Vaya una tarde que he escogido. Si querías que te contara
algo bonito, haber venido tú. Acabo de llegar y no veo el momento de salir
corriendo. Casi no he podido cruzar a la otra orilla. Ni te imaginas la fuerza
del viento. ¿Qué quieres arrasar con todo? Le he gritado. Pero el lugar de
amainar me ha abofeteado con un puñado de arena. Supongo que no es otra cosa
que naturaleza desatada. Como en aquella escena de la película que vimos la
semana pasada. No me gustó nada, pero claro, ya sabes que no me encuentro bien
en espacios tan abiertos. Por eso me cabrea estar haciendo ésto. Para que veas
que yo sí cumplo. Tengo que confesarte que estoy de mal humor; no es culpa
tuya, en realidad no es culpa tuya. Sucede como cuando dos nubes chocan y se
lanza un trueno que despierta al espacio y lo paraliza de miedo. Lo mismo,
ahora, aquí. El momento es tan intenso que siento el palpitar de la tormenta.
Se acerca. En efecto, mira, ya empieza a llover. Estoy quieto, sentado junto a
este lago y aguanto como puedo el viento huracanado que hace saltar gotas de
agua al cuaderno. De verdad que quiero contarte lo bonita que es la tarde, pero
no puedo. Es un esfuerzo sujetar las hojas del cuaderno y, al tiempo, cubrirme
la cabeza. No puedo, de verdad. Noto como la tormenta, grandiosa, arrastra todo
lo que encuentra; lo mismo una de las columnas de la glorieta que mi cara. Ha
oscurecido de repente. La lluvia arrecia y una nube, tenebrosa, acecha el
jardín. Tengo la certeza de que viene por mí. Me vas a perdonar, aunque quizás
no te lo diga, pero voy a guarecerme en el hinvernadero. Ya sé que no se
trataba ésto, pero me estoy empapando. Para que veas cúanto te quiero. Por que
esto lo hago por nuestro compromiso, recuérdalo. ¡Con los buenos días pasados y
he tenido que escoger la tarde del diluvio! Desde detrás de los cristales
reconozco a la tormenta, poderosa. Ella también está de mal humor. Se mueve rápida
pero caótica, como un elefante herido. ¿Recuerdas ese ensayo de la naturaleza
imitando al posible hombre? Sí, la tormenta me busca y se solidariza conmigo,
con este humor que se ha apoderado de mí. Ahora la comprendo. Tú no tienes la
culpa, se trata de otra cosa. Es algo que tarde o temprano tenía que salir a
flote. Algo que el paso de la tormenta ha removido en el fondo del lago y que
se percibe como una mancha arrisada en la superficie del agua. Podría haber
escogido otro día para hacerlo pero ha sido hoy y duele lo mismo que cura. Es
posible que la revelación lo merezca todo.
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