolas blancas alineadas al borde del río. Por un momento he deseado
volver a tener la edad de esa niña. Ellos tienen el “sentido” de la evocación
mucho más activado que nosotros ¿por qué será? ¿acaso se nos va atrofiando con
el paso del tiempo? ¿acaso perdemos la imaginación? ¿la capacidad de
sorprendernos?
La señera ondea suavemente en lo alto del Palau, no soy una
persona muy patriótica, ni de banderas pero me gusta esa bandera. Ondea suavemente
como queriendo acariciar al viento. Viento que a su vez le devuelve esa misma
caricia, suave, acompasada, son dos enamorados más en esta noche primaveral.
Dos amantes que bailan al son de la música que se escapa por las vidrieras del
Palau. A escondidas en la azotea, donde creen no ser vistos. La gente pasa y no
les presta atención. Ellos no lo saben pero desde un rincón mis ojos los miran
celosos, deseosos de que ese baile de caricias fuera para mi. Por suerte está
oscuro, estoy lejos entre las palmeras y están demasiado enfrascados en ese
momento tan especial. Por suerte no seré la culpable de romper la magia de un
momento tan íntimo.
Más abajo la fuente con sus chorros gorgotea, totalmente
ajena a los dos enamorados. Como una jauría de niños revoltosos jugueteando con
el agua. Y justo en este momento en el que soy consciente de ellos y empiezo a
mencionarlos, paran en seco, es hora de irse a dormir.
Así que vuelvo a evadirme con el vals que se sigue bailando
en el tejado. Para ellos el reloj ya no existe, seguirán bailando y
acariciándose durante horas tal y como lo hacían antes de que yo llegara y como
lo seguirán haciendo cuando me vaya. Llegó la hora, los dejo a solas con su
canción.
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