domingo, 19 de mayo de 2013

Interacción

Caía la tarde, una mágica aura de luz tenue flotaba ingrávida sobre las calles adoquinadas. El bullicio silencioso de turistas maravillados recorría la historia de la ciudad de un lado a otro. Un ajetreado torrente de transeúntes de todos orígenes y destinos se agolpaba en el puente frente a la catedral, sobre la vibrante y a la vez dormida superficie dl río, que fluía bajo aquella estructura de piedra acariciada por la brisa primaveral.

Calenté las articulaciones y músculos de mis piernas, me ajusté bien los cordones y empecé a correr. El suelo era duro, pequeñas punzadas de dolor me sobrevenían esporádicamente, recorriendo mis músculos como pequeñas descargas eléctricas.

En otra dimensión de este mundo, el encapotado cielo descendía a escasos metros de la aguja de la catedral para descargar con suave furia su torrente sobre los paraguas rojos, los adoquines grises y las aguas turbias. Sentía su caricia lejana en la piel.

La plaza estaba atestada. Pasaba muy cerca de la gente, arriesgándome a chocar pero quebrando antes, evitando cualquier contacto. De vez en cuando sin embargo, parecían golpearme entes invisibles, como sacudidas de corrientes de aire aisladas.

El sonido de mis pasos frente a la estatua ecuestre de bronce perlada de plumas hizo que esta estallase en mil palomas alzando el vuelo. Con precisión milimétrica silbaban muy cerca de mis dos oídos sin rozarme. No obstante, un dolor profundo me perforó la mejilla, pero no hubo golpe, herida ni sangre.

En otra dimensión, la paz o la lluvia que debieran invadir aquel enclave de ensueño quedaban quebradas por el sonido de una ambulancia en socorro de un niño atropellado, cuyo cuerpo cubierto de rojo descansaba sobre la calle gris, rodeado del bullicio apagado de gentes que murmuraban a escasos metros de él.

Cada una de estas infinitas dimensiones paralelas era fruto de la suma de infinitas coincidencias que al variar generaban nueva infinidad de posibles emparejamientos de sucesos, siguiendo un modelo de distribución en racimo.

En otras dimensiones, la lluvia esparcía la roja sangre por los adoquines hasta perderse en el río, o aquel niño chapoteaba en los charcos limpios de sangre bajo su paraguas rojo, o dicho niño nunca existió.

La interacción entre dichas dimensiones no debía darse, de manera general los sucesos de cualquiera de ellas no afectaba a sus simultáneas, únicamente a las que de ella surgían. Todo tenía no obstante sus excepciones: así como ciertos sucesos podían influenciar ciertas dimensiones paralelas, la representación de ciertos individuos en una dimensión dada podía verse influenciada por sus homólogos de otras dimensiones.

Moría en diferentes lugares numerosas veces al día, y aquel dolor era generalmente de los más agradables, agudo pero breve. Incluso a veces no había dolor, solo frío. Peores eran las enfermedades, la continua sensación de malestar, con todos los síntomas pero nada que curar. Sin embargo también era más rara la sincronización con aquel tipo de sensaciones ya que al extenderse en el tiempo, la dimensión que las contenía se alejaba paulatinamente de la mía, conforme se multiplicaban las diferencias que las separaban.

Aquellas eran conclusiones que había deducido de la experiencia y la búsqueda desesperada de información en fuentes de credibilidad dudosa. Para mí se convertían cada vez más en la única explicación plausible:

“El tiritante plano que enlaza y divide el infinito abanico de mundos paralelos posibles, todas las posibles superposiciones en cada infinitesimal momento de reacciones a la suma de acciones simultáneas recíprocamente influenciables, puede quebrarse. La magnitud de las repercusiones de esto entra así mismo en un amplio abanico de posibilidades.”

[…]

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