lunes, 31 de marzo de 2014

ESCENARIO DESDE EL PALAU

A la izquierda un grupo de madres habla entre ellas vigilantes de sus pequeños que patinan como un soltero ebrio un sábado por la noche, otros juegan con una pelota azul. A la derecha un grupo de adolescentes se ejercita con unas tablas con ruedas haciendo cabriolas y malabares. En el centro un rectángulo muy grande que forma un estanque artificial. Un espacio amplio queda delante, lo atraviesan grupos de ciclistas, ciclistas solitarios, grupos de corredores, corredores solitarios y algún que otro paseante. Todo el lugar lo circunda un grupo de palmeras como un público desgarbado, sorprendido y sin peinar.

Una señora mayor cruza el escenario muy despacio de izquierda a derecha. Con el brazo izquierdo se apoya en un bastón, con el brazo derecho se apoya en el brazo de un hombre delgado de mediana edad que parece un palo con ropa de domingo. Viste americana de cuadros pasada de moda y unos pantalones marrones muy anchos, lleva unas gafas de pasta gruesas y su mirada se adivina rígida y distante, no es capaz de desviar la mirada del frente girando la cabeza. No sé si sus zapatos están lustrosos, me lo puedo imaginar.

A dos niños se les escapa la pelota azul que va poco a poco rodando a los pies de la señora, esta la aparta con el bastón con una especie de energía reservada para ciertas ocasiones; nadie lo diría debido a su aspecto. Después se gira hacia su bastón-hijo, porque seguro que es un hijo, y le dirige unas palabras, inaudibles desde mi posición de espectador. El bastón-hijo no altera ni su posición firme ni su rígido avance hacia adelante mientras su madre continúa hablando.

Tres ciclistas atraviesan el lugar cerca de ellos. La madre los señala con el bastón y lo vuelve a apoyar en el suelo con un movimiento enérgico, nadie lo diría debido a su aspecto. No para de hablar. El bastón-hijo continúa rígido avanzando pasito a pasito, tan solo veo que mueve la cabeza asintiendo a lo que dice su madre.

Poco a poco llegan al lugar donde los adolescentes ensayan acrobacias con tablas con ruedas. En un momento, varios de ellos los rodean y esquivan a cierta velocidad haciendo eses y dando algunos saltos en el aire para volver a caer sobre la misma tabla móvil. La madre se para, al bastón-hijo le coge de sorpresa, y levanta el bastón y lo mueve en el aire como un signo de amenaza. Después se vuelve hacia su bastón-hijo y le dirige unas palabras con gestos enérgicos, quién lo diría debido a su aspecto. El bastón-hijo gira la cabeza, por primera vez desde que los vi, y mira directamente hacia la posición donde me encuentro. Yo creo que me ha visto, que adivina lo que escribo. Se levanta una ráfaga de fuerte viento primaveral, parece que las palmeras inclinan sus rastas en señal de asombro o curiosidad.

Recuerdo que de niño cuando en el pueblo tomábamos la fresca en la calle los días de verano, casi ya al anochecer, el carnicero, que era también pastor de su propio rebaño, volvía del establo con un cordero atado por las patas encima de una carretilla. En el momento en que el animal me miraba, yo tenía la impresión de que adivinaba mis pensamientos y como consecuencia sabía que iba camino de la muerte.

El bastón-hijo me sostiene la mirada unos segundos, ya se han acercado lo suficiente al lugar donde yo me encuentro como para poder comprobarlo. Y, sí, puedo constatar que lleva los zapatos muy lustrosos.

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