martes, 28 de enero de 2014

GUIÓN- CÓCO




UNA PASTORA LLAMADA COCO

Cóco era una pastora pequeña que contaba con dos años, y que junto con otros de su raza y el dueño del rebaño paseaban a las ovejas como tantos otros días por el pueblo. Cóco no se podía ni imaginar que ese día le iba a deparar el destino.
- Fuit fiuuu –silbaba un perro callejero a Cóco que en ese momento cruzaban una de las calles del pueblo.
- Perro sarnoso te están llamando –le decía una de las ovejas
- Cálla peluda y ve con las otras.
- fiut fiuuu – volvía a silbar el perro a Cóco.
Era la época de celo y Cóco nunca se había relacionado con otros perros que no fueran de la manada. Aquel negro canijo con pelo rizado cantarín le picaba la curiosidad. Se paró un momento. Le Miró a él y luego a la manada “bueno, iré a saludarle un momento y regresaré a mi trabajo” pensó Cóco.
- Ven aquí nena, y verás que bien lo pasaremos.
- Ah no, espera, tú no vas a olisquear aún mi culo. Primero quiero saber cómo es tu hocico.
- Ven nena –decía el negro canijo subiéndole al lomo.
- Espera, es demasiado pronto.
Entre juego y juego los minutos pasaron. Se convirtieron en horas y cuando los juegos cesaron Cóco se vió sola. Buscando al rebaño y deambulando por las calles del pueblo de un martes de verano ya oscurecido. Sin rumbo fijo. Esquivando aquellos monstruos de metal con ruedas. En aquel día las vicisitudes no se habían acabado. Los niños con la merienda entre las manos jugaban por la calle. En su inocente crueldad le tiraban piedras para asustarla, y en el peor de los casos cogían un palo haciendo ruido en el suelo y yendo detrás de ella para pegarle. Cóco corría despavorida. Al llegar la noche se refugió en la esquina de un gran portal. Daban las 12 campanadas. El silencio se hacia presente.
El alba despuntaba. Alguien que abría la puerta de la gran mansión le gritaba cosas que no entendía asustándola. Ese miércoles había mucho movimiento. Llegaban monstruos de metal por doquier y en donde se descargaban cosas que iban ocupando la calle. Unos la increpaban y otros le daban un puntapié. Estaba justamente en el corazón del mercado del pueblo. Aquellos humanos no eran muy amables con ella que digamos. De repente Un humano joven y una humana no muy mayor se colocaron delante de ella mirándola fijamente. Cóco andaba hacía atrás hasta que se vio atrapada ante una e las esquinas de la calle.
- Ven –decía Nieves dulcemente.
Javier llevaba una cuerda en la mano en forma de soga. Cóco no sabía hacia dónde mirar pues por un lado tenía a uno y por el opuesto al otro. Javier en un descuido le hecho la soga y Cóco en cuanto descubrió aquello tan extraño para ella en el cuello se agarró fuertemente al suelo enseñando los dientes a aquellos humanos que no sabía que querían de ella.
- ¡Queréis soltarme! –decía Cóco gruñendo.
Cóco sacudía la cabeza con brusquedad a derecha e izquierda pero los movimientos que hacía la estaban ahogando cada vez más. Pronto comenzó a comprender que si dejaba de forcejear no se ahogaba. Si seguía el movimiento del cordel tampoco y aunque con desgana y forzada comenzó a andar en la dirección que le marcaban. La hicieron entrar dentro de una gran casa con habitaciones a la parte izquierda y comedor que abarcaba toda la entrada. Un patio de luz se vislumbraba también al entrar en la parte opuesta. Cóco nada más entrar se quedó mirando a aquellos humanos clamando caridad. Javier se arrodilló a la altura de Cóco y le quitó el cordel. Cóco al verse libre echó a correr para esconderse. Entró en la primera habitación que encontró con la puerta abierta refugiandose de todo y de todos. Madre e hijo se miraron.
- Mamá déjala lo que le pasa es normal. Una Pastora es difícil de hacerla entrar en normas como otros animales.
Cóco se había metido debajo de la cama de Susana y desde ahí podía escuchar y ver lo que ocurría por la casa. La habitación de la niña era la última de la casa. Daba mitad al patio y mitad hacia el interior de la misma.
Susana entró como siempre llamando a gritos a su madre, dando pequeños saltos riendo y gritando con movimientos rápidos.
- Siéntate Susana quiero decirte algo.

