Niebla y nubes
interrumpidas por estallido en la atmósfera. Pastor con palo que contempla la
explosión en mitad del cielo grumoso. Salpicaduras de mar salado. Peces que
saltan sobre el acero, sin apenas agua, agonizantes, moribundos, a causa de la
caída de la nave en mitad del mar. Cuerpo robótico que saca a otro cuerpo
robótico del salado, de un nido de chatarra, lo arrastra. Exoesqueleto del que
surge una cabeza humanoide que recuerda a su mujer y a su hija en una especie
de despedida. Humanoide que encuentra muerto al humanoide que arrastra y se
ciega por la luz solar de una tierra indómita. Está solo. Aquí hay un único
sol.
Se tira al mar. Nada.
Sale del agua. Iza su arma con delirio. Hace mucho frío y estar mojado es más
grave. Ger contempla lo que cree es Roka, y se lamenta brevemente del accidente
que ha matado a su acompañante, podría haber sido él mismo. Ger, humanoide
llamado el Cuervo en su poblado, no es nadie especial, no es un rey, no es un
oficial, no es un ingeniero, no es un médico. Únicamente decidió, como tantos
otros en su planeta, hacer unos cuantos viajes transmigratorios,
multidimensionales, “sólo por ver qué hay”, dijo a todos.
Ger aguarda vigilante que
comience el ruido. Está en la orilla, a su lado hay una especie de embarcadero
hecho con maderas. –Qué visión más extraña –dice en voz alta, olvidando todas
las precauciones. El único sol es tan brillante que mantiene sus ojos
entrecerrados arrugando su delgado rostro. –Y la sensación…- se refiere a su
piel ardiendo al sol mientras su cuerpo se estremece por el frío viento.
Nunca debió salir de
Moode. Ahora su compañero ha muerto, ¿habría de responder por él o jamás
regresaría? Roka es un planeta estéril. Allá dónde mira sólo siente el polvo.
Sin saber por qué, Ger
se levanta, comprueba sus ínfimas heridas, y, sorprendiéndose a sí mismo,
corre, apartándose de la seguridad del embarcadero. Sus piernas parecen
alargarse a medida que avanza, perdiendo el escaso aliento, ganado en la
orilla. Al alcanzar la base de la colina, que había podido ver desde el lugar
del accidente, comprueba que puede cruzarse y acaba en un valle, rodeado de
montañas más elevadas que le procuran pensamientos de certeza sobre su caída en
Roka y en ningún otro planeta. A lo lejos divisa a un humanoide, similar a él,
portando un bastón elevado.
Al aproximarse a cierta
velocidad, observa que el pastor no realiza gesto alguno de aprensión. Parece
calmado. Logra ver su cara, surcada por diminutas arrugas, si bien en perfecto
estado de serenidad. Le estudia más de cerca, no es aplomo, es indiferencia.
Intenta comunicarse con él:
-¡Disculpe! –ningún
gesto de inquietud lo delata. Mira a Ger y le sonríe beatíficamente.
-¿Esto es Roka? –el pastor
no responde. Parece no entenderle. Decide probar con otros idiomas, más
antiguos, de más planetas. No habla el idioma de los rokeños. Por fin, uno de
ellos produce un efecto en sus labios:
-No Roka. Tierra –contesta
el humano. Ger no entiende qué ha pasado. Pregunta. La respuesta del pastor logra
comprenderla tras un momento de reflexión sobre aquella arcaica lengua:
-Basura espacial.
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