lunes, 20 de mayo de 2013

Las promesas no pudieron ser cumplidas


Niebla y nubes interrumpidas por estallido en la atmósfera. Pastor con palo que contempla la explosión en mitad del cielo grumoso. Salpicaduras de mar salado. Peces que saltan sobre el acero, sin apenas agua, agonizantes, moribundos, a causa de la caída de la nave en mitad del mar. Cuerpo robótico que saca a otro cuerpo robótico del salado, de un nido de chatarra, lo arrastra. Exoesqueleto del que surge una cabeza humanoide que recuerda a su mujer y a su hija en una especie de despedida. Humanoide que encuentra muerto al humanoide que arrastra y se ciega por la luz solar de una tierra indómita. Está solo. Aquí hay un único sol.
Se tira al mar. Nada. Sale del agua. Iza su arma con delirio. Hace mucho frío y estar mojado es más grave. Ger contempla lo que cree es Roka, y se lamenta brevemente del accidente que ha matado a su acompañante, podría haber sido él mismo. Ger, humanoide llamado el Cuervo en su poblado, no es nadie especial, no es un rey, no es un oficial, no es un ingeniero, no es un médico. Únicamente decidió, como tantos otros en su planeta, hacer unos cuantos viajes transmigratorios, multidimensionales, “sólo por ver qué hay”, dijo a todos.
Ger aguarda vigilante que comience el ruido. Está en la orilla, a su lado hay una especie de embarcadero hecho con maderas. –Qué visión más extraña –dice en voz alta, olvidando todas las precauciones. El único sol es tan brillante que mantiene sus ojos entrecerrados arrugando su delgado rostro. –Y la sensación…- se refiere a su piel ardiendo al sol mientras su cuerpo se estremece por el frío viento.
Nunca debió salir de Moode. Ahora su compañero ha muerto, ¿habría de responder por él o jamás regresaría? Roka es un planeta estéril. Allá dónde mira sólo siente el polvo.
Sin saber por qué, Ger se levanta, comprueba sus ínfimas heridas, y, sorprendiéndose a sí mismo, corre, apartándose de la seguridad del embarcadero. Sus piernas parecen alargarse a medida que avanza, perdiendo el escaso aliento, ganado en la orilla. Al alcanzar la base de la colina, que había podido ver desde el lugar del accidente, comprueba que puede cruzarse y acaba en un valle, rodeado de montañas más elevadas que le procuran pensamientos de certeza sobre su caída en Roka y en ningún otro planeta. A lo lejos divisa a un humanoide, similar a él, portando un bastón elevado.
Al aproximarse a cierta velocidad, observa que el pastor no realiza gesto alguno de aprensión. Parece calmado. Logra ver su cara, surcada por diminutas arrugas, si bien en perfecto estado de serenidad. Le estudia más de cerca, no es aplomo, es indiferencia. Intenta comunicarse con él:
-¡Disculpe! –ningún gesto de inquietud lo delata. Mira a Ger y le sonríe beatíficamente.
-¿Esto es Roka? –el pastor no responde. Parece no entenderle. Decide probar con otros idiomas, más antiguos, de más planetas. No habla el idioma de los rokeños. Por fin, uno de ellos produce un efecto en sus labios:
-No Roka. Tierra –contesta el humano. Ger no entiende qué ha pasado. Pregunta. La respuesta del pastor logra comprenderla tras un momento de reflexión sobre aquella arcaica lengua:
-Basura espacial.

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