Susana dejó la mochila en el suelo, modosita y atenta pensando en lo que había hecho mal. Se sentó en la mesa de la cocina con las manos juntas entre las piernas y la mirada baja. Sin dejar de observar las cerezas, corazones y demás dibujos de distintos colores del mantel de la mesa.

- Nena no has hecho nada, al contrario.

Nieves se sentó al lado de su hija junto con dos tazas de cola-cao. Acariciaba el pelo de Susana mientras le relataba todo lo sucedido esa mañana.
La euforia de los 7 años se hizo latente cuando escuchó las palabras mágicas de “esta en tu habitación” salió corriendo de la cocina hacia su dormitorio. Se sentó en forma de buda en el suelo al lado de la cama y levantó la falda del cubre asomando su larga cabellera rubia. Se encontró con unos ojos de mirada dulce. Enseñando los dientes al propio tiempo.
- ¡Mamá! – dijo gritando Sandra- este perro es malo.
- No Sandra, sólo esta asustada y se llama Cóco.

El timbre de voz de Sandra cambió llegando al corazón de Cóco.

- Ven bonita. No te haré nada.

Cóco salió de debajo de la cama haciendo muecas en la boca como si estuviera masticando un chicle. Poco a poco se colocó al lado de Sandra y se arrebujó contra ella.


- No me pegues -decía Cóco a Sandra haciendo esas muecas en la boca.
- No te preocupes Cóco yo te querré mucho. Jamás te abandonaré o te pegaré. Debes haber sufrido mucho.

Mientras decía esto en susurros acariciaba la cabeza y el pelo de Cóco como minutos antes lo hacía su madre con ella.
Los problemas comenzaron a surgir esa primera noche. Cóco era un perro pastor libre, y como tal en cuanto todos se fueron a dormir y el silencio se apoderó en la noche ella salió de su escondite y haciendo carrerilla con las patas delanteras daba estridentes golpes en la puerta principal. José se levantó diciendo cosas entre los dientes y con la escoba en mano sacó a la fuerza a Cóco de debajo de la cama de Susana. Cóco gruñía y Jòse no cesó en su empeño empujándola al patio y mostrándole su lugar para dormir. Susana observaba esto con ojos húmedos. La naturaleza de Cóco le pasaba factura todas las noches. Había transcurrido ya un mes y Cóco aún empujaba la puerta del patio a golpes. La única que aguantaba todo esto sin quejas era Susana. Por el día Cóco se sentía protectora de Susana y cuando la niña llegaba de clase siempre estaba a su lado.

- ¡Quiero jugar amita! –decía Cóco dando saltitos
- Déjame ahora Cóco tengo que merendar.
- ¡Dame un poco de tu merienda!
- Toma –decia Susana con ritintin- y no me pidas más.
De nuevo cuando llegaba la noche el mismo tormento, hasta que un día enfadados Jóse y Nieves, en cuanto vieron que Javier se había ido al Instituto y Susana al colegio, cogieron a Còco le colocaron un collar y por la fuerza la subieron al coche. Cóco ladraba y forcejeaba:
- ¿Qué vais a hacer conmigo? ¿A dónde me lleváis?
Llevaron a Cóco a un chalet ubicado en una zona de sierra junto a otros perros. La familia López estuvo hablando con un señor de pelo corto y canoso, piel curtida por el sol y que hablaba poco. Cóco liberado de ataduras sin moverse observaba como conversaban los tres humanos. Vio al matrimonio que sin dirigirle una mirada, una palabra, o un gesto se subían al coche y se marchaban tras una puerta vallada que cerraba y sellaba el recinto.

- ¡Esperadme!
Cóco se paró en seco. El hombre de canas le colocó delante del cuerpo un bastón que llevaba en las manos cerrándole el paso y mirándola fijamente. Una mirada que la dejo petrificada en el suelo. En cuanto el señor de canas se dio la espalda y la dejó sola, ésta empezó a dar vueltas por la valla. Corría de aquí para allá, mientras el señor de canas a lo lejos echaba un vistazo, moviendo la cabeza y la mandíbula a derecha e izquierda. Segundos más tarde se volvió a sus quehaceres y se olvidó de ella. Cóco de repente cesó de moverse, cogió carrerilla, y…

