- Entonces le metí un morreo
entrando por la espalda, sin que se lo esperara. La chica se animó y nos
enrollamos en mitad de la discoteca. Lo peor de todo es que ni se dio cuenta
que era yo. Me confundió con el otro tío, el que había tonteado minutos antes.
Llevaba una chupa de cuero, yo se la pedí prestada y me acerqué a ella. Creo
que me la enrollé por el tacto de la chaqueta.
Con esta última frase Nando provocó una carcajada casi al unísono. En aquella terraza de verano Juan acabó su cerveza de un trago, Nando dió otra calada de su Marboro, Diego continuaba riendo y Lopo alzaba la mano intentando acallar las risas. Se disponía a contar otra de esas anécdotas juveniles subidas de tono. No era una práctica habitual pero a esas edades cercanas
a los treinta se sube la moral y sin saberlo se crea una clásica sensación
de abuelos cebolleta. No importaba que
alguien cercano a la mesa escuchase, es más, ese sentimiento machista era por momentos confortable.
- Escucha ésta – dijo finalmente Lopo
aplacando las risas – Cuando vivía por Valladolid, en una calle empinada, calle
cazuelas creo que se llamaba. Pues veo a un monumento de mujer subiendo camino
arriba. Sólo por detrás ya se veía que tenía un tipazo. Alta, delgadeta, con
las medidas perfectas. Con esos andares de "estoy buena y lo se". Lo mejor de todo es que llevaba una minifalda,
por no llamarla cinturón. No de ésas apretadas de cuero sino de las sueltas al
viento. Mostraba unas piernas de infarto. Me dejó hipnotizado. Entonces, fuera
de mí, me acerco a ella con paso vivo. Cuando la tengo delante, tacatá – enfatizó subiendo el volumen -. Le pegué una
sobada de culo bajo la falda que le rocé bragas y todo. Tanga que llevaba la
perra. Si te digo la verdad creo que le sobé hasta el coño. Luego, me largué a
gran velocidad sin mirar atrás. ¡Joder! Creo que entonces yo tenía unos quince
años. Estuve casi dos días sin lavarme la mano.
Antes de que las primeras risas
floreciesen un manotazo impactó en la cara de Lopo. Le giró la cara de tal
forma que podría haberse pedido una baja por luxación en el cuello. Resonó tanto que se formó el silencio hasta en el interior de la cafetería. Entonces,
aturdido, en su primera mirada tras el golpe Lopo la vio.
- ¿Pero de qué vas zorra? – exclamó levantándose de la silla, manos al viento, mirando a su agresora; alta,
delgada con unas más que buenas medidas y con vaqueros ajustados que dejaban
entrever unas piernas de infarto.
- Yo era la chica de la minifalda
roja guarro de mierda.
Tras un breve silencio de
vergüenza hubo palabras, acusaciones, reproches
y demás insultos Jose Carlos consiguió apartar a su novia Maribel de
aquella terraza. Por un momento pensó que acababa a hostias con aquellos cuatro
tipos. Pero después de observar el derechazo de su chica imaginó que podría ella
solita con todos.
-
Hay que joderse. Vaya casualidad – dijo Jose Carlos un tanto excitado
mirando a su espalda repetidas veces. Se agarraba a su novia mientras se
alejaban del lugar con paso vivo -. Que carácter tienes Mari. ¿Pero cuando coño
has estado tú en Valladolid?
- ¿Yo? Nunca. Pero no me negarás
que ese gilipollas no se merecía una hostia.
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