Las carta
Son las 19:56 del primer jueves de marzo, parece que acaba ya el taller de narrativa, pero no.
Me proponen un nuevo ejercicio - Piensa en una carta- y me enseñan algunas otras para hacerme una idea de por dónde debo empezar a imaginar, e imagino.
Mi árbol ocupa las tres cuartas partes del rectángulo que es la carta. Tiene un tronco rotundo y enrevesado, como el de una Dracena draco, pero no es una de ellas. El color del tronco también es gris (no sé hasta qué punto el verlo todo gris en esta carta imaginaria deberÃa empezar a preocuparme, ¿Estaré al borde de una depresión o no deja de ser algo fortuito?). No es el gris lo que me atrae sino lo complicado de su estructura que, además de parecer una filigrana, me lleva a pensar que probablemente esconda en sus grietas algún roedor y muchos bichos.
Lo realmente importante de mi carta, sin embargo, es su copa. Grande y frondosa, casi elÃptica, irregular y de color verde. En este caso el verde es verde, no tiene nada gris, pero como la ilustración parece que esté cubierta de una pátina o llena de niebla, no acaba de ser un verde vivo. No distingo las hojas. No sé si son en forma de abanico, como las del Ginkgo biloba o aciculares como las de un convencional pino. La cuestión es que forman un todo macizo, como una nube de esas que parecen algodón de azúcar, pero de color verde y con multitud de matices. Colgando de las ramas del árbol hay varias cosas, todas de diferentes colores, aquà ya no se ve gris.
Como es una carta imaginaria y la imaginación muchas veces te lleva por donde ella quiere y no por donde tú pretendes, de repente, para ver mejor los objetos que cuelgan del árbol, la imagen se acerca, asà que puedo ver mejor los objetos, y me doy cuenta de que hay una trompeta de color rosa palo y una cometa de color azul cobalto, también hay unas zapatillas que se parecen mucho a las que suele llevar mi yaya RosalÃa últimamente y un sombrero. Todo cuelga separadamente y durante los pocos minutos que me dejan para imaginármela, he llegado incluso a buscar el sentido que para mà pueden tener todos esos objetos colgados de un árbol…no lo encuentro.
Ha acabado el tiempo que podÃa dedicar a pensar en mi carta imaginaria y entonces, con la carta real boca abajo entre mis manos, prosigue el juego
-Da la vuelta a tu carta y observa la imagen-
Le doy la vuelta. Me sorprende, incluso me asusta un poco. Es completamente distinta de lo que me habÃa imaginado.
Mi carta real es negra (lo que me ha hecho pensar de nuevo en mi estado de ánimo). El negro ocupa todo el rectángulo de la cartulina. El impacto inicial al verla es consecuencia
directa de lo tenebrosa que me ha parecido a primer golpe de vista. Al fijarme descubro un óvalo claro a un lado del rectángulo y en él una cara, o más bien una carita. Es un rostro delicado, de facciones suaves, ojos pequeños y cerrados, mejillas sonrojadas y labios que forman una leve sonrisa. La oscuridad circundante no es otra cosa que su propia melena. Ondulada, de pelo agradecido (como dirÃa mi madre, ni liso ni rizado, agradecido). Cuanto
más me fijo en ella, más me gusta.
Busco encontrar puntos en común entre las dos imágenes para poder hilar una historia que contar. Quizás el único nexo al que puedo acudir es el de la forma del tronco de mi árbol imaginario y la disposición de la melena de la chica delicada, pero no me convence. Si fuerzo la cosa, podrÃa llegar a conectar los colgantes objetos imaginarios con la niña…pero
por el momento, tampoco lo veo factible.
Y de repente me ha venido a la cabeza el recuerdo de una fotografÃa antigua. Una imagen en gama de grises, oscura pero tierna, con unas treinta niñas de no más de seis o siete años, dispuestas en cuatro filas y todas mirando a la cámara. A un lado, una señora que debe ser la profesora. Las niñas, seguro que no iban vestidas de negro ni tampoco de gris, pero las limitaciones de la época no permiten distinguir los colores de sus vestidos. La foto es otro rectángulo y en uno de sus extremos, vuelve a aparecer un rostro, uno que destaca de los del resto de las niñas. Es una carita redonda y clara que, en este caso, presenta unos ojos abiertos, muy despiertos y ante todo, penetrantes. El contraste de la cara con lo lúgubre de la fotografÃa tiene una cierta relación con la carta real que me ha tocado.
Entonces, encuentro la conexión. Es apenas una hebra, no es un vÃnculo rotundo, y estoy segura de que habrá quien lo tache de ocasión forzada, pero me hace gracia haber llegado hasta este punto, pues resulta que la niña de unos seis años de carita blanca y ojos penetrantes (que ahora sé que son verde claro) no es otra que mi yaya RosalÃa, la de las zapatillas colgantes de la copa del árbol verde de mi carta imaginada.
Con respecto a la trompeta, la cometa y el sombrero, no tengo mucho más que contar. Que yo sepa, la señora RosalÃa nunca ha tocado la trompeta, ni es voladora profesional de cometas aunque seguro que algún que otro sombrero habrá tenido que ponerse en su vida.
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