- ¡Por Aquí!. Pronto estaremos juntos amita.
Y saltó.
- ¡Libre! –gritaba ladrando.
El matrimonio llegó a casa sin saber qué le dirían a Susana en cuanto regresara de la excursión al zoo de ese viernes. A Javier le contaron la verdad y éste no comentó nada, simplemente en silencio se comió el plato de arroz caldoso, y se marchó sin mediar palabra, ni dirigir mirada alguna hacia sus padres.
A las 6 de la tarde Susana subía la cuesta de la calle corriendo. Al llegar a la puerta se encontró a Cóco enrollada en una esquina. Cóco levantó la cabeza en cuanto escuchó a su amita. A dos patas se abalanzó sobre la niña ladrando como una loca. Así entraron en casa. Jóse salió del patio y Nieves de la cocina cuando escucharon los ladridos de Cóco. Las miradas se cruzaron, e inmóviles vieron una escena familiar.
- ¿Porqué Cóco estaba en la calle Mamá?
La madre no sabía qué decir por lo que Jóse cogió las riendas de la situación.
- Mamá se habrá dejado la puerta abierta sin querer y Cóco en un descuido habrá salido.

Nieves levantó las manos y los hombros mirando a Jóse. Susana ajena a todo se metió en la habitación con Cóco, saltando y riendo. El matrimonio se volvió a mirar en silencio, Jóse levanto los hombros, después sin mediar más palabras cada uno regreso a sus tareas.
Ese verano Cóco se ganó los corazones de toda la familia. A la hora de la comida o de la cena después de haberse zampado lo suyo se colocaba al lado de Susana, y con la pata le daba golpecitos en el zapato, la miraba a los ojos y…
- ¡Dame algo amita!
- Hay Cóco. Tú sabes como pedirme las cosas.
Luego iba a Javier y le hacía lo mismo, después a Jóse y por último a Nieves. Así siempre con cada comida o cena.
Susana sacaba a pasear a Cóco y ésta iba al paso de ella. Recorrían las calles unas veces andando otras corriendo.
El invierno llegó, y uno de esos días grises y ventosos que anunciaban tormenta llegó Jóse con la moto vespa. Un compartimiento en el asiento trasero estaba tapado con un saco. Dentro del mismo habían unos ojos negros, huidizos y legañosos que observaban temerosos. El cuerpo escuálido y tembloroso se hizo ver en cuanto Jóse con cuidado y mimo lo sacó. Era ya noche cerrada y todos estaban alrededor de la estufa de leña. Jóse lo colocó al calor y a la vista de todos.



- Se llamará Litri.
- Guau, que bien –dijo Susana- Otro. Pero papá esta muy enfermito.
- No te preocupes con la ayuda de todos lo sacaremos adelante.
Nieves su mujer no dijo nada pues recordaba que fue ella quien trajo a Cóco. Por supuesto Javier compartía la misma alegría que Susana. Salió corriendo hacia el patio para buscar un cuenco para ofrecer agua al nuevo huésped.
A pesar de todos los mimos y esmeros el Litri no levantaba cabeza. Apenas abría la boca ni para quejarse, ni tampoco para comer. Sólo quería beber y acurrucarse en cualquier rincón allí solito. Cóco se acercaba de vez en cuando un poco, pero nunca llegaba a él. El segundo día le acercó el hocico:
- Tienes que comer. Si te han elegido es porque te quieren.
- ¿Y mi hogar? –gemía y lloraba.
- Olvídate de él. Aquí vas a tener todo lo que necesitas y no estarás nunca solo. Me tienes a mí. Ahora a comer.
- ¡Come tú!
- Ya lo hago ¿No ves lo hermosa que estoy? todos me cuidan mucho.
La gordura de Cóco paso desapercibida hasta que llegó un día en el que en su camita rompió aguas en una noche de luna llena. Susana al escuchar los gimoteos de Cóco salió al patio. Cóco no cesaba de dar vueltas sobre su cuna, de lamerse y de gimotear. Nieves al levantarse a media noche para coger un vaso de agua vio luz en el patio y se acercó.

- ¿Mamá que le pasa a Cóco?
- Anda vete a la cama Susana y no te preocupes aunque la oigas. Va a tener un bebé.

Los ojos de Susana se abrieron de par en par y una gran sonrisa se dibujó en la boca al propio tiempo que saltaba diciendo:
- ¡Que chuli!

