domingo, 24 de noviembre de 2013

EL TOCADOR DE MUJERES



- Entonces le metí un morreo entrando por la espalda, sin que se lo esperara. La chica se animó y nos enrollamos en mitad de la discoteca. Lo peor de todo es que ni se dio cuenta que era yo. Me confundió con el otro tío, el que había tonteado minutos antes. Llevaba una chupa de cuero, yo se la pedí prestada y me acerqué a ella. Creo que me la enrollé por el tacto de la chaqueta.

Con esta última frase Nando provocó una carcajada casi al unísono. En aquella terraza de verano Juan acabó su cerveza de un trago, Nando dió otra calada de su Marboro, Diego continuaba riendo y Lopo alzaba la mano intentando acallar las risas. Se disponía a contar otra de esas anécdotas juveniles subidas de tono.  No era una práctica habitual pero a esas edades cercanas a los treinta  se sube la moral y sin saberlo se crea una clásica sensación de abuelos cebolleta. No importaba que alguien cercano a la mesa escuchase, es más, ese sentimiento machista era por momentos confortable.

- Escucha ésta – dijo finalmente Lopo aplacando las risas – Cuando vivía por Valladolid, en una calle empinada, calle cazuelas creo que se llamaba. Pues veo a un monumento de mujer subiendo camino arriba. Sólo por detrás ya se veía que tenía un tipazo. Alta, delgadeta, con las medidas perfectas. Con esos andares de "estoy buena y lo se".  Lo mejor de todo es que llevaba una minifalda, por no llamarla cinturón. No de ésas apretadas de cuero sino de las sueltas al viento. Mostraba unas piernas de infarto. Me dejó hipnotizado. Entonces, fuera de mí, me acerco a ella con paso vivo. Cuando la tengo delante, tacatá  – enfatizó subiendo el volumen -. Le pegué una sobada de culo bajo la falda que le rocé bragas y todo. Tanga que llevaba la perra. Si te digo la verdad creo que le sobé hasta el coño. Luego, me largué a gran velocidad sin mirar atrás. ¡Joder! Creo que entonces yo tenía unos quince años. Estuve casi dos días sin lavarme la mano.


Antes de que las primeras risas floreciesen un manotazo impactó en la cara de Lopo. Le giró la cara de tal forma que podría haberse pedido una baja por luxación en el cuello. Resonó tanto que se formó el silencio hasta en el interior de la cafetería. Entonces, aturdido, en su primera mirada tras el golpe Lopo la vio.

- ¿Pero de qué vas zorra? – exclamó levantándose de la silla, manos al viento, mirando a su agresora; alta, delgada con unas más que buenas medidas y con vaqueros ajustados que dejaban entrever unas piernas de infarto.

- Yo era la chica de la minifalda roja guarro de mierda.

Tras un breve silencio de vergüenza hubo palabras, acusaciones, reproches  y demás insultos Jose Carlos consiguió apartar a su novia Maribel de aquella terraza. Por un momento pensó que acababa a hostias con aquellos cuatro tipos. Pero después de observar el derechazo de su chica imaginó que podría ella solita con todos.

-  Hay que joderse. Vaya casualidad – dijo Jose Carlos un tanto excitado mirando a su espalda repetidas veces. Se agarraba a su novia mientras se alejaban del lugar con paso vivo -. Que carácter tienes Mari. ¿Pero cuando coño has estado tú en Valladolid?
- ¿Yo? Nunca. Pero no me negarás que ese gilipollas no se merecía una hostia.
 

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