Nieves se lo comunicó a su marido Jóse
- Y el Litri que ha hecho.
- Nada tranquilo, él ni se inmuta.
- Pobre, Le va a costar remontarse.
- Bueno ahora vamos a ser familia numerosa dos hijos y tres perros.
- Y esperemos que la cosa quede ahí –dijo Jóse sarcásticamente mientras Nieves le miraba de reojo y asentía.
Al día siguiente el Litri salió de su cuna y comió un poco, ya empezaba a merodear por la casa y se dignó ha hacer una visita a Cóco, ésta con gruñidos le dijo.
- ¡Aléjate de aquí!
- Vale vale, no hace falta que me grites.

El júbilo en la casa era palpable. Todos estaban contentos y felices con la llegada del perro bebé al que le llamaron “Ada” a petición de Susana.
Los días pasaban y al Litri le salieron unos rizos negros y brillantes que lucía en sus correrías.
Sandra cuando llegaba del colegio se sentaba en el sofá, y tanto Cóco como el Litri y la Ada, iban corriendo peleándose entre si para ser el primero en recibir las caricias y los mimos. La Ada como era pequeñita en tamaño y no llegaba al sofá se levantaba a dos patas encima del lomo de Cóco. Mas tarde cuando Susana estudiaba Cóco se colocaba en la puerta del dormitorio de forma horizontal y no dejaba pasar a nadie:
- ¡Dejad tranquila a mi amita! –decía Cóco gruñendo-
De este modo la naturaleza de pastora que le salía a Cóco era satisfecha.
Ya habían pasado tres años desde que Cóco entró en la casa. Noche de invierno fría. Cóco daba golpes en la puerta del patio. Quería entrar en el comedor. Susana se levantó de la cama y al abrir la puerta se encontró con que Cóco se abalanzó sobre ella gruñendo. Susana extrañada
- ¿Qué te ocurre?
- Me duele amita -decía Cóco restregando su cabeza en la pierna de Susana.
Susana la introdujo en la habitación. Se sentó en la alfombra. La cogió y acarició todo el cuerpo. Fue cuando se dio cuenta de que Cóco tenía algo extraño en el bajo vientre.
- ¡Tienes un bulto! –Cóco le lamia la mano.
Susana y Cóco durmieron entrelazados. Al día siguiente la mamá de Susana las encontró así en la gran alfombra blanca con una considerable mancha de sangre. Susana al darse cuenta de que ella también estaba manchada se levantó de súbito.
- No te preocupes cariño. Ve al baño que luego voy yo y deja a Cóco tranquila en su cuna, en cuanto pueda llamaré al veterinario.
- Mamá hace frío afuera
- Haz lo que te digo Susana.
Susana con movimientos lentos y a regañadientes dejó a Cóco en el patio.
El veterinario no tardó en ir a la casa de los López aunque Susana ya había salido hacia el colegio .
- No se puede hacer mucho por ella. La enfermedad está muy avanzada. Si sufre habrá que sacrificarla.
- Nunca seré capaz de tomar esa decisión.
Cóco escuchaba y miraba hora al veterinario hora a Nieves. Sólo suspiró y colocó la cabeza en el suelo encima de las patas estiradas con la mirada perdida.
Cuando Susana llegó a casa preguntó. La madre no sabía que decir:
- Tienes que darle mucho cariño y mimos mi vida.
Todos estaban en silencio en esa noche de invierno que comenzaba a llover y a tronar. Entraron la cuna de Cóco y a ella junto al fuego. La Ada se acercó la olfateó y se fue enseguida. El Litri se acercó y le lamió el ocico:
- Llega mi final negro peludo – el litri le seguía lamiendo- Me recuerdas ha alguien. Ahora tienes tú que ser el jefe. Tienes que querer mucho a la amita y protegerla.
Cada miembro de la familia tuvo su tiempo con Cóco y luego se acostaron todos en sus respectivos dormitorios. Esa noche de tormenta y truenos dejaron que Cóco estuviese junto al calor del fuego. Jóse que era el primero en levantarse se acercó a la estufa de leña. Ya sólo habían brasas. Cóco quieta. Inmóvil. Estaba fría. Jóse entró en el dormitorio de Susana y le dijo:
- Hija hoy no vas a ir al colegio, tenemos cosas más importantes que hacer.

Ana María Llorens.


















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